jueves, 3 de marzo de 2022

REFLUJO Y NUEVA OLA (8 Y FINAL)


REFLUJO Y NUEVA OLA

Mike Ashley

8. El camino hacia la revolución

En 1960, New Worlds, Science Fantasy y Science Fiction Adventures tenían una rival, por más que su calidad competitiva fuera irrisoria. De hecho, Science-Fiction Library resultó tan patética que sólo vale la pena señalar el hecho de que la publicaba Gerald G. Swan, el hombre que había producido similares abortos durante la segunda guerra mundial. Mezcla de reimpresiones tomadas de revistas publicadas en la Columbia durante la guerra (Science Fiction y afines) y nuevas obras compradas a finales de la década de 1940 o principios de la siguiente, que sólo entonces veían la luz del día, la revista no señalaba en absoluto ese detalle, dejando al incauto lector ante una selección mal impresa de literatura tremendamente anticuada. Su compañera, Weird and Occult Library, la mejoraba en mínimo grado.

Por fortuna, no hubo más que tres números de SF Library, y a partir de entonces Gerald G. Swan no volvió a mancillar los umbrales de la ciencia ficción.

A finales de 1960, ciertos desgraciados acontecimientos ocurridos en otras partes del mundo tuvieron efectos de largo alcance. Las condiciones económicas de Australia provocaron restricciones en la importación de todas las publicaciones periódicas británicas, lo cual supuso un tremendo golpe para las revistas de Carnell. Una gran parte de su tirada se dirigía hacia Australia, factor que suscitó la vocación de una nueva generación de escritores en dicho país, Lee Harding y John Baxter entre ellos. La barrera legal se eliminó posteriormente, pero el daño ya estaba hecho.

Al mismo tiempo, Carnell había llegado a un acuerdo con Great American Publications para una edición estadounidense de New Worlds, caso extraordinario, si se consideraba el diluvio de ediciones británicas de las revistas americanas. En marzo de 1960, al salir el primer número, Hans Stefan Santesson figuraba como director titular, sin mención alguna del nombre de Carnell y sin la menor alusión al hecho de que las narraciones habían sido publicadas con anterioridad en Gran Bretaña. En mayo de 1960, Carnell expuso sus quejas en su editorial de la New Worlds británica. No obstante, su homónima americana sólo editó cinco números, al ritmo de uno al mes. Posteriores intentos para distribuir New Worlds en Norteamérica resultaron desastrosos desde el punto de vista financiero.

Y, por último, en los primeros años de la década de los sesenta, se notó la expansión en el mercado del libro de bolsillo. Las ventas de las revistas cayeron en vertical. En 1959, se habían levantado en Gran Bretaña las restricciones a la importación de revistas americanas y, como mal menor, los lectores británicos se decidieron a adquirir el producto auténtico, con obvias repercusiones para las reimpresiones británicas. La circulación menguó. La Analog inglesa desapareció tras el número de agosto de 1963. F and SF siguió imprimiéndose en el Reino Unido hasta junio de 1964. Atlas Publishing, que había editado ambas, no se arredró. Valientemente, en septiembre de 1963 puso a la venta una edición británica de Venture para reemplazar a Analog. Sin un solo relato inédito, estaba integrada por narraciones extraídas de Venture, pero también de números concurrentes de F and SF, es decir del período 1957-1958. Fue bien acogida, puesto que ofrecía relatos de difícil adquisición. Vista desde este ángulo, se trataba de una revista más bien única en el país. Conservó una periodicidad mensual mientras publicó sus veintiocho números, cerrando en diciembre de 1965 porque, según la editorial, se había agotado todo el material disponible.

Por si la desaparición de las ediciones británicas no fuera ya bastante mala en sí, las publicaciones nativas comenzaron a tambalearse. SF Adventures desapareció en mayo de 1963. La revista había sido siempre de gran calidad, pero con la tirada más baja. En sus últimos años, brindó al lector una versión reducida de la novela catastrófica de Ballard The Drowned World (El mundo sumergido); la fascinante serie de John Brunner sobre la Sociedad del Tiempo, desarrollada en una Tierra alternativa y publicada como libro en 1962, con el título Time without Number (Tiempo sin número), y The Sundered Worlds (Los mundos separados) (1962), de Michael Moorcock.

Science Fantasy no había perdido su popularidad, obteniendo varias nominaciones para el Hugo. Incluso, en el verano de 1963, se discutió su paso a mensual. No obstante, en la reunión del consejo de administración de la Nova, celebrada el 19 de septiembre de 1963, se acordó que Science Fantasy y New Worlds dejaran de publicarse.

Carnell no se amilanó. En diciembre de 1963, firmó un contrato para editar una serie de antologías originales de la nueva ciencia ficción. Iba a llamarse New Writings in SF, y aparecería trimestralmente. El primer volumen salió en el verano de 1964, con excelentes ventas. A partir de entonces, se publica de manera esporádica. New Writings perpetúa en efecto la New Worlds de antaño, en muchos casos con obras de los mismos autores.

La noticia de que las revistas quebraban causó conmoción entre la fraternidad de la ciencia ficción. Por un lado, Science Fantasy se encontraba por aquel entonces en su mejor momento, en especial para los amantes de la literatura fantástica. No sólo ofrecía con regularidad la excelente fantasía heroica de Michael Moorcock en torno a su lord albino, Elric, sino que presentaba las muy originales y superiores fantasías históricas del fallecido Thomas Burnett Swann. El mayor talento de Swann se expresaba al evocar la realidad del amanecer de la civilización, cuando la expansión de la humanidad amenazaba a las criaturas, ahora míticas, que vivían en paz, dríadas, faunos y similares. Pese a ser americano, Swann había ganado su reputación en Gran Bretaña. El bellísimo relato Where Is the Bird of Fire? (¿Dónde está el pájaro de fuego?) (abril de 1962), referente a la leyenda de Rómulo y Remo, fue nominado para el Hugo.

Además de estas fantasías supremas, la revista presentaba ciencia ficción tan excelente como Matrix (Matriz) (octubre de 1962), una aventura de mundos paralelos, y Skeleton Crew (La dotación del esqueleto) (diciembre de 1963), extendido hasta novela con el título Earthworks (Terraplanes), extraño panorama de una Tierra futura, ambos de Brian Aldiss. Y también la torsión temporal de John Brunner, Some Lapse of Time (Cierto lapso de tiempo) (febrero de 1963).

Próxima a su fin, New Worlds no ofrecía tanta excelencia, aunque tal descenso de calidad era de esperar al enfrentarse la revista a su inminente desaparición. Con todo, en la primera mitad de la década hubo en ella numerosas narraciones de primera clase. Aparte de las más famosas de Ballard y Aldiss, subrayemos los cautivantes problemas científicos de Donald Malcolm, en la vena de Hal Clement y Arthur Clarke, como por ejemplo su serie sobre el Equipo de Exploración Planetaria, iniciada con Twice Bitten (Dos veces mordido) (febrero de 1963). Colin Kapp, un científico igualmente aficionado, colaboró con un excitante relato interdimensional, Lambda 1 (diciembre de 1962), al que siguió su primera novela, The Dark Mind (La mente oscura) (1963-1964), relativa a los reticulados transdimensionales y donde cuenta cómo un hombre enviado al limbo existente entre las dimensiones regresa con la facultad de controlar la antimateria.

En el número de septiembre de 1962, apareció The Streets of Ashkelon, un relato demoledor de tabúes, obra de Harry Harrison, que reeditamos en este libro. Otro autor popular de la Nova era Ian Wright, con su novela Dawn’s Left Hand (La mano izquierda del amanecer) (1963), una de las numerosas precursoras de Cyborg (1972), de Martin Caidin, sobre un hombre biónico.

El número de abril de 1963 reviste un interés histórico. Contenía un editorial de Michael Moorcock en el que éste llamaba la atención de los escritores especializados respecto a la necesidad de aumentar el nivel medio de la ciencia ficción, evitando así que los autores de géneros mayoritarios utilizaran su técnica literaria para manipular aquélla en favor de sus intereses particulares. Moorcock revelaba así sus futuras intenciones editoriales, aunque por entonces ni siquiera se las había planteado. Al enterarse del cierre de las revistas, escribió a Carnell una carta, publicada en la última New Worlds (abril de 1964). Uno de sus párrafos decía así:

«Como ya he afirmado en otras ocasiones, la ciencia ficción suele autoproclamarse muy avanzada, cuando en realidad sólo lo es raramente. Debería ser muy avanzada. Precisa de editores dispuestos a arriesgarse a publicar un relato, aun cuando atraiga las críticas sobre sus personas».

Cuando Moorcock escribía esto, ignoraba que una nueva empresa editora se había hecho cargo de las revistas. Roberts and Vinter, de Londres, estaba lanzando un sello editorial, Compact Books, dedicado a los libros de bolsillo. Tenía la intención de continuar con ambas revistas, aunque en formato de bolsillo, no diferente de la primitiva Authentics.

Después de que Moorcock estableciese con tanta claridad sus intenciones, no parecía haber nadie más idóneo para director de New Worlds que él, en aquella época un joven de veinticuatro años. Y así, en mayo de 1964, renació New Worlds SF como revista bimensual. Sorprendentemente, el precio había bajado de tres chelines a dos chelines y seis peniques.

También Science Fantasy fue salvada. La responsabilidad directiva recayó en este caso en Kyril Bonfiglioli, marchante de arte establecido en Oxford. La elección supuso una sorpresa para muchos, ya que Bonfiglioli era un perfecto desconocido en este campo. A pesar de que carecía de todo conocimiento sobre las tareas editoriales al tomar posesión del cargo, numerosas personas se mostraron de acuerdo posteriormente en alabar su excelente trabajo. Nacido en Eastbourne, en mayo de 1928, Bonfiglioli había dirigido dos galerías de arte, una librería y una tienda de antigüedades. Y en cierta época, había sido campeón de sable. En las primeras ediciones, admitió su antipatía hacia los subgéneros de espadas y brujería y ópera espacial, exigiendo calidad literaria para su revista. Lo logró en un grado notable, quizá porque Science Fantasy se ganó la estrecha colaboración de la pluma magistral de Keith Roberts.

Roberts fue un hallazgo de Carnell, que había adquirido varios de sus relatos para New Writings. Pero la mayor parte de las narraciones de Roberts no encajaban en aquella serie. Carnell las pasó a Bonfiglioli, y éste las publicó al instante, nada menos que tres en el tercer libro de bolsillo de Science Fantasy, en septiembre de 1964. Dos de ellas narraban las aventuras de la adorable bruja adolescente Anita. Al poco tiempo, Roberts -y su alter ego, Alistair Bevan- aparecía en todos los números de Science Fantasy, con relatos cada vez de mayor calidad.

Entre los escritores que Kyril Bonfiglioli puede ufanarse de haber lanzado se encuentran Josephine Saxton, cuya misteriosa y aturdidora fantasía The Wall (La pared) engalanó el número de noviembre de 1965, y Brian Stableford, cuya colaboración firmada con seudónimo, Beyond Time’s Aegis (Égida más allá del Tiempo), salió en el mismo número. Science Fantasy ofreció también las ingeniosas viñetas de Johnny Byrne, un hombre que abandonó el género nada más iniciarse en él, para escribir novelas de moda y gozar así de mayores ventas. Su nombre ha sido visto más recientemente en los rótulos de la serie televisiva Espacio 1999.

Bonfiglioli no se sentía satisfecho con el título Science Fantasy, que según él evocaba una imagen falsa para el público, ya que un nombre así se asociaba con la literatura juvenil. De modo que Science Fantasy acabó en el número de febrero de 1966, y un mes después nacía la primera edición de Impulse. Se trataba de una colección formada en exclusiva por primeras figuras con relatos especialmente encargados en torno al tema del sacrificio, aunque el punto culminante fue The Signaller (El más señalado), de Keith Roberts, el primer relato de su serie Pavane. Impulse 1 fue una edición magnífica, que suscitaba grandes esperanzas para el futuro.

Por la misma época, New Worlds hacía hincapié de manera evidente en el enfoque literario de la ciencia ficción y su recobrada aceptabilidad. Moorcock deseaba atraerse a las camarillas artísticas y literarias, a los académicos. Este interés por la ciencia ficción se puso de evidencia con el surgimiento de Science Fiction Horizons, revista ajena a la novelística, dedicada a la crítica del género y editada por Brian Aldiss y Harry Harrison. Tal vez se adelantaba a su tiempo. Su distribución fue prácticamente nula, y la publicación sólo vio dos números, con meses de diferencia entre ambos. Sin embargo, dio la alerta sobre lo que se avecinaba.

La primera New Worlds en formato de bolsillo adoptó un enfoque similar, presentando un artículo de J.G. Ballard sobre el discutido exponente de la nueva literatura William S. Burroughs.

Moorcock imprimió rápidamente obras que, pensaba, sólo New Worlds podía publicar. Su esposa, Hilary Bailey, colaboró con un sorprendente retrato de una posible Inglaterra dominada por los nazis, The Fall of Frenchy Steiner (La caída del afrancesado Steiner) (julio de 1964), y E. C. Tubb con una descriptiva secuencia de alucinación causada por drogas, New Experience (Nueva experiencia) (septiembre de 1964). Pero, sin lugar a dudas, la narración más polémica de aquellos primeros números fue la titulada I Remember, Anita… (Yo recuerdo, Anita…), de Langdon Jones, que pormenorizaba sobre el sexo y el amor en un futuro devastado por las armas nucleares y que provocó un diluvio de cartas de los lectores. La sección de correspondencia se convirtió en un campo de batalla para los que estaban a favor o en contra del sexo en la ciencia ficción. De forma espontánea, llegaron a la revista más narraciones de ese tipo, y la revolucionaria bola de nieve de Moorcock se echó a rodar. En un principio, la mantuvo bajo control. En la siguiente década, la vería explotar en todas direcciones.

New Worlds incrementó rápidamente sus ventas, y en enero de 1965 recobró su periodicidad mensual (Science Fantasy hizo lo propio un mes después). Se atrajo a todo un nuevo grupo de autores, Charles Platt, George Collyn, Thom Keyes y David I. Masson, aparte de los ya seguros J. G. Ballard, Brian Aldiss, John Brunner, etc. El número de octubre de 1965 señaló la vuelta de Bob Shaw al campo de la revista, con una descripción de posibles hostilidades espaciales, …And Isles Where Good Men Lie (…E islas donde yacen hombres buenos). Shaw se estaba forjando una reputación como uno de los talentos más originales de la ciencia ficción.

Los escritores americanos comprendieron también que la ciencia ficción se emanciparía precisamente en New Worlds. Aunque Estados Unidos se hallaba también en plena revolución, las restricciones editoriales eran mucho más severas que las padecidas por Moorcock. Muy pronto, Roger Zelazny, Thomas M. Disch y Judith Merrill encabezaron el torrente de talento americano que fue a confluir con los crecientes hallazgos británicos para dar nacimiento a la denominada «nueva ola».

Dicha ola rompería contra la costa de la ciencia ficción en 1967, aunque todos los indicios apuntaban ya hacia tal fin en marzo de 1966. Los últimos años habían visto un increíble brote de nuevos talentos, que aportaban un punto de vista totalmente renovado. Todo comenzaba a hervir. Cuando llegara al punto de ebullición, la ciencia ficción jamás volvería a ser la misma.


REFLUJO Y NUEVA OLA (7)



REFLUJO Y NUEVA OLA

Mike Ashley

7. Un soplo de vida

Seis revistas tan sólo sobrevivían aún en la nueva década, aunque entre las seis abarcaban toda la gama de la ciencia ficción. Señalemos como detalle interesante que, en 1960, las revistas tuvieron que anunciar por primera vez su tirada obedeciendo a una ley del Congreso. Dicha tirada estaba ya antes a disposición de quien quisiera saberla (anunciantes, por ejemplo) en la publicación americana Publishers Weekly. Ahora, se revelaba a los lectores en general. Al principio, no todas las revistas cumplieron con la ley, y las cifras de algunas que sí lo hicieron parecieron sospechosas. No obstante, al cabo de un cierto tiempo, pudo calcularse en cierta medida sus tendencias y su autenticidad. Figuraban en cabeza Astoundíng y Galaxy, con una tirada en torno a los ochenta mil ejemplares. A continuación, venían If y F and SF, con un total aproximado de cincuenta y cinco mil. Amazing tiraba cincuenta mil ejemplares, y Fantastic unos cuarenta mil. Las posiciones no se alteraron radicalmente en 1965, aunque sí las cifras. Puesto que la venta mínima para cubrir gastos en la mayoría de los casos giraba alrededor de los veinticinco mil ejemplares, todas se hallaban a salvo, lo que no significaba que pudieran dormirse en los laureles. ¿Sobrevivirían?

La primera en desaparecer fue Astounding… Es decir, no la revista, sino su título. John Campbell llevaba largo tiempo insatisfecho de la impresión beatificante que causaba dicho título, y había realizado varios intentos de hacer casi invisible en la portada la palabra Astounding (asombrosa), recalcando el término Science Fiction. Pero comprendía que esto no engañaba a nadie. El nombre era demasiado evocador de los días de revistas baratas y de maravilla del pasado. Tenía que existir algo más acorde con la era espacial, más análogo al progreso científico…

Un momento… Sí, había encontrado la solución. Ciencia ficción análoga a realidad científica. Así nació Analog. Campbell emprendió la eliminación paulatina del antiguo nombre. A partir del número de febrero de 1960, el título Analog apareció tenuemente bajo el de Astounding. A lo largo de aquel año, se fue definiendo más y más, hasta quedar en solitario en el mes de octubre. Campbell inventó su propio símbolo para representar el término analogía. Y así figuraba en el subtítulo: Science FactScience Fiction. Constituyó el primer esfuerzo de Campbell por convertir a Analog en una revista de ciencia ficción respetable y moderna. El siguiente consistió en liberar la publicación del estigma del formato reducido. El mismo Campbell había encabezado la campaña para que Astounding adoptara en 1943 dicho tamaño, en lugar del normal en las publicaciones baratas (17,8 por 25,4 cm). Era lo obligado en aquella época. Ahora, el formato reducido parecía desfasado, gracias al enorme mercado de las revistas ajenas a la ciencia ficción. Campbell aprovechó un incidente editorial ocurrido en 1961. En ese año, coincidiendo con el número de febrero de Analog, la venerable firma Street and Smith, existente desde 1855, fue absorbida por Condé Nast Publications. Condé Nast aceptó de buena gana el cambio propuesto, y se trazaron planes para convertir Analog en una revista de gran formato y papel de excelente calidad. Campbell sabía perfectamente que SF Plus y Satellite habían fracasado en un empeño semejante, pero las consideró víctimas de las circunstancias. A Analog le iría sin duda mejor.

La transformación tuvo lugar con la edición de marzo de 1963. En realidad, Analog no pasó a ser una revista «normal», al menos no en el sentido de Esquire. ¿Dónde estaban las páginas en papel satinado? Allí, desde luego, pero reservadas a los anuncios y los artículos científicos, puesto que permitían una mejor reproducción de las fotografías. La novelística continuaba en el tradicional papel de calidad inferior. Sin embargo, suponía la oportunidad de presentar brillantes portadas, y John Schoenherr puso en ello su mejor inspiración, en tal medida que en 1965 se le concedió el Hugo al mejor dibujante profesional.

Analog conservó la calidad literaria que se esperaba de ella. Precisamente en la Analog de gran formato se publicaría una de las narraciones más extraordinarias de la década.

Frank Herbert (nacido en 1920) era ya un escritor apreciado, pero, dejando aparte su primera novela, The Dragon in the Sea (El dragón en el mar) (1955), no gozaba de gran reputación. El numero de Analog de diciembre de 1963 incluyó el primer episodio de la última novela de Herbert, Dune World (El mundo de Dune), que suscitó una reacción sorprendente. Los lectores se mostraron más que entusiasmados al verse envueltos en la narración sobre el desértico mundo de Arrakis, sus gusanos de arena y la intriga del joven Paul Atreides, temido por los detentadores del poder como el Muad’dib prometido, el nuevo Mesías.

Dune World fue tan sólo la primera parte de toda una epopeya concebida por Herbert, que aparecería periódicamente en el transcurso de los siguientes doce años. Esta primera parte, combinada con la segunda, The Prophet of Dune (El profeta de Dune), formó la extensa y premiadísima novela Dune.

Sucedió que, con el número de abril de 1965, y mientras se estaba publicado The Prophet of Dune, los lectores se encontraron con que Analog había regresado al formato reducido. ¿A qué se debía esto?

Todo el problema de una revista en gran formato y papel de cierta calidad se reduce a que se apoya desde el punto de vista financiero en sus ingresos por publicidad. Imposible sobrevivir con el dinero de los lectores si desea mantener un precio competitivo. Y los ingresos por publicidad de Analog no iban bien, puesto que las principales empresas no creían que una revista de ciencia ficción contara con lectores adultos capaces de interesarse por sus productos. En consecuencia, Condé Nast aprovechó la primera oportunidad para volver al tamaño reducido antes de que empeorara la situación. Los lectores no pusieron ninguna objeción. Las únicas quejas provinieron de los coleccionistas, para quienes las ediciones en diversos tamaños formaban un desagradable conjunto en su biblioteca.

En las demás revistas de importancia, estaban en vías de realizarse cambios editoriales. La deficiente salud de Horace Gold le impedía continuar dirigiendo Galaxy e If. En 1961, le sustituyó Frederik Pohl, que ya se había hecho cargo de buena parte del trabajo. Pohl tenía por fin la oportunidad de trabajar en una revista, tal como deseaba desde la aparición de la malograda Star SF. Iban a producirse transformaciones milagrosas.

Robert P. Mills abandonó la dirección de F and SF en 1962, en favor de sus intereses como agente literario. Fue sucedido por Avram Davidson, que se encargó de la revista desde México. Davidson, a instancias de la editorial, creó los números especiales dedicados a un solo autor, siendo el primero de ellos Theodore Sturgeon (septiembre de 1962) y el segundo Ray Bradbury (mayo de 1963). Siguieron otros.

Aunque todas estas revistas publicaban obras excelentes, aprovechaban también el trabajo de los escritores noveles, que aprendían su oficio en las páginas de Amazing, Fantastic e If.

Amazing jamás había disfrutado de una política editorial determinada. En Analog, era bien conocido el gusto de Campbell por su ciencia ficción. Pohl hacía especial hincapié en la sátira futurista o la aventura espacial en general. F and SF exigía calidad literaria, y pese a abarcar la esfera de acción más amplia de todas, no se aventuraba más allá de los estilos ensayados y confirmados. Cele Goldsmith, al contrario, porfiaba por hallar algo nuevo. Ya en 1961, Amazing se había convertido en una revista muy atrayente, con una presentación pulida y una portada llamativa, obra por lo general de Alex Schomburg.

Sam Moskowitz ejercía cierta influencia en la revista. Con el número de septiembre de 1960, Amazing inició la publicación regular de sus perfiles de autores de ciencia ficción. Poco después, lanzó una sección de reediciones clásicas, con relatos procedentes de los archivos de Amazing, seleccionados y presentados por Moskowitz. Fantastic contaba con una sección similar, con narraciones elegidas de una fuente más amplia. El número del trigésimoquinto aniversario, correspondiente a abril de 1961, apareció repleto de dichas reimpresiones, aunque con un editorial escrito por Hugo Gernsback y con una original cubierta de Frank R. Paul, su canto del cisne. El decano de los ilustradores de ciencia ficción, cuya obra supo plasmar el mundo dominado por las máquinas concebido por Hugo Gernsback, no proporcionaría más dibujos a las revistas a partir de entonces. Paul falleció el 29 de junio de 1963, a los setenta y nueve años de edad.

Los indicios de la predilección de Amazing por los talentos inéditos se hicieron más que obvios en los primeros años sesenta. Así, David R. Bunch efectuaba apariciones regulares. Su obra no debía nada a ningún otro escritor. Poeta por naturaleza, escribía como un poeta: aturdidoras y exóticas imágenes del mundo, instantáneas incongruentes y sin embargo apasionantes. Su debut en el campo de la ciencia ficción había tenido lugar en If, en 1957, pero la mayoría de las revistas rechazaban sus obras, excepto Amazing y Fantastic. Bunch conquistó la fama mediante sus relatos, extremadamente originales, sobre el mundo Moderan y sus habitantes, seres en parte humanos y en parte metálicos.

Amazing brindó a sus lectores varias narraciones de J. G. Ballard y Brian Aldiss, a partir de enero de 1962. Ambos escritores se hallaban en aquel momento en un estadio de transición, habiendo completado su aprendizaje con todos los honores y empezando a establecer el rumbo de la ciencia ficción. El número de Amazing de marzo de 1962 constituye un ejemplo espectacular, con Tyrant’s Territory (El territorio del tirano), de Aldiss, un relato de la serie PEST; The Thousand Dreams of Stellavísta (Los mil sueños de Stellavista), uno de los relatos de Ballard desarrollados en Vermilion Sands, y otras muchas narraciones, la mayoría bellamente ilustradas por Virgil Finlay.

1962 y 1963 fueron años grandiosos para las dos revistas. Una combinación de talentos nuevos y veteranos se unió para crear un enfoque francamente excitante de los viejos temas de la ciencia ficción. Basta con fijarse en los nombres de los autores noveles cuyas primeras obras fueron publicadas en Amazing o Fantastic: Keith Laumer (abril de 1959), Phyllis Gottlieb (septiembre de 1959), Albert Teichner (enero de 1960), Ben Bova (febrero de 1960), Robert Rohrer (marzo de 1962), Larry Eisenberg y Roger Zelazny (agosto de 1962), Ursula K. LeGuin (septiembre de 1962), Thomas M. Disch (octubre de 1962), Sonya Dorman (enero de 1963) y Piers Anthony (abril de 1963).

En la actualidad, los nombres más famosos de esta relación son los de Roger Zelazny y Ursula LeGuin, aunque en mi opinión se menosprecia enormemente a Piers Anthony. Zelazny causó el impacto más inmediato. Sus primeros relatos se parecían mucho a los de Bunch, instantáneas de apariencia absurda. Pero se desarrollaron con gran rapidez, y Zelazny se mostró tan prolífico que algunos de ellos se publicaron firmados con seudónimo. Eligió a capricho el de Harrison Denmark, con lo cual provocó una enorme confusión, ya que Harry Harrison, que también escribía para las revistas, residía por entonces en Dinamarca (en inglés, Denmark).

Casi todos los autores de talento intervinieron en Amazing y Fantastic durante este período. Philip K. Dick, que casi había abandonado el campo de la revista para pasar al del libro, regresó como colaborador regular, con cuentos como The Days of Perky Pat (Los días de Perky Pat) (Amazing, diciembre de 1963), base de su novela The Three Stigmata of Palmer Eldritch (Los tres estigmas de Palmer Eldritch) (1965). También Robert Silverberg había dejado el género al fracasar sus revistas, para concentrarse en temas ajenos a la novelística y en obras de consulta infantiles, pero empezó a resurgir, ocupándose además de la sección de crítica de libros. Hay que citar igualmente a Frank Herbert, Cordwainer Smith, Fritz Leiber, Philip José Farmer, Raymond F. Jones, James H. Schmitz, Lester del Rey, Daniel F. Galouye, John Jakes, Arthur Porges, Leigh Brackett, Jack Sharkey, Henry Slesar, Harlan Ellison y Edmond Hamilton. Este último hizo una reaparición en las revistas con varias soberbias narraciones, como Sunfire! (Fuego solar) (Amazing, septiembre de 1962), en torno a una vida energética sensible en Mercurio.

Amazing y Fantastic bullían de actividad. Las novedades se sucedían. El lector se sentía fascinado de antemano. Autores veteranos y noveles experimentaban codo a codo nuevos estilos. La revolución empezaba. La ciencia ficción sufría una metamorfosis, renacía. Los números de ambas revistas entre 1962 y 1964 son comparables a los aparecidos durante la edad de oro de Astounding, de 1938 a 1942, época en la que se produjo un brote similar de nuevos talentos. Campbell había proporcionado a la ciencia ficción, aún adolescente, los criterios finales, antes de ponerla en camino hacia la edad adulta. Alcanzó su madurez a finales de los años cuarenta, pero durante la década de 1950 comenzó a envejecer. Y tras pasar una fase de crisálida en los últimos años cincuenta, la mariposa empezaba a emerger.

Fantastic, casi a solas, revivía el género de espadas y brujería. Se trataba de jactanciosas narraciones sobre magos y guerreros, en la vena del Conan de Robert E. Howard. John Jakes contribuía con las aventuras de Brak, una imitación del anterior, en tanto que Fritz Leiber proseguía su epopeya de los inimitables bribones Fafhrd y Grey Mouser. Fantastic adoptaba una política editorial extremadamente abierta, y ofrecía numerosos relatos grotescos y fuera de lo normal, un género exclusivo. No hay que sorprenderse, por tanto, de que reapareciera en ella el Harlan Ellison del nuevo estilo, con sus obras experimentales Paingod (El dios dolor) (junio de 1964) y Brighteyes (Ojos brillantes) (abril de 1965).
También Amazing logró un éxito sensacional al adquirir un relato inédito de Edgar Rice Burroughs, Savage Pellucidar (El salvaje Pellucidar), y ofrecerlo en noviembre de 1963.

¿Qué más podían pedir los lectores?

 Así pues, en 1965, se recibió como un gran golpe la noticia de que Ziff-Davis había decidido que las dos revistas no rendían. Después de todo, a los editores les interesaban los beneficios, no las revoluciones en la ciencia ficción. Ni Amazing ni Fantastic resultaban lo bastante provechosas, y por eso fueron vendidas a Sol Cohen. Éste, que había sido durante algún tiempo el editor de Galaxy, había creado su propia editorial, Ultimate Publishing Company, en Flushing, Nueva York. Su única preocupación se centraba en la rentabilidad, y disponía de un arma excelente. Ziff-Davis había adquirido todos los derechos de las narraciones publicadas, y dichos derechos pasaban a Cohen. Lo que significaba, simple y llanamente, el derecho a reeditar las viejas páginas de Amazing y Fantastic Adventures sin pagar un solo centavo a los autores.

Otro golpe adicional fue asestado a las revistas por la retirada de Cele Goldsmith (o Cele Lalli, como se llamaba después de su matrimonio en 1964). Cohen dio instrucciones al director de sus revistas, Joseph Ross, para que se basara casi por entero en reimpresiones y usara parcamente los nuevos manuscritos heredados de Ziff-Davis. Al principio, la cosa no resultó tan terrible. Se guardaban numerosas narraciones de primera clase en los archivos, y éstas, combinadas con excelentes relatos inéditos y una atractiva presentación, hacían a Amazing y Fantastic muy legibles. Pero el proceso se deterioró con rapidez. Sin la menor duda, Amazing había dejado de ser el crisol del que surgía la nueva ciencia ficción.

Frederik Pohl le seguía los pasos muy de cerca a Cele Goldsmith en cuanto a cultivar su equipo de autores noveles y sonsacar material de la vieja guardia. Cuando Amazing y Fantastic perdieron su electrizante encanto, Pohl fue el único en beneficiarse.

Pohl no había efectuado cambios inmediatos al hacerse cargo de la dirección, pero poco después de tomar posesión, la imprenta en que se editaba entonces If estropeó por completo un número de la revista. Pohl recurrió a un nuevo impresor, que dio a Galaxy y a If, aunque a ésta en grado menor, una presentación mucho mejor. Con ello se marcó un nuevo rumbo. Galaxy empezó a perder su aspecto vulgar e insulso, en favor de una presentación más acabada. Las ilustraciones mejoraron de modo espectacular, con nuevos artistas como Gray Morrow y veteranos de confianza como Virgil Finlay. La calidad de If, en cambio, siguió siendo escasa, y ciertos experimentos sobre el color, imprimiendo en azul o rojo algunos encabezamientos y títulos, sólo derivaron hacia un aspecto más juvenil del producto final.

Pohl empezó a presionar al editor, Robert M. Guinn, para que promoviera Galaxy a publicación mensual, pero Guirm se mostraba indeciso. Galaxy daba un beneficio. ¿Para qué arriesgarse? El argumento contrario valía para If, cuyas pérdidas no harían sino agravarse al aumentar su periodicidad. El resultado de esta porfía fue la creación de una nueva revista, Worlds of Tomorrow, la primera desde la breve publicación de Vanguard en 1958.

Worlds of Tomorrow, planeada en principio como mensual, apareció con carácter bimensual a partir del primer número, fechado en abril de 1963, con el mismo diseño en su portada que Galaxy e If, de modo que apenas se distinguían. Pohl pugnó por adquirir la colaboración de diversos escritores de nota para lanzar la revista y se aseguró la última novela de Arthur Clarke, People of the Sea (El pueblo del mar). La obra, escrita para lectores jóvenes, se publicó asimismo en forma de libro bajo el titulo Dolphin Island (La isla de los delfines). Relataba las aventuras de un chico de quince años rescatado por dichos animales. El mismo número incluía también relatos de Keith Laumer, Murray Leinster y Fritz Leiber y señalaba el regreso de Robert Silverberg a la ciencia ficción, con una narración sobre una forma de castigo en el futuro, To See the Invisible Man (Ver al hombre invisible).

Worlds of Tomorrow presentaba, al igual que If, ilustraciones interiores en dos tonos que resultaban desalentadoras. La técnica superior de Virgil Finlay lograba sobrevivir al tratamiento, pero otras ilustraciones, en especial los «rellenos a esquemáticos de Jack Gauglian, resultaban poco más que borrones de tinta. El defecto fue sustancialmente corregido en números subsiguientes. No obstante, el nivel literario continuaba por debajo de la media, y Worlds of Tomorrow recibía más críticas que alabanzas por los relatos que ofrecía. La obra más conocida entre las que publicó es sin duda The Dark Light-Years (Los oscuros años luz), de Brian Aldiss, con su muy original descripción de una raza extraterrestre, avanzada en el terreno científico, pero repulsiva en sus hábitos.

Poco después del lanzamiento de Worlds of Tomorrow, Guinn decidió dar el visto bueno para que If pasara a mensual. El ambiente era obviamente más propicio en aquel momento que unos años antes, debido a una diversidad de causas. El boom del libro de bolsillo, a finales de la década de 1950, y el advenimiento de la era espacial, habían atraído nuevos lectores a la ciencia ficción. Dichos lectores -además de los nuevos reclutas interesados por la carrera espacial- empezaban a expandir sus horizontes desde los libros a las revistas, y aunque éstas se veían reducidas a un papel secundario al lado de aquéllos, el hecho de que existiera sólo un puñado de ellas les valió una mejor acogida.

Así pues, If pasó a mensual a partir de su número de julio de 1964. Frederik Pohl preparaba nuevos detalles para captar a los lectores. Por ejemplo, apenas se veía el nombre de Theodore Sturgeon en una revista de ciencia ficción por aquel entonces. Pohl consiguió que se encargase de la sección principal. Sturgeon colaboraba en todos los números con un artículo breve sobre diversos tópicos, y a veces con un editorial. Las ilustraciones de If mejoraron, y Pohl utilizó al máximo el poder comercial del nombre de Virgil Finlay. El número de marzo de 1963 estaba exclusivamente ilustrado por éste. Asimismo, Pohl inició una sección de «primeras obras», comprometiéndose a que en todos los números de la revista aparecería al menos el primer relato de un autor novel. La serie comenzó en septiembre de 1962, con Once around Arcturus (Una vez, en torno a Arturo), de Joseph Green. Sin embargo, cuando dicho relato se publicó, Green había colocado ya varios otros en New Worlds, pertenecientes a su serie sobre colonizadores planetarios, que más tarde se pondría a la venta con el título The Loafers of Refuge (Los holgazanes del refugio) (1965). A partir de aquel momento, If ofreció siempre una o dos primeras narraciones, lo cual, combinado con los talentos que llenaban Amazing y Fantastic, da una idea del renacimiento que experimentaba la ciencia ficción.

En 1963 tuvo lugar la presentación de Gary Wright (enero), Robert Lory (mayo), Bruce McAllister y Alexei Panshin (julio). El año siguiente nos dio a conocer a Norman Kagan en julio, a Robert E. Margroff en octubre y, sobre todo, a Larry Niven en diciembre. Niven recuerda que su relato, The Coldest Place (El lugar más frío), se quedó anticuado apenas publicado, ya que se supo entonces que Mercurio no siempre ofrecía la misma cara al sol. Entre otras primeras obras, hay que citar la de Larry S. Todd, en junio de 1965, la de Dannie Plachta, en septiembre del mismo año, y la de H. H. Hollis, en marzo de 1966.

Los autores citados no fueron los únicos que hicieron sus primeras armas en las revistas. C.C. MacApp se había presentado en If en mayo de 1960, y se había convertido en un colaborador regular de las tres revistas, a menudo con Gree, su serie sobre tiranos extraterrestres. Fred Saberhagen, que se había dado a conocer en Galaxy, en febrero de 1961, se ganó infinidad de lectores, en este caso con su serie Berserker, sobre las máquinas bélicas.

Además, el hallazgo de Cele Goldsmith -Keith Laumer- proporcionó a If su faceta más ligera, con sus humorísticos relatos de las proezas diplomáticas de Jame Retief. Curiosamente, Retief había comenzado en serio. La primera narración, Diplomat-at-Arms (Diplomático para armamento), apareció en Fantastic en enero de 1960. El personaje revivió en If en septiembre de 1961, con The Frozen Planet (El planeta helado), y la serie se fue haciendo cada vez más extravagante.

Además de asegurarse el futuro mediante la promoción de nuevos escritores, Pohl acaparó buena parte del mejor material escrito por autores famosos, nuevos y veteranos. Gracias a ello, If alcanzó la vanguardia del género, ganando el Hugo en 1966.

En primer lugar, Pohl, como escritor, formó equipo con Jack Williamson para producir dos excelentes novelas de aventuras, The Reefs of Space (Los arrecifes del espacio) (1963) y Starchild (El hijo de las estrellas) (1965). A continuación, If publicó por entregas tres de las novelas de Robert Heinlein: Podkayne of Mars (Hija de Marte), en 1962-1963, Farnham’s Freehold (Los dominios de Farnham), en 1964, y The Moon Is a Harsh Mistress (La luna es una cruel amante), en 1965-1966, esta última ganadora de un Hugo.

Uno de los mayores alardes de If consistió en adquirir por adelantado todas las nuevas obras de A. E. van Vogt. El número de septiembre de 1963 ofreció The Expendables, incluida en este libro. Luego siguieron The Silkie (El sedoso) en 1964 y The Replicators (Los duplicadores) en 1965, todo un preludio del renacimiento de Van Vogt que iba a tener lugar.

El 11 de mayo de 1964 fue un número especial dedicado a los Smith. Figuraron en él: Jack Smith, el constante y veterano George O. Smith, el siempre original Cordwainer Smith, con un relato de su serie Underpeople, The Store of Heart’s Desires (El almacén de deseos del corazón), y el avezado E. E. Smith, con The Imperial Stars (Las estrellas imperiales), la novela corta que dio origen a la serie de La familia d’Alembert. Con anterioridad, If había ofrecido por episodios Masters of Space (Maestros del espacio), la novela que E. E. Smith terminó a partir de un manuscrito que dejó inacabado el aficionado y escritor E. Everett Evans (1893-1958). Pero la auténtica «bomba» llegó con el anuncio de que If iba a publicar por entregas la más reciente novela de «Doc» Smith, Skylark DuQuesne. Al cabo de medio siglo, Smith volvía al punto de partida, haciendo revivir al malvado maestro de villanos Blackie DuQuesne para que batallase una vez más contra Richard Seaton.

El folletín se inició en junio de 1965. Poco después, fallecía Doc Smith, quizá mientras retocaba aún su novela conforme se iba publicando y cuando su nombre volvía a estar en labios de todos los aficionados. Había muerto el inventor de la superciencia ficción, el hombre que más había hecho por empujar al género fuera del sistema solar. Pero había vivido lo suficiente para contemplar el renacimiento de la ciencia ficción, y sobre todo para ser testigo del lanzamiento del hombre al espacio. E. E. Smith murió en septiembre de 1965, cuando contaba setenta y cinco años de edad. Como si el destino decidiera intervenir, el mismo número de If en que se publicaba la esquela de defunción de Smith, el de diciembre de 1965, presentaba el primer relato de Stephen Goldin, el hombre que una década más tarde asumiría la personalidad del fallecido para proseguir la serie de La familia d’Alembert.

A finales de 1965, If era sin duda alguna la revista más apasionante del género. El número de sus páginas había aumentado en septiembre de dicho año, y todo estaba dispuesto para que su preponderancia se incrementase sin interrupción.

Pohl no había descuidado Galaxy ni Worlds of Tomorrow durante la época en que se dedicó a revitalizar If. Cuando Ziff-Davis vendió Amazing, la segunda de estas revistas heredó la sección que trazaba los perfiles de las personalidades de la ciencia ficción, sección creada por Sam Moskowitz. Por su parte, Galaxy aprovechaba su número extra de páginas para sus vigorosas novelas cortas y sus grandes folletines. En junio de 1963, había publicado la primera parte de Here Gather the Stars (Aquí se concentran las estrellas), de Clifford Simak, que después obtendría el Premio Hugo, aunque se la conoce mejor con el título de su publicación como libro, Way Station (Estación de tránsito). Cordwainer Smith aparecía con regularidad, y hacia 1965 se había convertido en uno de los autores de ciencia ficción de los que más se hablaba. Pohl escribió así de él:

«De entre todos los autores de ciencia ficción, aquel cuya visión abarca más lejos en la totalidad de la vida futura es uno de mis colegas, Cordwainer Smith. Smith no escribe historias sobre los viajes interestelares, la longevidad o la relación entre los hombres del futuro y sus creaciones, ya sean robots o animales sometidos a mutaciones. Él escribe sobre personas que viven en una civilización donde todas esas cosas, y muchas más, constituyen elementos de sus vidas cotidianas».

Pero el destino se mostró cruel con Smith. Perfectamente situado para convertirse en un escritor permanente de ciencia ficción, falleció en agosto de 1966, cuando sólo contaba cincuenta y tres años. Su temprana muerte le hizo entrar en la leyenda, pero privó a la ciencia ficción de un talento sin par; y al mundo, de un genio político y lingüístico.

Un indicio de que el bienestar había vuelto al campo de la revista lo proporcionaba el nacimiento de nuevas publicaciones. Sin embargo, no hubo un verdadero boom, no se produjo una inundación de la noche a la mañana. Aparte de Worlds of Tomorrow, sólo aparecieron tres revistas, y ni una sola se dedicó al nuevo estilo.

Gamma no difería gran cosa de F and SF; diseño similar, formato y política editorial idénticas, una mezcla de todos los tipos de literatura fantástica. El primer número salió en la primavera de 1963, en tamaño reducido y con una portada atrayente, aunque poco imaginativa, obra de Morris Scott Dollens, ostentando los nombres de Tennessee Williams, Ray Bradbury y Rod Sterling. Y como subtítulo, no «Ciencia Ficción», sino «Nuevas Fronteras de la Ficción».

Gamma procedía de Hollywood, y la publicaba y dirigía un trío de celebridades, Charles E. Fritch, Jack Matcha y William F. Nolan. Fritch había contribuido de modo regular al género, y se le conocía sobre todo por su minuciosa descripción de una sociedad futura tan drogada como para desconocer la realidad, Big, Wide, Wonderful World (Gran, extenso, maravilloso mundo) (F and SF, marzo de 1958). Nolan era el coautor de Logan’s Run (La carrera de Logan), y famoso también como antologista, biógrafo y bibliógrafo de Ray Bradbury.

Viniendo de Hollywood, no sorprendió que en Gamma escribieran autores de ciencia ficción cuyos mayores ingresos procedían de los estudios de cine y de televisión: Charles Beaumont, Ray Bradbury, Ray Russell, Robert Bloch, George Clayton Johnson y Richard Matheson. Los relatos transparentaban este tipo de literatura refinada propia del estilo «cinematográfico», y los mejores no pertenecían a la ciencia ficción, sino al puro horror, como The Snail Watcher (El observador de caracoles), de Patricia Highsmith, o la reimpresión de The Vengeance of Nitocris (La venganza de Nitocris), de Tennessee Williams, tomada del Weird Tales de agosto de 1928. Incluso las narraciones de ciencia ficción estricta sacaban provecho del tratamiento terrorífico, como la extraordinaria Food (Comida), de Ray Nelson, en torno a la creciente locura de un náufrago del espacio.

Gamma no dejó nunca de ser experimental, y al parecer hubiera obtenido más beneficio de adoptar la elegante presentación de una revista normal, ajena a la ciencia ficción. Todos los números ofrecían una interesante entrevista con personas como Rod Serling, Forrest Ackerman o Robert Sheckley. La segunda edición incluyó una inteligente y artificiosa poesía de Ib Melchior, que tomó varios versos de William Shakespeare y los dispuso para dar una exacta descripción del sistema solar.
Obviamente, Gamma sólo significaba para sus editores un negocio adicional y no demasiado provechoso. Sus apariciones eran muy erráticas: el número dos salió en otoño de 1963; el tres, en el verano de 1964; el cuatro, dedicado al espacio exterior y con una portada de gran atractivo, en febrero de 1965; el cinco, en septiembre de 1965… Y ahí acabó todo, aunque se anunció la publicación de otro número al cabo de varios meses. Gamma nunca comprendió sus posibilidades. Aquejada de problemas de distribución, no podía asegurarse un público lo bastante conocedor. Así, los lectores perdieron una de las mejores revistas de ciencia ficción de todas las épocas, pese a su excesivo hincapié en el horror.

A propósito de éste, en agosto de 1963 fue presentada Magazine of Horror. La dirigía Robert Lowndes, que, tras abandonar los Columbia Magazines en 1960, había entrado en la Health Knowledge Inc. como director de la revista de información sexual Real Life Guide y de la publicación Exploring the Unknown, dedicada a ensayos y artículos sobre ocultismo. En 1963, convenció a sus superiores de que una revista con relatos de terror sería la compañera ideal de esta última, y así nació Magazine of Horror. Una distribución deplorable perjudicó a la revista durante toda su existencia, pero Lowndes redujo los costos al mínimo, ateniéndose sobre todo a reimpresiones, que desenterró con admirable gusto, en especial de viejos números de Weird Tales y Strange Tales. Magazine of Horror se interesó a menudo por la ciencia ficción. Su primer número, por ejemplo, presentó The Last Dawn (El último amanecer) (1907), un excelente relato catastrófico de Frank Lillie Pollock. En números posteriores se reeditaron algunas narraciones de la serie Stranger Club, de Laurence Manning, publicadas por primera vez en Wonder Stories. Lowndes se apuntó también un buen tanto al adquirir varios relatos inéditos de Roger Zelazny, entre ellos Comes Now the Power (El poder llega ahora) (verano de 1966), uno de los mejores ejemplos de una vida a la inversa.

La tercera de las nuevas revistas constaba exclusivamente de reimpresiones. En 1957, Ned Pines, editor de las antiguas revistas baratas «Thrilling», había publicado una antología en formato reducido, compuesta de relatos procedentes de Thrilling Wonder. Titulada Wonder Stories, continuaba la numeración de aquélla, ya que Pines había tomado la decisión de vertirla en reedición anual, en caso de una venta satisfactoria. Los relatos, seleccionados por Jim Hendryx hijo, formaban una excelente muestra representativa, en la que destacaban Shadow on the Sand (Sombra en la arena), de John D. MacDonald, una novela corta sobre humanoides, y algunos cuentos de Ray Bradbury, Arthur Clarke y Anthony Boucher. Su peor detalle consistió en una cubierta francamente mala de William Powers, cuya obra jamás se acomodó a la ciencia ficción.

Ned Pines dudó mucho sobre la conveniencia de publicar otros números cuando la depresión afectó al campo de la ciencia ficción. En 1963 realizó un segundo intento y reeditó el mismo número, con mínimos cambios en los relatos, pero en esta ocasión con el formato de las antiguas revistas baratas. Las ventas fueron buenas, y así, en 1964, surgió el primer ejemplar de Treasury of Great Science Fiction Stories, con el mismo formato y una nueva selección de Jim Hendryx. Como antología en tamaño de revista, obtuvo buenos resultados. Y la idea fue imitada por Frederick Pohl, quien en 1964 compiló dos Best Science Fiction, con relatos extraídos de If y de Worlds of Tomorrow.

En 1966, Treasury acortó su título, pasando a llamarse Great Science Fiction Stories. Pronto surgió la confusión, puesto que Sol Cohen acababa de crear una revista de reimpresiones llamadas Great Science Fiction, a fin de aprovechar los archivos de Ziff-Davis. Cohen mantuvo el título, ya que su revista había aparecido unos meses antes, y Treasury cambió de nuevo el suyo por Science Fiction Yearbook.

Bizarre Mystery Magazine, una combinación de ciencia ficción con obras policíacas y de horror, incluyendo una versión condensada de Planet of the Apes (El planeta de los simios), de Pierre Boulle, sacó a la venta tres números en el invierno de 1965.

F and SF merece ciertos elogios por su calidad uniforme. Rara vez decepcionó a lo largo de toda la década, y en general fue excelente. En 1961, publicó la magnífica serie de Brian Aldiss Hothouse (Invernadero), desarrollada en una agonizante Tierra de clima tropical. Roger Zelazny recurrió asimismo a F and SF para sus obras más logradas, una vez que decayó el mercado de Amazing. En número de noviembre de 1963, se incluía su punzante combinación de religión y vida en Marte A Rose for Ecclesiastes (Una rosa para el Eclesiastés), seguida, en marzo de 1965, por The Doors of His Face, the Lamps of His Mouth (Las puertas de su cara, las lámparas de su boca), una de las últimas narraciones en el marco de un Venus acuoso, antes de conocerse la realidad de su corteza seca, turbulenta y tropical. En el breve espacio de tres años, Zelazny se abrió paso entre los famosos. Su novela And Call Me Conrad (Y llámame Conrad), publicada por entregas en F and SF en 1965, obtuvo el Premio Hugo junto con Dune.

El predominio de F and SF se demuestra con sólo enumerar las nominaciones y premios Hugo conseguidos en el período que va de 1961 a 1965 (premios de 1962 a 1966). Otorgando un punto a cada nominación y dos a cada premio en las categorías de revista y obras cortas, el resultado es el siguiente: F and SF, dieciocho puntos; Analog, doce; Galary, once; Amazing, Fantastic y Science Fantasy, cuatro; If y Worlds of Tomorrow, dos.

Al finalizar la cuarta década en la historia de las revistas de ciencia ficción, el cargo de director de F and SF volvió a cambiar de manos. Avram Davidson dimitió para continuar escribiendo. Joseph Ferman (1906-1974), titular de la editorial, le reemplazó durante un año, hasta el número de enero de 1966, pasando luego la dirección a su hijo Edward L. Ferman, de veintiocho años. Ferman hijo llevaría F and SF a cimas todavía más elevadas, en el curso de los diez años siguientes.

Mediada la década de 1960, se produjo una revolución en la ciencia ficción americana. Roger Zelazny combinaba osadamente ciencia, religión y mito en una fusión pirotécnica. Robert Silverberg resurgió de su época de escritor mercenario como el ave fénix de sus propias cenizas, llegando a un enfoque nuevo por completo de la ciencia ficción, que empezó a tomar forma en las páginas de Galaxy. Pero el auténtico símbolo de lo que se avecinaba fue «Repent Harlequin!», Said the Ticktockman («¡Arrepiéntete, arlequín!», dijo el hombre Tictac), de Harlan Ellison, publicado en Galaxy en diciembre de 1965. Ellison había vuelto del revés la historia convencional del rebelde que no se adaptaría a una sociedad futura, dándole un tratamiento original. Ellison, Zelazny, Silverberg y muchos otros encabezaron la revolución americana de los años sesenta. Sin embargo, la batalla principal no se libraría en Estados Unidos, sino en Gran Bretaña.

REFLUJO Y NUEVA OLA (6)


REFLUJO Y NUEVA OLA

Mike Ashley

6. Una vuelta por el mundo

En abril de 1956, ocho países poseían revistas de ciencia ficción autóctonas. Francia tenía dos; Rumania, Suecia, Italia, Alemania, Australia, México y Argentina, una.

La situación de las revistas en Australia resultaba deprimente. La nación no había disfrutado jamás de una publicación que le perteneciese estrictamente. La mayoría de sus revistas eran reediciones de otras o estaban integradas por reimpresiones selectas. La única original, Thrills Inc, se había reducido a malas copias de relatos americanos o a lamentables cuentos juveniles. Sólo quedaba ahora Science Fiction Monthly, también compuesta de literatura reimpresa, de calidad normal, procedente de revistas británicas y americanas. Subsistió hasta enero de 1957. A partir de entonces, Australia se quedó sin una sola publicación autóctona. México y Argentina se hallaban casi en las mismas condiciones. La revista mexicana se llamaba Enigmas, nacida en agosto de 1955. Dirigida por Bernardino Díaz, se trataba en esencia de una Startling Stories mexicana, con escasos relatos inéditos. Lo mismo se aplicaba a Ciencia y Fantasía, una F and SF mexicana, que apareció en septiembre de 1956. Fue bien recibida en principio y mantuvo una periodicidad mensual, pero la circulación declinante se reflejó en un constante aumento del precio, hasta que acabó por desaparecer en diciembre de 1957. Enigmas siguió el mismo camino en mayo de 1958. En aquel mismo verano, Fantasías del Futuro, un solo número igualmente compuesto de reediciones, no logró causar impacto alguno.

La revista argentina, titulada Más Allá, se había iniciado en junio de 1953 como una edición de Galaxy. Ahora bien, siendo la única revista sudamericana de ciencia ficción, atrajo a los escritores del continente, y los relatos inéditos pasaron a formar una sección regular. Al cerrar finalmente, en junio de 1957, Más Allá había colaborado en el adiestramiento de un buen número de autores y en la creación de un saludable grupo de aficionados sudamericanos. Pistas del Espacio, la siguiente en publicarse, con impresión en formato de libro de bolsillo de novelas norteamericanas, incluyó también de cuando en cuando nuevos relatos. cuando desapareció, en el verano de 1959, la ciencia ficción argentina quedó en suspenso. No obstante, el final de la década presenció más movimiento en el continente. En septiembre de 1964, surgió Minotauro, una edición de F and SF, aunque con obras originales. El aficionado sudamericano H. G. Oesterheld experimentó en Géminis, su revista quincenal, una combinación de relatos inéditos y reimpresiones de Galaxy, pero sólo pudo publicar dos números, en el verano de 1965.

La ciencia ficción empezaba a florecer realmente en Europa. La espina dorsal de la ciencia ficción francesa la constituía Fiction, su edición de F and SF. Lanzada por Maurice Renault en octubre de 1953, estaba dirigida por Alain Dorémieux, que adquiría buen número de obras originales de autores franceses y belgas. Fiction contrastaba con Satellite, una publicación formada en exclusiva por reediciones, muy mal confeccionada, que ofrecía traducciones deficientes y solía publicar el mismo relato dos veces con diferentes títulos. Desfigurada de un modo similar, aunque no tan mala, Galaxie, la Galaxy francesa, sobrevivió durante sesenta y cinco números, hasta abril de 1959.

Por su parte, Suecia se puso a la cabeza de los países escandinavos en cuanto al desarrollo de la ciencia ficción. Al fin y al cabo, había sido el lugar de nacimiento de la primera revista de ciencia ficción, Hugin, en 1916. Durante la segunda guerra mundial se había publicado un semanario de reediciones, Jules Verne Magasinet, pero la revista más importante, y la que inició la gran afición sueca, fue Häpna! Se trataba, en esencia, de un proyecto financiado por aficionados, publicado por los hermanos Kurt y Karl-Gustaf Kindberg, y que perdía dinero de modo invariable. De su dirección se encargaba Kjell Ekström (1920-1971), recordado con orgullo por numerosos aficionados y autores suecos. No sólo seleccionaba y traducía gran parte del contenido de ciertas revistas americanas y británicas, sino que animaba a los escritores noveles, como Sam Lundwall y Sture Lönnestrand. La revista mantuvo una periodicidad mensual durante toda su existencia, a partir del primer número, en marzo de 1954. En 1964 enfermó Kurt Kindberg, con lo que aumentaron las dificultades de financiación. La revista empezó a salir de modo irregular y, por último, se liquidó en enero de 1966, después de ciento treinta y siete números. Aun así, no significó el verdadero final de Häpna!

En 1958, Sam Lundwall había planeado una revista de reediciones, Alpha, que no había hecho más que aparecer cuando el financiero se echó atrás. Como compensación parcial, se inició en septiembre de 1958 una edición sueca de Galaxy, con Henrik Rabe como director. Contenía algunas obras originales y una sección de cartas de los lectores. No tan efectiva como Häpna!, desapareció en julio de 1960.

Pero Suecia no era la única nación escandinava que publicaba una revista de ciencia ficción. Todas las demás tenían sus propias publicaciones en los años cincuenta, la mayor parte nutridas por la Galaxy americana. La versión noruega, Tempo, dirigida por Árne Ernst, publicó cinco números en el invierno de 1953-1954. La finlandesa, Aikamme, dirigida por Mary Wuorio, puso también a la venta cinco números desde agosto hasta diciembre de 1958, aunque con escasos relatos inéditos. La danesa Planet, dirigida por Knud Andersen, que seleccionaba su literatura de Astounding, se las arregló para durar seis números, de enero a junio de 1958.

Los alemanes enfocaban la revista de ciencia ficción de manera distinta. Sus «revistas» eran esencialmente reediciones de libros de bolsillo, especializados en la ópera espacial. El padre de la ciencia ficción alemana, Walter Ernsting (nacido en 1920), comenzó casi en solitario la serie de libros y revistas. Tomó como punto de partida las publicaciones «Utopia», de las que sólo una puede clasificarse en sentido estricto como revista: Utopia-Sonderband, lanzada por Ernsting a finales de 1955. No tardó en cambiar su titulo a Utopia-Magazin, basándola en gran medida en reimpresiones. Ernsting dejó la empresa en 1957, pero Utopia continuó, bajo la dirección de Bert Koepen, hasta agosto de 1959. En sus últimos tiempos, hubo de luchar con una publicación rival, Galaxis, la Galaxy alemana, que se editó entre marzo de 1958 y julio de 1959. Traducida por Lothar Heinecke, también presentó algunos relatos inéditos. Tras la desaparición de ambos títulos, Alemania quedó sin una sola revista que publicara relatos cortos originales de sus propios autores. Sin embargo, los lectores que sentían preferencia por la ópera espacial no tuvieron motivo de preocupación. En los últimos años de la década de los cincuenta, se publicaron de modo regular diversas series de libros de bolsillo, como Terra, Terra Sonderhand y Abenteuer im Weltenraum, especializadas en reediciones de novelas americanas y británicas, drásticamente corregidas. Por otro lado, Luna-Weltall publicaba muchas novelas originales, la mayoría dedicadas a los lectores juveniles. Con estos comienzos, el próximo paso, es decir la aparición del más famoso de todos los superhéroes de la ópera espacial, Perry Rhodan, se produjo de manera natural.

En el verano de 1961, Ernsting había planeado una serie de novelas similar basada en un personaje central, pero a sus entonces editores habituales no les gustó la idea. Formando equipo con Karl H. Scheer (nacido en 1928), un conocido colaborador de Luna, Ernsting preparó la primera novela, Operation Stardust (Operación nebulosa), para una editorial rival. Las ventas fueron fabulosas, y las novelas empezaron a salir con rapidez, al ritmo de una por semana, contratándose a un equipo de escritores para mantener tan intensa producción. El personaje y sus aventuras ganaron en popularidad vertiginosamente, y pronto los libros se vendieron a millones en todo el continente. La primera editorial que había rechazado la idea, al comprender su error, lanzó Mark Pawers, y una tercera inició la serie de Rex Corda. Estas débiles imitaciones perdieron enseguida el paso, mientras que Perry Rhodan se asentaba cada vez con mayor fuerza. Como ya he dicho, se trataba de novelas, no de revistas, pero tuvieron distintas repercusiones en América una década más tarde.

Italia fue durante este período el país europeo con más revistas de ciencia ficción. Algunas se reducían también a las novelas publicadas en formato de libro de bolsillo, igual que en Alemania. No obstante, existían muchas otras que ofrecían además relatos cortos. Nada menos que veintisiete revistas hicieron breves apariciones en la década que nos ocupa, en numerosos casos indistinguibles unas de otras. La mayoría se basaba ampliamente en reimpresiones de obras americanas y británicas, lo mismo que la publicación básica, I Romanzi di Urania, creada en octubre de 1952. Al principio de gran calidad, ésta decayó un tanto en años posteriores, lo que provocó un descenso en su circulación. No obstante, Urania (nombre abreviado que adoptó a partir de julio de 1957) mantenía una periodicidad regular. Incluso llegó a publicarse semanalmente en cierto momento.

De entre la explosión de títulos surgida en 1957, hay que destacar Oltre il Cielo, que apareció en septiembre. Luigi Cozzi la describiría más tarde como «una especie de imitación vulgar de Science and Invention», aunque contenía relatos inéditos y artículos de autores italianos además de las inevitables reimpresiones. Una novedad en cierto sentido la constituyó Au Delá du Ciel, nacida en marzo de 1958. Con obras originales y reediciones, era una revista italiana, publicada en Roma… y escrita en francés.

Italia tuvo más de la parte que le correspondía en cuanto a ediciones de Galaxy se refiere. La Urania original de 1953 había pretendido ser una de ellas. Hubo una Galassia en 1953 y otra más en 1957. Una genuina Galaxy italiana apareció en junio de 1958, dirigida por la señora Roberta Rambelli, uno de los críticos italianos de ciencia ficción más respetados. Dicha edición se prosiguió hasta marzo de 1964, pero, para aumentar la confusión, en enero de 1961 apareció una tercera Galassia, dirigida asimismo por la señora Rambelli.

Queda claro, pues, que ningún país, aparte de Estados Unidos y Gran Bretaña, disponía de una sola revista formada en exclusiva por obras de sus propios autores. Siempre se trataba de una plétora de reediciones. Resulta difícil por tal motivo valorar el efecto de la ciencia ficción extranjera en el escenario de la revista. En realidad, tal efecto es insignificante. Pero las publicaciones sirvieron al menos como campo de entrenamiento para autores noveles que, más tarde, escribirían en serio. Y estas novelas ejercerían un efecto de revitalización del género al ser traducidas al inglés.

Del resto de las revistas extranjeras, la única especializada en el género tras el telón de acero era la rumana Colectia Povestin Stiintifico Fantastice, lanzada en junio de 1955 como suplemento de la popular revista científica Stiinta si Technica. Dirigida por Adrian Rogoz, imprimía material procedente de todo el mundo, al tiempo que estimulaba a los escritores locales, como Sergiu Farcasan y Vladimir Colin. Conservó su periodicidad quincenal a lo largo de la década de los sesenta, hasta octubre de 1969. Otras revistas científicas de la Europa del Este, como la rusa Iskatel y las yugoslavas Kosmoplov y Galaksija, ofrecían relatos de ciencia ficción en sus números, aunque muy variables en cuanto al contenido.

Quizá la más lograda de todas las revistas extranjeras fuese la japonesa SF Magazine. Dirigida por Masami Fukushima (nacido en 1929), se presentó en febrero de 1960 con la acostumbrada mezcla de ciencia ficción inédita y reimpresa. Siendo la única publicación de su tipo en Asia, que contaba con una floreciente comunidad de aficionados a la ciencia ficción, sus ventas se dispararon, y pronto pasó a una periodicidad mensual regular, con una circulación superior a los cien mil ejemplares.

A pesar de este desarrollo mundial, todos los ojos seguían volviéndose hacia Estados Unidos para comprobar las tendencias. Y al iniciarse la década de los sesenta, la ciencia ficción estadounidense mostró por fin los indicios de un renacimiento.


REFLUJO Y NUEVA OLA (5)


REFLUJO Y NUEVA OLA

Mike Ashley

5. Los talentos británicos

En abril de 1956, había en Gran Bretaña cuatro revistas de ciencia ficción autóctonas: Authentic, Nebula, New Worlds y Science Fantasy. New Worlds era la más antigua. Fundada en 1946, dejó de circular poco después, renació en 1949 y, superando una serie de obstáculos subsiguientes, llegó a una periodicidad mensual en abril de 1954. Junto con su compañera bimensual, Science Fantasy, tenía como director a Edward John Carnell.

Nebula, propiedad exclusiva de Peter Hamilton, con sede en Glasgow, Escocia, pese a sus irregulares apariciones contaba con un público sólido, en especial norteamericano, y se procuraba literatura de primera clase, obra de autores destacados, a base de pagar excelentes precios. Administrada con escasos recursos, en la mayoría de los casos cada número se financiaba con el precedente.

Authentic pertenecía a la editorial Hamilton and Co, de Knightsbridge, Londres. El cargo de director acababa de pasar al escritor E.C. Tubb. Hasta entonces, había estado capitaneada por el investigador químico H. J. (Bert) Campbell, pero éste deseaba dedicar más tiempo a su profesión. A Campbell se le permitió elegir a su sucesor. Tubb, en tono humorístico, recuerda así el momento: «Llegué a dirigir una revista por un camino muy simple. Bert Campbell me dijo: «Puesto que prácticamente la estás escribiendo tú solo, también puedes dirigirla»».

Tubb se ajustaba a la verdad hasta cierto punto, ya qué, sirviéndose de infinidad de seudónimos, solía ocupar más de la mitad del número. La situación no se alteró al pasar a director, sobre todo por el deplorable nivel general de los relatos presentados. Conforme se aproximaba el limite de tiempo, Tubb precisaba llenar la edición con sus propias narraciones. El punto de vista de Tubb sobre la calidad literaria y los peligros en que se incurre con la edición de una revista se aplica a todo el campo y demuestra que dirigir una revista no es tarea fácil.

«La proporción entre el material aceptado y el rechazado giraba en torno al uno por veinticinco. Examiné manuscritos con las grapas ya oxidadas y las hojas medio deshechas, producciones desenterradas y pasadas al nuevo director, junto con las devoluciones previas. Además, recibía escritos que no tenía nada que ver con la ciencia ficción. Y algunos tan horrorosos que me forzaban a admirar el optimismo de sus autores.

Para justificar lo antedicho, aclararé que Bert llevaba un registro -que yo conservé- de todos los manuscrito, recibidos, junto con la fecha de aceptación o rechazo. Gracias a ese registro, y a mi curiosidad, resultaba fácil localizar las obras que habían sido enviadas a Bert, rechazadas y devueltas y que en aquel momento me llegaban de nuevo. No hay ningún mal en eso, los editores tienen gustos distintos. De todos modos, entre todo aquello descubrí un cuento francamente bueno, brillante, muy aceptable… Hasta que comprendí la verdad y reconocí en él un relato publicado por Astounding unos doce años antes. Un director poco aficionado a la ciencia ficción no habría reparado en ello. Yo sí, por fortuna. De tal manera, me ahorré una vergüenza y la publicación de un plagio descarado».

El plagio es un azote que padecen todos los editores, aunque no se produce tan a menudo como cabría suponer, al menos en el género de la ciencia ficción.

Authentic, siempre amena, gozaba de una buena clientela. Las escasas quejas se debían a que Bert Campbell ponía demasiado énfasis en los artículos científicos. Con Tubb al mando, tales artículos fueron eliminados muy pronto, o al menos reducidos al mínimo. El próximo cambio se hizo patente de inmediato. Authentic se imprimía en formato de libro de bolsillo, puesto que había nacido como una serie de novelas en rústica, las cuales adquirieron poco a poco una personalidad que aconsejó convertir la colección en revista. Tubb pensó que este detalle perjudicaba a la publicación y provocaba que pasara inadvertida en los quioscos (situación exactamente opuesta a la de Estados Unidos). A petición de Tubb, el número de marzo de 1957 se editó en un formato mayor. Tal como se esperaba, su circulación aumentó a catorce mil ejemplares.

Lo que el público no supo fue que aquél era el último recurso intentado por Tubb para salvar Authentic. Los administradores de la editorial Hamilton and Co preveían que el futuro del negocio residía en el libro económico. Gran Bretaña no carecía de ellos, cierto, pero se trataba con mucho de un terreno secundario. Después de la guerra, Gran Bretaña se había visto sumergida por un océano de libros baratos, chillones y de pobre contenido, que había sobrecargado el mercado, dando mala fama a este tipo de publicación. Sólo Penguin Books y un escaso número de otras editoriales habían logrado conservar su buen nombre. Hamilton acabó por tomar la decisión de eliminar Authentic, aunque los editores consideraron la sugerencia de Tubb de que la revista se transformara en una antología original periódica, como la serie Star SF de Pohl, para encajar en la nueva política editorial.

La situación se volvió irreversible cuando Hamilton contrató los derechos para todo el mercado británico de una obra americana muy vendida…, a un precio extremadamente alto. La editorial ya no podía permitirse el lujo de tener dinero invertido en Authentic. A Tubb se le concedieron dos meses para liquidar la revista y publicar todas las obras ya adquiridas. Authentic desapareció tras su número de octubre de 1957.

Lo irónico de la situación residía en que el libro americano que inclinó la balanza, The Blackboard Jungle (La jungla de la pizarra), que giraba en torno a la delincuencia juvenil, era obra de Evan Hunter. Y éste, tanto con ése como con su auténtico nombre, S. A. Lombino, había sido un famoso escritor de ciencia ficción durante los primeros años de la década de los cincuenta, publicado en la mayoría de las revistas estadounidenses…

Authentic incluyó en sus últimos números bastantes relatos procedentes de publicaciones americanas, y los cuentos no escritos por E. C. Tubb estaban firmados normalmente por Kenneth Bulmer, Brian Aldiss o Philip E. High. Como ejemplo de la literatura, nítida y precisa, que podía encontrarse en la revista, esta antología se inicia con Mr Culpeper’s Baby, de Bulmer.

Parece un símbolo del destino que Authentic concluyera el mismo mes en que el lanzamiento del Sputnik 1 inició la era espacial, siendo así que sus consecuencias beneficiarían más a las revistas británicas que a las americanas. El libro barato no se hallaba aún plenamente en marcha, al menos en lo que respecta a la ciencia ficción. Hamilton and Co emprenderían un largo camino hasta encabezar dicha tendencia, empezando por incrementar la producción del sello Panther. En la actualidad, Panther Books posee el mayor catálogo británico de ciencia ficción en formato económico.

Al frente de Nebula, Peter Hamilton venció resueltamente los numerosos obstáculos que se oponían a la edición de revistas del género, y extendió su publicación a escala mundial. En el número de mayo de 1957, le fue posible alardear de que Nebula pasaría desde entonces a mensual, una periodicidad que sostuvo, con ligeros contratiempos, durante los dieciocho meses siguientes. En septiembre de 1957, Hamilton afirmó que Nebula era la revista de ciencia ficción más vendida de Gran Bretaña con cuarenta mil lectores y distribución en veintiséis países.

Hamilton tenía todo el derecho a jactarse, pues lo había logrado todo por si mismo, a cambio de grandes riesgos financieros y un enorme cansancio físico. Su salud empeoró mucho durante los años cincuenta -pese a ser un hombre todavía muy joven-, lo cual contribuyó a su decisión final de cerrar la revista.

Nebula ofrecía la mezcla adecuada de ficción y realidad. Relatos extensos y cortos se combinaban de manera satisfactoria con artículos científicos y secciones regulares, entre ellas la cinematográfica de Forrest J. Ackerman y la de colaboraciones del lector, a cargo de Walt Willis. La labor artística solía impresionar por las vigorosas y brillantes cubiertas, las pulidas contraportadas en blanco y negro y las fotografías interiores.

En cuanto a su contenido literario, Nebula fue la autora del lanzamiento de Brian Aldiss en mayor grado que cualquier otra revista. Hamilton había adquirido su primer relato, «T», aunque no lo publicó hasta noviembre de 1956, fecha en que Aldiss aparecía ya regularmente en otras publicaciones. All the World’s Tears, incluido en el Nebula de mayo de 1957, alcanzó un gran éxito. En un editorial posterior, Peter Hamilton se encargó de subrayar que tal relato constituyó el punto crítico de la reacción del lector ante Aldiss. Tras su publicación, el nombre de éste acaparó el interés de todos. (All the World’s Tears se incluye en el presente volumen.) Los ojos del mundo entero se volvieron hacia Aldiss, que, en la Convención Mundial de Ciencia Ficción de 1959, recibió una placa como «Autor novel más prometedor del año».

El autor más popular de Nebula fue E. C. Tubb, que publicó en ella veintisiete relatos. Aunque los mejores aparecieron en los primeros años de la revista, hay que señalar como favorito de este período su cuento de misterio sobre extraterrestres e inmortalidad, Talk Not At All (No habléis en modo alguno) (agosto de 1958). Entre los demás que consiguieron la fama a través de Nebula, anotemos a Francis G. Rayer, con su relato catastrófico Beacon Green (El faro verde) (marzo de 1957), Robert Presshe, con Old MacDonald (El viejo MacDonald) (abril de 1958), una ingeniosa narración sobre la agricultura en Venus, y William Temple, con su serie Goliath, una guerra entre los extraterrestres y la Tierra, publicada en forma de libro con el título The Automated Goliath (El goliat automatizado) (1962).

En 1958, una huelga de los impresores retrasó la aparición de todas las revistas británicas. Sin embargo, Nebula, que se imprimía en Irlanda, no se vio afectada por ella. La circunstancia proporcionó a Hamilton la oportunidad de hacer fortuna. Por desgracia, no supo aprovecharla. Se había apoyado con exceso en sus lectores americanos, y en 1958, precisamente, la catástrofe se abatió sobre el mundo de la revista estadounidense. Nebula se resintió del golpe.

No se recuperó lo bastante y, pese a aumentar su precio de dos chelines a dos chelines y seis peniques, Hamilton supo que fin estaba próximo. La desaparición pasó de momento inadvertida para sus lectores, acostumbrados a la otrora errática periodicidad de Nebula. Al no aparecer ningún número después de junio de 1959, nadie se sintió alarmado en principio. Pero al finalizar ese año, fue obvio que Nebula había dejado de existir. No hay ningún rastro de Peter Hamilton a partir de ese momento. Ahora bien, las cuarenta y una ediciones de Nebula constituyen un monumento a lo que un solo hombre puede lograr con la suficiente determinación y entrega.

La muerte de Nebula dejó a las revistas de Nova como única fuente de ciencia ficción en Gran Bretaña. Durante el período 1957-1958, había existido una revista de terror, Phantom, a base de reediciones. Su editor artístico, Cliff Lawton, lanzaría posteriormente una nueva publicación, A Book of Weird Tales (1960), con reimpresiones seleccionadas por Ackerman, pero que sólo duró un número. Había también la colección de libros de bolsillo «Supernatural Stories», publicada por John Spencer and Co., de Shepherds Bush. Cada seis semanas, aproximadamente, publicaba una novela, acompañada por un tomo de cuentos. La mayor parte de éstos procedían en exclusiva de R. Lionel Fanthorpe, autor asimismo de numerosas novelas de ciencia ficción, adquiridas por dicha editorial. Su fenomenal producción nacía de sus ratos libres (la mayor parte del día la dedicaba a su trabajo como maestro de escuela). Lógicamente, de ahí derivó una pérdida de calidad. No obstante, sus relatos sirvieron de escalón intermedio a los nuevos iniciados en la ciencia ficción que no habían descubierto las revistas de Carnell.

New Worlds ha sido considerada siempre como la columna Vertebral de la ciencia ficción británica, más por su longevidad y regularidad que por su calidad…, aunque ésta fuera excelente. Significaba la principal salida para aquellos que trataban de ganarse la vida escribiendo. New Worlds excluía todo relato o novela por entregas que no perteneciese a la denominada ciencia ficción estricta, en tanto que Science Fantasy admitía narraciones más en el límite de la ciencia ficción, incluso de pura fantasía.

Science Fantasy fue varias veces nominada para el Hugo, confirmando así su popularidad. Su plato fuerte consistía en un extenso relato, siempre fascinante y absorbente, en muchos casos obra de John Brunner; por ejemplo, A Time To Rend (Un tiempo que desgarrar) (diciembre de 1956), desarrollado en un misterioso mundo paralelo, Lungfish (El dipnoo) (diciembre de 1957), que juzgaba los efectos psicológicos sufridos por los niños que nacen en una nave espacial viajando durante varias generaciones, Earth Is But A Star (La Tierra no es más que una estrella) (junio de 1958), donde se describía una Tierra decadente que se expone a su destrucción por una estrella fugaz, y City of the Tiger (La ciudad del tigre) (diciembre de 1958), que, junto con The Whole Man (El hombre completo) (abril de 1959), narra los esfuerzos y los éxitos de un telépata con dotes curativas. Los dos últimos, revisados, aparecieron con el título Telepathist (Telépata) (1964) y le valieron a Brunner una nominación para el Hugo.

Entre otros excelentes relatos, figuran también las variaciones de Kenneth Bulmer sobre mundos extraños, Reason For Living (Razón para vivir) (octubre de 1957) y The Bones of Shoshun (Los restos de Shoshun) (octubre de 1958); la fascinante manipulación del hado de Destiny Incorporated (Destino, S. A.) (agosto de 1968), de John Kippax; Dial O for Operator (Marque el O para la telefonista) (febrero de 1958), de Robert Presslie, un cuento realmente sobrecogedor sobre una petición telefónica de ayuda procedente del futuro, y 200 Years to Christmas (200 años para Navidad) (junio de 1959), de J. T. Mclntosh, la aventura de una nave «generacional».

J. G. Ballard, más conocido por su obra en New Worlds y uno de los primeros en moldear el nuevo enfoque de la ciencia ficción, proporcionaba buena parte del material para Science Fantasy. Pero el primer murmullo de la «nueva ola» se oyó en New Worlds, y en esta misma revista, una década después, explotó en el maremoto final.

Ballard fue reconocido de inmediato como un genio creador, y se le concedió una doble presentación en público, con sendos relatos en los números de Science Fantasy y New Worlds correspondientes a diciembre de 1956. En primer lugar, le fue aceptado Escapement (Escape), un cuento básico sobre un hombre no sincronizado con el tiempo. Pero antes había escrito Prima Belladonna, el primero de los que Ballard situaría en el escenario de Vermillion Sands, su maravilloso mundo de fantasía. Los relatos posteriores demostraron una originalidad y pericia muy profundas. Build-Up (Acumulación progresiva) (enero de 1957) detallaba un dilema aterrador, en un vasto complejo urbano del futuro, en tanto que Manhole 69 (Nicho) (noviembre de 1957) era una tétrica y aterradora visión de la locura. En 1959, Ballard hablaba así de la ciencia ficción:

«Lo que me interesa sobre todo en la ciencia ficción es la oportunidad que ofrece de experimentar con ideas científicas o psicoliterarias que tienen poca o ninguna conexión con el mundo de la novelística, como por ejemplo el sueño codificado o el huso horario. Pero del mismo modo que los psicólogos se dedican ahora a elaborar modelos de neurosis de ansiedad y estados de enajenamiento, en forma de diagramas verbales, considero que una buena historia de ciencia ficción significa un modelo de cierta imagen psíquica, cuya veracidad da su mérito al relato».

De este primitivo período experimental, he seleccionado The Overloaded Man para representar a Ballard en el presente volumen.

La influencia de Ballard en la ciencia ficción se dejó sentir.de inmediato, aunque indicios de su enfoque se vislumbraban en las obras de algunos de los nuevos autores, como Brian Aldiss e incluso Colin Kapp. El último, a diferencia de Ballard, escogió para su producción temas científicos estrictos, si bien subrayando el punto de vista humano, con un énfasis psicológico y filosófico notorio. Su primer relato, Life Plan (Plan vital) (noviembre de 1958), trataba el tema del superhombre, mientras que Survival Problem (Problema de supervivencia) (abril de 1959) se ocupaba de los esfuerzos por penetrar en otra dimensión. El temprano éxito de Kapp llegó con The Railways up on Cannis (El ferrocarril de Cannis) (octubre de 1959), el primero de una serie de cuentos en torno a un equipo de ingenieros que usan métodos heterodoxos para resolver extraños problemas científicos.

Uno de los autores más populares de New Worlds fue el escritor irlandés James White. Colaboró en ella con regularidad a partir de la publicación de Assisted Passage (Pasaje permitido) en el número de enero de 1953, ganándose cada vez más lectores gracias a sus relatos científicamente exactos, que a menudo se centraban en temas conflictivos. Uno de ellos, Tableau (Cuadro) (mayo de 1958), se refería al símbolo permanente erigido en memoria de una guerra humano-extraterrestre. Grapeliner (De boca en boca) (noviembre de 1959) describe la situación crítica originada cuando el hombre encuentra por primera vez vida extraterrestre. La principal contribución de White a New Worlds consistió en su serie acerca de un hospital espacial para alienígenas, que empezó con Sector General (General de sector) (noviembre de 1957).

Numerosos autores de gran valía dieron sus primeros pasos en las revistas de Carnell: John Kippax, Robert Presslie, Don Malcolm, John Boland, Dan Morgan, John Rackham y Michael Moorcock. También disponían de escritores regulares, como John Brunner, Brian Aldiss, Ian Wright, E.C. Tubb, Arthur Sellings, Kenneth Bulmer y J. T. McIntosh. Entre las contribuciones de Bulmer, hay que citar varias novelas publicadas por entregas, que empezaron con Green Destiny (Destino verde) (1957), la descripción de una civilización submarina. Ian Wright proporcionó dos de los mejores folletines de la revista, Who Speaks of Conquest? (¿Quién habla de conquista?) (1956), en torno al descubrimiento terrestre de una super-raza de alienígenas, y A Man Called Destiny (Un hombre llamado destino) (1958), sobre un ingeniero que descubre en si mismo facultades especiales.

Varios de los relatos por entregas de New Worlds eran reediciones de novelas norteamericanas. De hecho, la mayoría de las revistas británicas incluían reimpresiones estadounidenses. Se debía a que, a principios de la segunda guerra mundial, se impusieron restricciones de importación sobre los libros y las revistas. Luego, no fueron levantadas plenamente, sino que conservaron su rigor hasta 1959. En consecuencia, ninguna revista americana de ciencia ficción se conseguía con facilidad en Gran Bretaña. El público tenía que confiar en los relatos reeditados en las revistas británicas, o en una edición británica del original americano. Esta última práctica surgió en los años cincuenta, y muchos de los títulos importantes en Estados Unidos tuvieron un equivalente británico, aunque variaban sumamente en contenido. Algunas ediciones, como las de Future y SF Stories, de Strato Publications, reproducían con exactitud el original americano, si bien cambiando la publicidad. En el otro extremo, la F and SF, de Atlas Publishing and Distributing Company, solía omitir algunos relatos y cambiar otros de orden, de manera que conservaba escaso parecido con el original. La reedición británica más consistente era la Astounding, de Atlas. Lanzada en agosto de 1939, se publicó de manera esporádica durante toda la guerra, pasando a una periodicidad mensual en febrero de 1952. En 1953, se redujo a formato de bolsillo, y su título se hizo familiar durante toda la década de los cincuenta.

Los dos términos de esta alternativa llevaron a ocasionales duplicaciones. Por ejemplo, la fantasía de Robert Silverberg sobre una memoria retentiva perfecta, The Man Who Never Forgot (El hombre que nunca olvidaba), apareció primero en la F and SF americana, en febrero de 1958, y después, en la británica, en enero de 1960… Pero ya había sido reeditada en Science Fantasy, en diciembre de 1958.

Las ediciones británicas seguían los pasos de sus contrapartidas norteamericanas en cuanto al material, aunque la F and SF de Gran Bretaña reeditó tres relatos de otra procedencia. Solo una reedición británica llegó a adquirir identidad propia: Science Fiction Adventures. En 1956, Carnell asistió a la convención mundial de ciencia ficción, en Nueva York. Allí concertó con Irwin Stein y Larry Shaw la publicación de una edición británica de su aún por nacer Science Fiction Adventures. El primer número estadounidense estaba fechado en diciembre de 1956. La edición británica no apareció hasta marzo de 1958. Bimensual en principio, sus cinco números iniciales constaban de una serie de relatos largos y breves procedentes de diversas ediciones americanas; las reimpresiones no conservaban todos los originales. Apenas se había publicado el número tres en Gran Bretaña, cuando llegaron noticias de que la revista original no continuaba. La cosa no afectaba de momento a Carnell, ya que al existir doce números americanos, disponía de suficiente material para elegir. Sin embargo, no se durmió en los laureles. Mientras publicaba las reimpresiones contratadas, inició rápidamente la adquisición de nuevas obras, a fin de llenar su revista. Con el número seis, fechado en enero de 1959, la publicación pasaba a ser independiente por entero.

De excelente contenido, se especializó en los relatos largos, donde los escritores podían desarrollar sus temas y personajes. Deseaba aventuras sólidas, básicas y sobre todo amenas. En el primero de los nuevos números, por ejemplo, se incluyó Shadow on the Sword (Sombra sobre la espada), del australiano Wynne Whiteford, detallando las consecuencias del hallazgo de una nave extraterrestre en Tritón, la luna de Neptuno. El relato había sido publicado primero en Fantastic Universe de octubre de 1958, mas aquella versión había sido recortada para encajar en esta revista. SF Adventures editó la obra completa. También colaboraron en ella Kenneth Bulmer, con el seudónimo Nelson Sherwood y una atrayente narración sobre un planeta que era un verdadero paraíso, a excepción de su fauna, Galactic Galapagos (Galápagos galácticos), y Arthur Sellings, con The Tycoons (Los magnates), un inteligente relato en torno a una infiltración extraterrestre.

La revista fue bien acogida y sobrevivió mucho tiempo a la publicación madre. Evidentemente, la revista británica de ciencia ficción gozaba de un estado de salud muy superior al de la americana. Numerosos americanos lo reconocieron así y clasificaron a New Worlds como la segunda mejor publicación de ciencia ficción del mundo, tan sólo detrás de Astounding.

El resto del mundo se encontraba en un estado similar respecto al predominio de la revista, aunque por distintas razones.