sábado, 27 de marzo de 2021

PASAJEROS

“Pasajeros” (Passengers) es un relato de Robert Silverberg que apareció por primera vez en la publicación antológica Orbit editada por Damon Knight, en volumen número 4 en 1968 y reeditado más adelante en “The Best of Robert Silverberg” en 1976. Este cuento ganó el Premio Nebula a la Mejor Historia Corta en 1969 (el primero de los cinco que ganaría durante toda su carrera) y fue nominado para el Premio Hugo a la Mejor Historia Corta en 1970. 

La historia está ambientada en el no tan lejano año de 1987 (recordemos que el relato se escribió entre 1967 y 1968). Se nos cuenta que durante tres años, la gente en la Tierra ha estado sujeta a la voluntad de los "Pasajeros", seres intangibles de los cuales nunca se explica su origen y que usurpan los cuerpos humanos temporalmente y sin previo aviso, y no hacen nada más que jugar y causar estragos. El poseído es consciente de serlo aun cuando el Pasajero lo domina por completo. Sin embargo, cuando el Pasajero se va los recuerdos de lo ocurrido se van con él. 

Silverberg imagina que en esta situación la humanidad crea nuevas formas comportamiento, nuevas normas y protocolos, como apartar la mirada de quien acaba de ser liberado o no valerse de lo que uno aprende de los demás cuando están poseídos.

La historia está narrada por un hombre que se despierta después de un viaje de tres días. Inusualmente, recuerda lo que ha sucedido: un encuentro sexual aleatorio con una mujer que también estaba poseída en ese momento. Por casualidad, la encuentra pocas horas después de que su Pasajero la haya dejado. Luchando contra el pesimismo generalizado del mundo (la gente tiende a evitar las relaciones, ya que uno puede ser tomado por un Pasajero en cualquier momento), trata de conectarse con su compañera. 

Dejo el siguiente audio para que disfruten de este relato.



MONARCH BOOKS

Charles Newman Heckelmann era un novelista pulp centrado fundamentalmente en historias del Viejo Oeste que se había convertido en editor de Ned Pines en la década de 1940 y había ascendido a editor en jefe en Popular Library, donde fue elegido vicepresidente en 1954. Renunció a Popular Library a partir del 12 de junio de 1958. Junto con Victor Fell, un editor de tapa dura y Allan Adams, vicepresidente de Capital Distributing, fundó una nueva editorial a la que pusieron por nombre Monarch Books.

Monarch Books fue una editorial estadounidense de finales de la década de 1950 y principios de la de 1960 que se especializó en novelas pulp. Algunas de las novelas publicadas por esta editorial sirvieron de inspiración para los guiones de varias películas y a su vez la editorial publicó la novelización de varios filmes de éxito en su momento.

Monarch Books comenzó lentamente, publicando dos libros por mes desde octubre de 1958 hasta enero de 1959. En febrero, 1959 la emisión se incrementó a tres libros por mes, y a cuatro libros por mes en julio de 1959. En pocos meses la producción subió de manera constante, pero varió entre 6 y 8 libros durante varios meses. En febrero 1962, Monarch publicaba hasta 10 libros por mes, y eso se mantuvo estable hasta abril de 1964, llegando a publicar hasta 12 libros.

Monarch Books funcionó principalmente por las aportaciones de la Agencia Literaria Scott Meredith. La mayoría de los agentes literarios simplemente comercializan el material que escribían sus autores, comprando sus novelas con la esperanza de que alguna editorial a su vez se las comprara. La Agencia Meredith estuvo un tanto desacreditada debido a que muchas de las obras con las que trabajaban estaban “empaquetadas” como material pornográfico.

Gran parte del material que proporcionaron a Monarch Books fue escrito por encargo a pedido de Charles Heckelmann. Buena parte de este material "empaquetado" tenía un seudónimo de forma tal que los editores rara vez sabían quiénes eran los autores y los autores rara vez vieron el producto terminado. Ellos, los autores, se conformaban con el pago que la Agencia daba a sus trabajos y desconocían, en muchas ocasiones, el destino final de sus obras. El resultado de esta forma de trabajar es que rara vez se llevaba un registro fidedigno de quiénes eran los autores de las novelas.

Al menos 30 de los autores de la editorial Monarch Books eran clientes de la Agencia Meredith, entre los cuales se incluían William Ard, Lawrence Block, Marion Zimmer Bradley, IG Edmonds, Stuart Friedman, William Johnston, John Jakes, Jack Pearl, Thomas P. Ramirez, Mack Reynolds, Robert Silverberg y Tedd Thomey. Podría ser significativo que el editor de Monarch, Charles Heckelmann, también fuera un autor-cliente de la Agencia Literaria Scott Meredith.

Los libros Monarch se publicaron en un desconcertante conjunto de series y secuencias numéricas. La secuencia principal de números, la mayoría sin prefijos, comenzó en el # 101 en octubre de 1958 y terminó en el # 563 en diciembre de 1965, saltándose sin ninguna explicación el # 458. 

Una serie con prefijos K comenzó con el número 50. Estos fueron inicialmente etiquetados como “Monarch Giants” y tenían un precio de 50 ¢. Aparte del precio, no hubo diferencia aparente entre las dos series. El número 51 no fue publicado. En enero de 1961, esta secuencia se reformuló como una serie de biografías. Nunca se introdujo un logotipo distintivo para la serie K, aunque varios volúmenes posteriores sí llevaban el logotipo de Monarch Select. Esta serie terminó con el número 74, en enero de 1964.

En julio de 1959 se presentó la serie “Monarch Human Behavior”. Los números comenzaban en el # 501 y avanzaron hasta # 550; tenían un prefijo MB y un logotipo triangular distintivo. Esta serie fue inicialmente sobre varios aspectos de la cultura, incluidas la religión y la medicina, pero los volúmenes posteriores se centraron casi en su totalidad en el sexo. Esta secuencia fue abandonado en mayo de 1964, y comenzaron a aparecer nuevos volúmenes en la secuencia principal, que todavía estaba en el mediados de los 400 en ese momento. Estos últimos volúmenes llevaban el logo distintivo, pero carecían del prefijo MB. Cuando la principal secuencia finalmente alcanzó el # 500, en mayo de 1965, los números ya utilizados por la serie Human Behavior fueron omitidos.

En enero de 1960, comenzó la serie “Monarch Americana”. La numeración comenzó con # 300 y terminó con # 329; los libros tenían un prefijo MA y un logotipo distintivo. Esta serie fue principalmente de no ficción sobre temas históricos, aunque algunos volúmenes eran novelas. Cuando la secuencia principal alcanzó el número 300, en febrero de 1963, saltó los números ya utilizados por la serie Monarch Americana. El prefijo MA se eliminó en los libros publicados después de enero de 1964.

Los libros de la serie “Monarch Movie Books” comenzaron con el número 600 en mayo de 1960. Tenían un prefijo MM y un cuadrado distintivo: un logo que parecía un fotograma de una película. Había habido dos novelizaciones de películas anteriores en la secuencia principal, pero no llevaban marcas distintivas. Cinco libros de la serie de películas se publicaron en el verano de 1960, luego tres más el verano siguiente, terminando con el # 607; Monarch no publicó novelizaciones cinematográficas posteriores. La serie principal nunca alcanzó el # 600, por lo que esta serie se encuentra sola en su propio pequeño grupo.

A finales de 1964, Charles Heckelmann dejó la empresa lo cual, al parecer, causó que la editorial publicara pocos libros en 1965 y terminara de cerrar al poco tiempo. 

En total, Monarch Books publicó 521 libros. 150 libros eran de no ficción, 366 eran de ficción y 5 eran de temas diversos. Entre los títulos de ficción había 43 títulos de crimen o misterio, 3 de ellos reediciones. Hubo 36 westerns, incluyendo 4 reediciones. Había 24 novelas de ciencia ficción, 19 románticas, 7 de aventuras, 6 históricas y 11 de guerra; 2 de estos últimos fueron reediciones. 13 novelas pueden considerarse "ficción contemporánea", la mayoría de ellas reimpresiones de tapas duras. Las 207 novelas restantes, un poco más de la mitad de la ficción, se describen mejor como "sordidez". Estos incluyen 34 reediciones.

La no ficción incluyó 20 biografías, 17 verdaderos crímenes, 5 verdadero oeste, 14 guerras y 9 sobre temas históricos. Otros 17 fueron sobre temas políticos, 7 sobre salud y 4 sobre religión. 42 libros trataban sobre aspectos del sexo, incluidos 3 reediciones. Los 15 títulos restantes incluyen diccionarios, eventos actuales, memorias y problemas sociales aleatorios.

Una de las características que hacen que Monarch Books sea tan coleccionable son sus muchas y atractivas portadas. Muchas portadas de los libros de bolsillo se habían vuelto, durante las décadas de 1950 y 1960, monótonas e incluso abstractas. En este contexto, las portadas de Monarch fácilmente se habían destacado atrayendo la atención de los lectores. El uso de artistas de estilo pulp como Rafael DeSoto y Robert Stanley les dieron un aspecto casi "retro" que hacía que los lectores recordaran sus años mozos de allá por 1940. Monarch también obtuvo portadas sorprendentemente coloridas de artistas más nuevos como Ralph Brillhart quien utilizaba un estilo más contemporáneo.

Afortunadamente para los aficionados a las portadas, Monarch Books dio crédito a la mayoría de sus artistas, dejándonos con un amplio espectro de talentos. Aunque los créditos de los artistas de portada son escasos y se basan casi completamente en firmas visibles durante los primeros años de Monarch, esto cambió en marzo de 1961, cuando Monarch comenzó a dar créditos a los artistas de portada en las páginas de derechos de autor. Esto continuó hasta mediados de 1965, cuando los créditos nuevamente dejaron de aparecer. 

Algunos de los títulos de ficción publicados por la editorial fueron los siguientes:

  • Dark Hunger escrita por Don James (1959)
  • Shadow of the Mafia escrita por Louis Malley (1958)
  • Wild to Possess escrita por Gil Brewer (1959)
  • Nikki escrita por Stuart Friedman (1960)
  • The Flesh Peddlers escrita por Frank Boyd (1960)
  • Not For A Curse escrita por Karl Kramer (1959)
  • Jailbait Street escrita por Hal Ellson (1960)
  • The Glory Jumpers escrita por Delano Stagg (1960)
  • Jack the Ripper escrita por Stuart James (1960)
  • Like Ice She Was escrita por William Ard (1960)
  • The Flesh and the Flame escrita por Robert Carse (1960)
  • The Sins of Billy Serene escrita por William Ard (1960)
  • Frisco Flat escrita por Stuart James (1960)
  • $50 a Night escrita por Don James (1960)
  • The Lovers of Pompeii escrita por Theodore Pratt (1960)
  • Appointment in Hell escrita por Gil Brewer
  • The Fly Girls escrita por Stuart Friedman (1960)
  • Debbie escrita por Paul Daniels (1960)
  • By Passion Obsessed escrita por V.J. Coberly (1961)
  • The Strange Ways of Love escrita por Clayton Matthews (1961)
  • Beyond All Desire escrita por Tom Phillips (1961)
  • Tropic of Cleo escrita por Rick Holmes (1962)
  • Give Me This Woman escrita por William Ard (1962)
  • Ruby escrita por Paul Daniels (1963)
  • King of the Harem Heaven escrita por Anthony Sterling (1960)
  • The Wicked, Wicked Women escrita por James Kendricks
  • Nude Running escrita por Clayton Matthews (1963)
  • The Texas Rangers escrita por John Conway
  • By Her Own hand escrita por y Frank Bonham (1963)
  • Wild to Possess, 2nd Printing escrita por Gil Brewer
  • Nikki Revisited escrita por Stuart Friedman (1963)
  • My Neighbor's Wife escrita por Sam Webster (1963)
  • Company Girl escrita por Nicholas Gorham (1963)
  • Occasion of Sin escrita por Robert William Taylor (1963)
  • Pattern for Destruction escrita por Paul Daniels
  • The Violent Lady escrita por Michael E. Knerr (1963)
  • 21 Sunset Drive escrita por Henry Ellsworth (1964)
  • Sherry escrita por Wenzell Brown (1964)
  • The Jet Set escrita por Mack Reynolds (1964)
  • November Reef escrita por Robert Maugham (1964)
  • In Savage Surrender escrita por Whitman Chambers (1964)
  • Louisa escrita por Eric Allen (1964)
  • Jealous escrita por Paul Daniels
  • Planet Big Zero escrita por Franklin Hadley (1960)
  • The Way we Love escrita por Stuart Friedman (1964)
  • The Damned and the Innocent escrita por Glenn Canary (1964)
  • Lament for Judy' escrita por Robert Colby (1964)
  • She'll Get Hers escrita por John Plunkett (1965)
  • Unwed Mothers escrita por Henry S. Galus (1962)

Dentro de las novelizaciones de películas están los siguientes títulos:

  • Rasputin: the Mad Monk escrita por Stuart Friedman (1959). 
  • A Girl Named Tamiko escrita por Ronald Kirkbride (1960)
  • The Stranglers of Bombay escrita por Stuart James (1960). 
  • The Brides of Dracula escrita por Dean Owen (1960).
  • Gorgo escrita por Carson Bingham (1960) 
  • Konga escrita por Dean Owen (1960) 
  • Reptilicus escrita por Dean Owen (1961) 
  • The Street is My Beat escrita por Carson Bingham (1961) 
  • Mad Dog Coll escrita por Steve Thurman (1961) 

Como dato curioso diremos que en 1960, la editorial Monarch Books anunció el lanzamiento de los Perfume-o-Books, los cuales pretendían ser libros con olores. Lo que se buscaba era que el olor del libro correspondiera al tema, así, por ejemplo, si el libro era un western su olor sería el del cuero, si el libro era de jardinería, olería a flores, etc. La editorial decidió iniciar su experimento con los libros "The Enemy General" de Dan Pepper, "The Stranglers of Bombay" de Stuart James y "The Brides of Dracula" de Dean Owen, los cuales eran novelizaciones de sendas películas.  Al final, lo que se decidió fue rociarlos con Chanel Nº5. Como los libros no se vendieron más que que los normales se decidió abandonar el proyecto de los Perfume-o-Books.

viernes, 26 de marzo de 2021

MAGIC CITY

“Magic City” es un cuento escrito por Nelson S. Bond y que se publicó en la revista Astounding Science Fiction de febrero de 1941. Su portada tal vez sea una de las primeras en presentar el que sería después un tema recurrente de la ciencia ficción: la Estatua de la Libertad abandonada como símbolo del fin del mundo tal como lo conocemos.

Esta es una de esas historias postapocalípticas en las que la humanidad, reducida al primitivismo, vive entre las ruinas de la sociedad tecnológica y tiene un montón de supersticiones basadas en las interpretaciones de los vestigios dejados por la desaparecida cultura del siglo XX.

"Magic City" sucede en el año 3485 d.C., y tiene como protagonista a Meg, la líder de una tribu matriarcal. Bond escribió tres historias sobre Meg que aparecieron en tres revistas diferentes en el período 1939-41; "Magic City" es el tercero de estos relatos. Pasajes de esta historia indican que, en una historia anterior, Meg provocó una revolución social, convenciendo a hombres y mujeres de que vivieran juntos en la misma aldea ya que los hombres son tan buenos como las mujeres.

Meg y su compañero Daiv dejan su tribu debido a que tienen la misión de ir a la ciudad de Nueva York para destruir al Maligno el cual enferma "mágicamente" a los jóvenes (la explicación de que las enfermedades son producidas por los microbios se ha olvidado hace mucho). En las ruinas de Manhattan se encuentran con tribus amistosas de mujeres que viven en estaciones de metro, y los Salvajes masculinos, que acechan en la superficie a las mujeres para secuestrarlas y violarlas.

Meg y Daiv tienen la corazonada de que el Maligno tiene su sede en el hospital St. Luke. Allí encuentran libros de medicina que les ayudarán a aprender a vencer la enfermedad. Allí también se encuentran con los líderes de los Salvajes en Manhattan. Los Salvajes adoran la Estatua de la Libertad, y cuando ven a Meg sosteniendo un libro, piensan que es su diosa y, por lo tanto, todo lo que indique Meg se convertiré en órdenes para los Salvajes. Meg ordena hacer las paces entre los hombres y las mujeres de Manhattan y se forma una comunidad mixta que habitará las estaciones de metro. Fin.

Sin embargo, pese a la simplicidad de su argumento "Magic City" tiene varios aciertos que mencionar. El relato está lleno de palabras en inglés confusas o corruptas, y con la finalidad de que lector debe reírse de las obvias alusiones y disfrutar al descubrir las más ocultas. Los personajes beben "cawfee" y comen "maters", llaman al acero "dios-metal" y al óxido "herido por el agua". Los letreros decrépitos estilo la película de “Zardoz”  convierten al hospital St. Lukes es "Slukes" y a la estación Pennsylvania en "Ylvania Stat". Los fanáticos de los deportes pueden disfrutar de "Sinnaty, ciudad donde una vez gobernó a un gran pueblo conocido como los Rojos".

Además del juego de palabras predominante, "Magic City", con su protagonista femenina, sociedades matriarcales civilizadas y tribus masculinas violentas, se destaca como candidata al estatus de obra feminista, una sátira del sexismo y los estereotipos sexuales de su época (1941):

“A veces, Meg se impacientaba un poco con Daiv. Era, como todos los hombres, una criatura tan difícil de convencer. No podía razonar las cosas con la fría y clara forma lógica de una mujer; seguía insistiendo en que su "intuición masculina" le decía lo contrario.” 

La publicación de este relato va en contra de la afirmación común de que la ciencia ficción era sexista y solo representaba a las mujeres como debiluchas que necesitaban ser rescatadas.

jueves, 11 de marzo de 2021

LOS AMADOS MUERTOS


Este relato apareció por primera vez en el número correspondiente a los meses de mayo-junio de la revista Weird Tales del año 1924. Se le atribuye su autoría a C. M. Eddy, Jr. pero siempre está aparejado con H. P. Lovecraft debido a que éste, al corregir los originales que le llegaban para ser publicados terminaba, muchas veces, por prácticamente reescribirlos de manera tal que Lovecraft se convertía en coautor de muchos cuentos.

LOS AMADOS MUERTOS

(The Loved Dead) 

H.P. Lovecraft y C.M. Eddy, Jr.

Es media noche. Antes del alba darán conmigo y me encerrarán en una celda negra, donde languideceré interminablemente, mientras insaciables deseos roen mis entrañas y consumen mi corazón, hasta ser al fin uno con mis amados muertos.

Mi asiento es la fétida fosa de una vetusta tumba; mi pupitre, el envés de una lápida caída y desgastada por los siglos implacables; mi única luz es la de las estrellas y la de una angosta media luna, aunque puedo ver tan claramente como si fuera mediodía. A mi alrededor, como sepulcrales centinelas guardando descuidadas tumbas, las inclinadas y decrépitas lápidas yacen medio ocultas por masas de nauseabunda maleza en descomposición. Y sobre todo, perfilándose contra el enfurecido cielo, un solemne monumento alza su austero capitel ahusado, semejando el espectral caudillo de una horda fantasmal. El aire está enrarecido por el nocivo olor de los hongos y el hedor de la húmeda tierra mohosa, pero para mí es el aroma del Elíseo. Todo es quietud -terrorífica quietud-, con un silencio cuya intensidad promete lo solemne y lo espantoso.

De haber podido elegir mi morada, lo hubiera hecho en alguna ciudad de carne en descomposición y huesos que se deshacen, pues su proximidad brinda a mi alma escalofríos de éxtasis, acelerando la estancada sangre en mis venas y forzando a latir mi lánguido corazón con júbilo delirante. ¡Porque la presencia de la muerte es vida para mí!

Mi temprana infancia fue de una larga, prosaica y monótona apatía. Sumamente ascético, descolorido, pálido, enclenque y sujeto a prolongados raptos de mórbido ensimismamiento, fui relegado por los muchachos saludables y normales de mi propia edad. Me tildaban de aguafiestas porque no me interesaban los rudos juegos infantiles que ellos practicaban, o porque no poseía el suficiente vigor para participar en ellos, de haberlo deseado.

Como todas las poblaciones rurales, Fenham tenía su cupo de chismosos de lengua venenosa. Sus imaginaciones maldicientes achacaban mi temperamento letárgico a alguna anormalidad aborrecible; me comparaban con mis padres agitando la cabeza con ominosa duda en vista de la gran diferencia. Algunos de los más supersticiosos me señalaban abiertamente como un niño cambiado por otro, mientras que otros, que sabían algo sobre mis antepasados, llamaban la atención sobre rumores difusos y misteriosos acerca de un tío tatarabuelo que había sido quemado en la hoguera por nigromante.

De haber vivido en una ciudad más grande, con mayores oportunidades para encontrar amistades, quizás hubiera superado esta temprana tendencia al aislamiento.

Cuando llegué a la adolescencia, me torné aún más sombrío, morboso y apático. Mi vida carecía de alicientes. Me parecía ser preso de algo que ofuscaba mis sentidos, trababa mi desarrollo, entorpecía mis actividades y me sumía en una inexplicable insatisfacción. Tenía dieciséis años cuando acudí a mi primer funeral. Un sepelio en Fenham era un suceso de primer orden social, ya que nuestra ciudad era señalada por la longevidad de sus habitantes. Cuando, además, el funeral era el de un personaje tan conocido como mi abuelo, podía asegurarse que el pueblo entero acudiría en masa para rendir el debido homenaje a su memoria. Pero yo no contemplaba la próxima ceremonia con interés ni siquiera latente.

Cualquier asunto que tendiera a arrancarme de mi inercia habitual sólo representaba para mí una promesa de inquietudes físicas y mentales. Cediendo ante las presiones de mis padres, y tratando de hurtarme a sus cáusticas condenas sobre mi actitud poco filial, convine en acompañarles. No hubo nada fuera de lo normal en el funeral de mi abuelo salvo la voluminosa colección de ofrendas florales; pero esto, recuerdo, fue mi iniciación en los solemnes ritos de tales ocasiones.

Algo en la estancia oscurecida, el ovalado ataúd con sus sombrías colgaduras, los apiñados montones de fragantes ramilletes, las demostraciones de dolor por parte de los ciudadanos congregados, me arrancó de mi normal apatía y captó mi atención. Saliendo de mi momentáneo ensueño merced a un codazo de mi madre, la seguí por la estancia hasta el féretro donde yacía el cuerpo de mi abuelo.

Por primera vez, estaba cara a cara con la Muerte. Observé el rostro sosegado y surcado por infinidad de arrugas, y no vi nada que causara demasiado pesar. Al contrario, me pareció que el abuelo estaba inmensamente contento, plácidamente satisfecho.

Me sentí sacudido por algún extraño y discordante sentido de regocijo. Tan suave, tan furtivamente me envolvió que apenas puedo determinar su llegada. Mientras rememoro lentamente ese instante portentoso, me parece que debe haberse originado con mi primer vistazo a la escena del funeral, estrechando silenciosamente su cerco con sutil insidia. Una funesta y maligna influencia que parecía provenir del cadáver mismo me aferraba con magnética fascinación. Mi mismo ser parecía cargado de electricidad estática y sentí mi cuerpo tensarse involuntariamente. Mis ojos intentaban traspasar los párpados cerrados del difunto y leer el secreto mensaje que ocultaban. Mi corazón dio un repentino salto de júbilo impío batiendo contra mis costillas con fuerza demoníaca, como tratando de librarse de las acotadas paredes de mi caja torácica.

Una salvaje y desenfrenada sensualidad complaciente me envolvió. Una vez más, el vigoroso codazo maternal me devolvió a la actividad. Había llegado con pies de plomo hasta el ataúd tapizado de negro, me alejé de él con vitalidad recién descubierta.

Acompañé al cortejo hasta el cementerio con mi ser físico inundado de místicas influencias vivificantes. Era como si hubiera bebido grandes sorbos de algún exótico elixir, alguna abominable poción preparada con las blasfemas fórmulas de los archivos de Belial.

La población estaba tan volcada en la ceremonia que el radical cambio de mi conducta pasó desapercibido para todos, excepto para mi padre y mi madre; pero en la quincena siguiente, los chismosos locales encontraron nuevo material para sus corrosivas lenguas en mi alterado comportamiento. Al final de la quincena, no obstante, la potencia del estímulo comenzó a perder efectividad. En uno o dos días había vuelto por completo a mi languidez anterior, aunque no era la total y devoradora insipidez del pasado. Antes, había una total ausencia del deseo de superar la inactividad; ahora, vagos e indefinidos desasosiegos me turbaban.

Hacia afuera, había vuelto a ser el de siempre, y los maldicientes buscaron algún otro sujeto más propicio. Ellos, de haber siquiera soñado la verdadera causa de mi reanimación, me hubieran rehuido como a un ser leproso y obsceno.

Yo, de haber adivinado el execrable poder oculto tras mi corto periodo de alegría, me habría aislado para siempre del resto del mundo, pasando mis restantes años en penitente soledad.

Las tragedias vienen a menudo de tres en tres, de ahí que, a pesar de la proverbial longevidad de mis conciudadanos, los siguientes cinco años me trajeron la muerte de mis padres. Mi madre fue la primera, en un accidente de la naturaleza más inesperada, y tan genuino fue mi pesar que me sentí sinceramente sorprendido de verlo burlado y contrarrestado por ese casi perdido sentimiento de supremo y diabólico éxtasis. De nuevo mi corazón brincó salvajemente, otra vez latió con velocidad galopante enviando la sangre caliente a recorrer mis venas con meteórico fervor. Sacudí de mis hombros el fatigoso manto de inacción, sólo para reemplazarlo por la carga, infinitamente más horrible, del deseo repugnante y profano. Busqué la cámara mortuoria donde yacía el cuerpo de mi madre, con el alma sedienta de ese diabólico néctar que parecía saturar el aire de la estancia oscurecida.

Cada inspiración me vivificaba, lanzándome a increíbles cotas de seráfica satisfacción. Ahora sabía que era como el delirio provocado por las drogas y que pronto pasaría, dejándome igualmente ávido de su poder maligno; pero no podía controlar mis anhelos más de lo que podía deshacer los nudos gordianos que ya enmarañaban la madeja de mi destino.

Demasiado bien sabía que, a través de alguna extraña maldición satánica, la muerte era la fuerza motora de mi vida, que había una singularidad en mi constitución que sólo respondía a la espantosa presencia de algún cuerpo sin vida. Pocos días más tarde, frenético por la bestial intoxicación de la que la totalidad de mi existencia dependía, me entrevisté con el único enterrador de Fenham y le pedí que me admitiera como aprendiz.

El golpe causado por la muerte de mi madre había afectado visiblemente a mi padre. Creo que de haber sacado a relucir una idea tan trasnochada como la de mi empleo en otra ocasión, la hubiera rechazado enérgicamente. En cambio, agitó la cabeza, tras un momento de sobria reflexión. ¡Qué lejos estaba de imaginar que sería el objeto de mi primera lección práctica!

También él murió bruscamente, por culpa de alguna afección cardíaca insospechada hasta el momento. Mi octogenario patrón trató por todos los medios de disuadirme de realizar la inconcebible tarea de embalsamar su cuerpo, sin detectar el fulgor entusiasta de mis ojos cuando finalmente logré que aceptara mi condenable punto de vista. No creo ser capaz de expresar los reprensibles, los desquiciados pensamientos que barrieron en tumultuosas olas de pasión mi desbocado corazón mientras trabajaba sobre aquel cuerpo sin vida.

Amor sin par era la nota clave de esos conceptos, un amor más grande —por mucho— que el que más hubiera sentido hacia él cuando estaba vivo.

Mi padre no era un hombre rico, pero había poseído bastantes bienes mundanos como para ser lo suficientemente independiente. Como su único heredero, me encontré en una especie de paradójica situación. Mi temprana juventud había sido un fracaso total en cuanto a prepararme para el contacto con el mundo moderno; pero la sencilla vida de Fenham, con su cómodo aislamiento, había perdido sabor para mí. Por otra parte, la longevidad de sus habitantes anulaba el único motivo que me había hecho buscar empleo.

La venta de los bienes me proveyó de un medio fácil de asegurarme la salida y me trasladé a Bayboro, una ciudad a unos 50 kilómetros. Aquí, mi año de aprendizaje me resultó sumamente útil. No tuve problemas para lograr una buena colocación como asistente de la Corporación Gresham, una empresa que mantenía las mayores pompas fúnebres de la ciudad. Incluso logré que me permitieran dormir en los establecimientos, porque ya la proximidad de la muerte estaba convirtiéndose en una obsesión.

Me apliqué a mi tarea con celo inusitado. Nada era demasiado horripilante para mi impía sensibilidad, y pronto me convertí en un maestro en mi oficio electo.

Cada cadáver nuevo traído al establecimiento significaba una promesa cumplida de impío regocijo, de irreverentes gratificaciones, una vuelta al arrebatador tumulto de las arterias que transformaba mi hosco trabajo en devota dedicación, aunque cada satisfacción carnal tiene su precio. Llegué a odiar los días que no traían muertos en los que regocijarme, y rogaba a todos los dioses obscenos de los abismos inferiores para que dieran rápida y segura muerte a los residentes de la ciudad.

Llegaron entonces las noches en que una sigilosa figura se deslizaba subrepticiamente por las tenebrosas calles de los suburbios; noches negras como boca de lobo, cuando la luna de la medianoche se oculta tras pesadas nubes bajas. Era una furtiva figura que se camuflaba con los árboles y lanzaba esquivas miradas sobre su espalda; una silueta empeñada en alguna misión maligna.

Tras una de esas noches de merodeo, los periódicos matutinos pudieron vocear a su clientela ávida de sensación los detalles de un crimen de pesadilla; columna tras columna de ansioso morbo sobre abominables atrocidades; párrafo tras párrafo de soluciones imposibles, y sospechas contrapuestas y extravagantes.

Con todo, yo sentía una suprema sensación de seguridad, pues ¿quién, por un momento, recelaría que un empleado de pompas fúnebres —donde la muerte presumiblemente ocupa los asuntos cotidianos— abandonaría sus indescriptibles deberes para arrancar a sangre fría la vida de sus semejantes?

Planeaba cada crimen con astucia demoníaca, variando el método de mis asesinatos para que nadie los supusiera obra de un solo par de manos ensangrentadas. El resultado de cada incursión nocturna era una extática hora de placer, pura y perniciosa; un placer siempre aumentado por la posibilidad de que su deliciosa fuente fuera más tarde asignada a mis deleitados cuidados en el curso de mi actividad habitual. De cuando en cuando, ese doble y postrer placer tenía lugar, ¡oh, recuerdo escaso y delicioso!

Durante las largas noches en que buscaba el refugio de mi santuario, era incitado por aquel silencio de mausoleo a idear nuevas e indecibles formas de prodigar mis afectos a los amados muertos, los muertos que me daban vida.

Una mañana, el señor Gresham acudió mucho más temprano de lo habitual. Llegó para encontrarme tendido sobre una fría losa, hundido en un sueño monstruoso, con los brazos alrededor del cuerpo rígido, tieso y desnudo de un fétido cadáver. Con los ojos llenos de una mezcla de repugnancia y compasión, me arrancó de mis salaces sueños.

Educada pero firmemente, me indicó que debía irme, que mis nervios estaban alterados, que necesitaba un largo descanso de las repelentes tareas que mi oficio exige, que mi impresionable juventud estaba demasiado profundamente afectada por la funesta atmósfera del lugar. ¡Cuán poco sabía de los demoníacos deseos que espoleaban mi detestable anormalidad! Fui suficientemente juicioso como para ver que el responder sólo lo reafirmaría en su creencia de mi potencial locura. Resultaba mucho mejor marcharse que invitarlo a descubrir los motivos ocultos tras mis actos.

Tras eso, no me atreví a permanecer mucho tiempo en un lugar por miedo a que algún acto abierto descubriera mi secreto a un mundo hostil. Vagué de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo. Trabajé en depósitos de cadáveres, rondé cementerios, hasta un crematorio: cualquier sitio que me brindara la oportunidad de estar cerca de la muerte que tanto anhelaba.

Entonces llegó la Guerra Mundial. Fui uno de los primeros en alistarme y uno de los últimos en volver, cuatro años de infernal osario ensangrentado, nauseabundo légamo de trincheras anegadas de lluvia, mortales explosiones de histéricas granadas, el monótono silbido de balas sardónicas, humeantes frenesíes de las fuentes del Flegeton, letales humaredas de gases venenosos, grotescos restos de cuerpos aplastados y destrozados.

Cuatro años de trascendente satisfacción.

Pero en cada vagabundo hay una latente necesidad de volver a los lugares de su infancia. Unos pocos meses más tarde, me encontré recorriendo los familiares y apartados caminos de Fenham. Deshabitadas y ruinosas granjas se alineaban junto a las cunetas, mientras que los años habían deparado un retroceso igual en la propia ciudad. Apenas había un puñado de casas ocupadas, aunque entre ellas estaba la que una vez yo considerara mi hogar.

El sendero descuidado e invadido por malas hierbas, las persianas rotas, los incultos terrenos de detrás, todo era una muda confirmación de las historias que había obtenido con ciertas indagaciones: que ahora cobijaba a un borracho disoluto que arrastraba una mísera existencia con las faenas que le encomendaban algunos vecinos, por simpatía hacia la maltratada esposa y el mal nutrido hijo que compartían su suerte. Con todo esto, el encanto que envolvía los ambientes de mi juventud había desaparecido totalmente; así, acuciado por algún temerario impulso errante, volví mis pasos a Bayboro.

Aquí, también los años habían traído cambios, aunque en sentido inverso. La pequeña ciudad de mis recuerdos casi había duplicado su tamaño a pesar de su despoblamiento en tiempo de guerra. Instintivamente busqué mi primitivo lugar de trabajo, descubriendo que aún existía, pero con nombre desconocido, ya que la epidemia de gripe había hecho presa del señor Gresham, mientras que los muchachos estaban en ultramar.

Alguna fatídica disposición me hizo pedir trabajo. Comenté mi aprendizaje bajo el señor Gresham con cierto recelo, pero se había llevado a la tumba el secreto de mi poco ética conducta. Una oportuna vacante me aseguró el puesto.

Entonces volvieron erráticos recuerdos sobre noches escarlatas de impíos peregrinajes y un incontrolable deseo de reanudar aquellos ilícitos placeres. Hice a un lado la precaución, lanzándome a otra serie de condenables desmanes. Una vez más, la prensa amarilla dio la bienvenida a los diabólicos detalles de mis crímenes, comparándolos con las rojas semanas de horror que habían pasmado a la ciudad años atrás. Una vez más la policía lanzó sus redes, sacando entre sus enmarañados pliegues.

Mi sed del nocivo néctar de la muerte creció hasta ser un fuego devastador, y comencé a acortar los períodos entre mis odiosas explosiones. Comprendí que pisaba suelo resbaladizo, pero el demoníaco deseo me aferraba con tentáculos y me obligaba a proseguir.

Durante todo este tiempo, mi mente estaba volviéndose progresivamente insensible a cualquier otra influencia que no fuera la satisfacción de mis enloquecidos anhelos. Dejé deslizar, en alguna de esas maléficas escapadas, pequeños detalles de vital importancia para identificarme. De cierta forma, en algún lugar, dejé una pequeña pista, un rastro fugitivo, detrás, no lo bastante como para ordenar mi arresto, pero sí lo suficiente como para volver la marea de sospechas en mi dirección. Sentía el espionaje, pero aun así era incapaz de contener la imperiosa demanda de más muerte para acelerar mi enervado espíritu.

Enseguida llegó la noche en que el estridente silbato de la policía me arrancó de mi demoníaco solaz sobre el cuerpo de mi postrer víctima, con una ensangrentada navaja todavía firmemente asida. Con un ágil movimiento, cerré la hoja y la guardé en el bolsillo de mi chaqueta. Las porras de la policía abrieron grandes brechas en la puerta. Rompí la ventana con una silla, agradeciendo al destino haber elegido uno de los distritos más pobres como morada. Me descolgué hasta un callejón mientras las figuras vestidas de azul irrumpían por la destrozada puerta. Huí saltando inseguras vallas, a través de mugrientos patios traseros, cruzando míseras casas destartaladas, por estrechas calles mal iluminadas.

Inmediatamente, pensé en los boscosos pantanos que se alzaban más allá de la ciudad, extendiéndose unos 60 kilómetros hasta alcanzar loa arrabales de Fenham. Si podía llegar a esa meta, estaría temporalmente a salvo. Antes del alba me había lanzado de cabeza por el ansiado despoblado, tropezando con los podridos troncos de árboles moribundos cuyas ramas desnudas se extendían como brazos grotescos tratando de estorbarme con su burlón abrazo.

Los diablos de las funestas deidades a quienes había ofrecido mis idólatras plegarias debían haber guiado mis pasos hacia aquella amenazadora ciénaga.

Una semana más tarde, macilento, empapado y demacrado, rondaba por los bosques a kilómetro y medio de Fenham. Había eludido por fin a mis perseguidores, pero no osaba mostrarme, a sabiendas de que la alarma debía haber sido radiada. Tenía remota la esperanza de haberlos hecho perder el rastro. Tras la primera y frenética noche, no había oído sonido de voces extrañas ni los crujidos de pesados cuerpos entre la maleza. Quizás habían decidido que mi cuerpo yacía oculto en alguna charca o se había desvanecido para siempre entre los tenaces cenagales.

El hambre roía mis tripas con agudas punzadas, y la sed había dejado mi garganta agotada y reseca. Pero, con mucho, lo peor era el insoportable hambre de mi famélico espíritu, hambre del estímulo que sólo encontraba en la proximidad de los muertos. Las ventanas de mi nariz temblaban con dulces recuerdos. No podía engañarme demasiado con el pensamiento de que tal deseo era un simple capricho de la imaginación. Sabía que era parte integral de la vida misma, que sin ella me apagaría como una lámpara vacía. Reuní todas mis restantes energías para aplicarme en la tarea de satisfacer mi inicuo apetito. A pesar del peligro que implicaban mis movimientos, me adelanté a explorar contorneando las protectoras sombras como un fantasma obsceno. Una vez más sentí la extraña sensación de ser guiado por algún invisible acólito de Satanás.

Y aun mi alma endurecida por el pecado se agitó durante un instante al encontrarme ante mi domicilio natal, el lugar de mi retiro de juventud.

Luego, esos inquietantes recuerdos pasaron. En su lugar llegó el ávido y abrumador deseo.

Tras las podridas cercas de esa vieja casa aguardaba mi presa. Un momento más tarde había alzado una de las destrozadas ventanas y me había deslizado por el alféizar. Escuché durante un instante, con los sentidos alerta y los músculos listos para la acción. El silencio me recibió. Con pasos felinos recorrí las familiares estancias, hasta que unos ronquidos estentóreos me indicaron el lugar donde encontraría remedio a mis sufrimientos. Me permití un vistazo de éxtasis anticipado mientras franqueaba la puerta de la alcoba. Como una pantera, me acerqué a la tendida forma sumida en el estupor de la embriaguez.

La mujer y el niño —¿dónde estarían?—; bueno, podían esperar. Mis engarfiados dedos se deslizaron hacia su garganta.

Horas más tarde volvía a ser el fugitivo, pero una renovada fortaleza robada era mía. Tres silenciosos cuerpos dormían para no despertar. No fue hasta que la brillante luz del día invadió mi escondrijo que visualicé las inevitables consecuencias de la temeraria obtención de alivio. En ese tiempo los cuerpos debían haber sido descubiertos. Aun el más obtuso de los policías rurales seguramente relacionaría la tragedia con mi huida de la ciudad vecina. Además, por primera vez había sido lo bastante descuidado como para dejar alguna prueba tangible de identidad, las huellas dactilares en las gargantas de mis recientes víctimas. Durante todo el día temblé preso de aprensión nerviosa. El simple chasquido de una rama seca bajo mis pies conjuraba inquietantes imágenes mentales. Esa noche, al amparo de la oscuridad protectora, bordeé Fenham y me interné en los bosques de más allá. Antes del alba tuve el primer indicio definido de la renovada persecución: el distante ladrido de los sabuesos.

Me apresuré a través de la larga noche, pero durante la mañana pude sentir cómo mi artificial fortaleza menguaba. El mediodía trajo, una vez más, la persistente llamada de la perturbadora maldición y supe que me derrumbaría de no volver a experimentar la exótica intoxicación que sólo llegaba en la proximidad de mis adorados muertos. Había viajado en un amplio semicírculo. Si me esforzaba en línea recta, la medianoche me encontraría en el cementerio donde había enterrado a mis padres años atrás. Mi única esperanza, lo sabía, residía en alcanzar esta meta antes de ser capturado. Con un silencioso ruego a los demonios que dominaban mi destino, me volví encaminando mis pasos en la dirección de mi último baluarte.

¡Dios! ¿Pueden haber pasado escasas doce horas desde que partí hacia mi espectral santuario? He vivido una eternidad en cada pesada hora. Pero he alcanzado una espléndida recompensa ¡El nocivo aroma de este descuidado paraje es como incienso para mi doliente alma!

Los primeros reflejos del alba clarean en el horizonte. ¡Vienen! ¡Mis agudos oídos captan el todavía lejano aullido de los perros! Es cuestión de minutos para que me encuentren y me aparten para siempre del resto del mundo, ¡para perder mis días en anhelos desesperados, hasta que al final sea uno con los amados muertos!

¡No me atraparán! ¡Hay una puerta de escape abierta! Una elección de cobarde, quizás, pero mejor —mucho mejor— que los interminables meses de indescriptible miseria. Dejaré esta relación tras de mí para que algún alma pueda quizás entender por qué hice lo que hice.

¡La navaja de afeitar!

Aguardaba olvidada en mi bolsillo desde mi huida de Bayboro. Su hoja ensangrentada reluce extrañamente en la menguante luz de la angosta luna. Un rápido tajo en mi muñeca izquierda y la liberación está asegurada: cálida, la sangre fresca traza grotescos dibujos sobre las carcomidas y decrépitas lápidas; hordas fantasmales se apiñan sobre las tumbas en descomposición, dedos espectrales me llaman por señas, etéreos fragmentos de melodías no escritas, distantes estrellas danzan en demoníaco acompañamiento, un millar de diminutos martillos baten espantosas disonancias sobre yunques en el interior de mi caótico cerebro, fantasmas grises de asesinados espíritus desfilan ante mí en silenciosa burla, abrasadoras lenguas de invisible llama estampan la marca del infierno en mi alma enferma...

No puedo... escribir... más...

* * *

Dejo la versión en audio del podcast Noviembre Nocturno. Que lo disfruten y no lo escuchen con la luz apagada.

miércoles, 10 de marzo de 2021

MIDWOOD BOOKS

Harry Shorten era un escritor y editor que había trabajado para MLJ Comics, siendo también editor de Archie durante la mayor parte de las décadas de 1940 y 1950. Había hecho su fortuna creando, con el dibujante de cómics Al Fagaly, historieta llamada There Oughta Be a Law!, que fue publicada durante cuatro décadas desde 1944 hasta 1985. Los chistes presentados en esa historieta ilustraban algunas situaciones absurdas, frustraciones, hipocresías, ironías y desgracias de la vida cotidiana, a través del formato de un solo panel. 

Harry Shorten junto a su obra

Aprovechando las ganancias que había obtenido gracias a su comic, Harry Shorten decidió convertirse en editor de libros de bolsillo. Quería seguir el ejemplo de las editoriales Beacon Books y Universal Distributing, que se especializaban en publicar libros baratos y livianos que contaban romances dramáticos o eróticos, con portadas sugerentes, para un público fundamentalmente masculino. Así creó en 1957 la editorial Midwood Books, que lleva el nombre de su barrio de Brooklyn. Cuando la editorial fue fundada su dirección fue 505 Eighth Avenue en Manhattan.

Los libros de la editorial Midwood se caracterizaban por el trébol y por estar numerados

Las novelas de Midwood van desde atractivas hasta mundanas. El único interés de Shorten era conseguir un producto rentable. Con ese fin, reclutó a un equipo de amigos y profesionales para el personal de las oficinas de Midwood. Su primer editor fue una escritora brillante y condenada llamada Elaine Williams. Su mano derecha, director de arte y posterior editor, fue Marshall Dugger. Shorten no sabía mucho sobre libros, pero era lo suficientemente inteligente como para atraer a personas que sí lo sabían.

A diferencia de otras editoriales de Nueva York, como Bennett Cerf de Random House, Shorten no tenía un conocimiento extenso de la literatura de calidad pero sabía exactamente lo que atraería al lector estadounidense promedio. Sus libros eran brillantes, coloridos y llamativos. Las primeras publicaciones de Midwood fueron colecciones de bolsillo del comic de su autoría, There Oughta Be a Law! Harry Shorten comenzó a solicitar manuscritos de la Agencia Literaria Scott Meredith (que también proporcionó manuscritos para la editorial de pulp Nightstand Books). Con el lanzamiento en 1958 de Midwood 007 Love Nest escrita por Robert Silverberg bajo el seudónimo de "Loren Beauchamp", comenzó la aparición de autores y artistas reconocidos que más tarde se convertirían en colaboradores habituales de Midwood. 

Obsérvese lo delgado del librito

Love Nest fue uno de los primeros títulos de Silverberg en Midwood, cuando todavía era "David Challon" y "Mark Ryan" para Bedstand Books, y recién comenzaba Don Elliotts para Nightstand. La historia trata, palabras menos palabras más en que Mike Foster es un canalla casado con una mujer muy rica. solía ser reparador de televisores y fue "seducido" por la desafiante y rebelde hija de un magnate industrial. La pareja duerme en habitaciones separadas; Foster tiene un apartamento en Manhattan donde mantiene a sus diversas amantes, por lo general strippers que conoce. Siempre es lo mismo: al principio están bien con el trato con este hombre casado, porque tiene acceso al dinero de su esposa y la esposa parece mirar para otro lado... luego quieren más: matrimonio y todo eso, pero saben que él nunca se divorciará de su esposa porque eso sería el fin del dinero para él. Entonces va de una mujer a otra.

Una de las amantes de Foster, Peggy, descubre que está embarazada de tres meses; ella chantajea a su antiguo amor: le contará a su esposa sobre el asunto a menos que él le dé 10 de los grandes, para que pueda hacerse un aborto ilegal (esto es antes de la era de Row V. Wade) y comenzar una nueva vida en California.

Es un aborto tardío y riesgoso. Peggy muere en la mesa de operaciones. Foster se siente culpable por la muerte de Peggy, teme que su esposa se divorcie de él cuando le confiesa lo sucedido y se sorprende cuando ella sugiere que comiencen su matrimonio de nuevo. ¿Un final feliz? Era así como se la gastaban para hacer historias sencillas, directas, entretenidas, escabrosas y bastante rentables. Triunfo asegurado.

Básicamente sólo cinco personas escribieron la mayoría de los primeros 40 números de la serie numerada de Midwood: Lawrence Block ("Sheldon Lord"), Robert Silverberg ("Loren Beauchamp"), Donald E. Westlake ("Alan Marshall" "), Orrie Hitt y Hal Dresner ("Don Holliday"). Este grupo consolidó a la editorial Midwood hasta que Shorten pudo reunir un grupo de escritores recurrentes, como Sally Singer, Gilbert Fox, Julie Ellis, John Plunkett y Elaine Williams. Aunque nadie en Midwood lo sabía en ese momento, varios escritores proporcionaban libros para Midwood y Nightstand, pero con seudónimos diferentes. Por ejemplo, "Loren Beauchamp" (Robert Silverberg ) se convirtió en "Don Elliott" un año después en Nightstand,"Sheldon Lord" (Lawrence Block) se convirtió en "Andrew Shaw". Algunos escritores escribieron con el mismo nombre para ambos editores.

Shorten obtuvo sus ilustraciones de portada del Art Balcourt Service, la misma agencia que proporcionó portadas para Beacon. Artistas como Nappi, Rader y Robert Maguire fueron muy importantes para el éxito de la empresa. Las portadas realmente vendían los libros: las novelas de Midwood no eran, sinceramente, una gran literatura, pero en general eran muy entretenidas. Muchas páginas contenían escenas de sexo, rayando en la pornografía, llenas de insinuaciones y referencias veladas a la "virilidad palpitante" y los "triángulos oscuros". Aunque los romances y los melodramas eran tradicionalmente de mayor interés para las mujeres, el público objetivo de empresas como Midwood y Beacon eran los hombres. Esto fue claramente evidente en sus portadas.

Kimberly Kemp, un nombre femenino que ocultaba a un autor masculino

Los títulos con fuertes connotaciones de lesbianas fueron muy populares; los autores eran con frecuencia hombres que usaban seudónimos femeninos, como "Barbara Brooks", "Jill Emerson" y "Kimberly Kemp”. El público objetivo eran los lectores masculinos, sin embargo, las propias lesbianas se convirtieron en lectoras habituales de estos libros. La ficción pulp lésbica era un gran subgénero de pulp a finales de los cincuenta y sesenta. Los temas comunes en estas historias incluían amas de casa suburbanas como amantes lesbianas ilícitas, lesbianas en prisión y amantes lesbianas torturadas que intentaban ocultar su amor en un pequeño pueblo estadounidense. La ficción pulp lésbica también se asociaba a menudo con la magia negra, la brujería y la esclavitud. Existían temas similares en los libros sobre hombres homosexuales.

Este libro es de 1965. Nótese el uso de la fotografía en la portada. 
Poco a poco se iban dejando atrás las ilustraciones pintadas de la era pulp

Curiosamente, a pesar de la naturaleza sórdida de estos libros, varios estudiosos culturales han comentado sobre su naturaleza subversiva y el papel que desempeñaron para que algunas mujeres lucharan por salir del closet en los años cincuenta y sesenta. Como lo expresó un comentarista: “El acto de sacar uno de estos libros del estante de la farmacia y pagarlo en el mostrador fue un movimiento difícil y aterrador para la mayoría de las mujeres. Esto fue especialmente cierto durante la atmósfera de los juicios de McCarthy... Aunque inofensivos para los estándares actuales ... estos volúmenes eran tan amenazantes entonces que las mujeres los escondieron, los quemaron y los tiraron”.

Los libros de la editorial fueron a menudo reseñados en las primeras publicaciones lesbianas y gay existentes como One Magazine y The Ladder de Barbara Grier, Una autora de estas historias fue Julie Ellis quien publicaba bajo los seudónimo de "Gene Damon" y "Joan Ellis". Ella no era lesbiana (a diferencia de Singer y Williams), y se resistió constantemente a sus jefes al insistir en poner un final feliz para las amantes lesbianas en su ficción pulp lésbica. Un acto valiente en una época en que ser homosexual era visto como lo peor y merecía el repudio de la sociedad. Ellis recibió muchas cartas de admiradores de los grupos sociales y activistas lesbianas emergentes.

La anciana Julie Ellis, quien firmaba muchos de sus libros como Joan Ellis, en una convención del 2004

En 1964, Midwood se fusionó con Tower Publications para formar dos subsidiarias: Midwood-Tower y Tower Comics. Shorten pasó a ser editor en jefe de Tower Comics. En 1965, la sede de Midwood estaba en 185 Madison Avenue (junto con el editor de pulp Lancer Books). Midwood desapareció del mercado en 1968.



viernes, 5 de marzo de 2021

EL TEJEDOR DE LA TUMBA

Weird Tales de enero de 1934

"El tejedor de la tumba" (The Weaver in the Vault) es un relato de terror escrito por Clark Ashton Smith  que apareció por primera vez en el ejemplar de enero de 1934 de la revista Weird Tales. Catorce años después sería reeditado por Arkham House en la antología de 1948 Genius Loci and Other Tales.

Página interior donde inicia este relato

Este cuento pertenece al Ciclo de Zothique, el último continente. El rey de Tasuun, Famorgh, envía a tres secuaces (Yanur, Grotara, Thirlain Ludoch) de Miraab a Chaon Gacca para que encuentren y traigan los restos momificados del rey Tnepreez. Mientras viajan desde la ciudad en una caravana de camellos, recuerdan que en el pasado había ocurrido una tarea similar. Yanur señala que hace dos siglos el rey Mandis pidió a dos de sus hombres el espejo dorado de la reina Avaina. Sin embargo, esos dos nunca regresaron y el rey ofreció un regalo diferente en su lugar. Los tres exploradores descienden a las catacumbas para recuperar la momia pero van observando que algo extraño sucede en las profundidades de la necrópolis aparentemente abandonada.

Dejo el siguiente audiolibro tomado del canal "Anotaciones de madrugada". Que lo disfruten.


MEN’S ADVENTURE

“Men’s Adventure” (Aventuras de/para hombres) es un género de revista que se publicó en los Estados Unidos desde la década de 1940 hasta principios de 1970. Estas revistas estaban dirigidas exclusivamente a un público masculino. En ellas se presentaban chicas pin-up y espeluznantes historias de aventuras que generalmente mostraban hazañas de viajes atrevidos y exóticos en tiempos de guerra o conflictos con animales salvajes. Según George Hagenauer, este tipo de revistas de aventuras para hombres a menudo se llamaban "sudaderas" "porque de manera regular mostraban hombres sudorosos en sus portadas".

Fawcett Publications estaba teniendo cierto éxito con su revista True, cuyas historias desarrollaron un enfoque más bélico después de que Estados Unidos ingresó a la Segunda Guerra Mundial en 1941. La revista Argosy optó por cambiar en 1943 y empezó a mezclar más historias 'verdaderas' en medio de la ficción. Las otras grandes pulps: Adventure, Blue Book y Short Stories finalmente siguieron el ejemplo. Pronto se sumaron nuevas revistas: Fawcett's Cavalier, Stag, Swank, Man's Story, Men Today, World of Men y Man's Epic  y un largo etcétera. Durante su apogeo a fines de la década de 1950, circulaban en los kioscos aproximadamente 130 revistas de aventuras para hombres.

En las portadas pintadas las mujeres en apuros eran un tema recurrente. Estas jóvenes doncellas a menudo estaban siendo amenazadas o torturadas por nazis (cuando la Segunda Guerra Mundial todavía era un recuerdo fresco en la memoria colectiva estadounidense) o por comunista rusos, cubanos, chinos, coreanos o vietnamita, en años posteriores en la recién iniciada Guerra Fría. 

Las portadas también mostraban fotos de pin-up vestidas y artículos masculinos sobre caza, crimen, aventura y guerra. Los artículos de la “vida real” eran más bien ficticios y estaban ilustrados con una mezcla de fotos reales y falsas además de sugerentes ilustraciones. Cuando las historias eran “realmente reales”, se trataban de relatos históricos sobre batallas, biografías y hazañas de soldados altamente condecorados. 

El artista Norman Saunders fue el modelo prototípico de ilustradores de estas revistas, ocupando un puesto similar al que disfrutaba Margaret Brundage para los pulps weird de veinte años antes. Charles Copeland y Earl Norem fueron otros dos artistas populares que trabajaron para el grupo de revistas Magazine Management. Muchas ilustraciones que no estaban acreditadas fueron realizadas por Bruce Minney, Norm Eastman, Gil Cohen, Mel Crair, Basil Gogos y Vic Prezio, entre otros. James Bama contribuyó con más de 400 ilustraciones de portada e interiores durante un período aproximado de ocho años alrededor de 1957-1964 antes de dedicarse exclusivamente a ilustrar las portadas de los libros de bolsillo.

El artista histórico Mort Künstler pintó muchas portadas e ilustraciones para estas revistas, y el fotógrafo de Playboy Mario Casilli comenzó su carrera fotografiando a las pin-ups de este mercado. En la editorial Martin Goodman's Magazine Management Company, el futuro humorista Bruce Jay Friedman fue un escritor y editor de “sudaderas”, y Mario Puzo fue colaborador de estas revistas antes de convertirse en un novelista famoso. Pierre Boulle, Ray Bradbury, Erskine Caldwell, Ian Fleming, Robert F. Dorr y Mickey Spillane también contribuyeron con relatos breves o extractos de novelas en estas revistas de aventuras para hombres.

Las novelas de bolsillo se hicieron cada vez más populares entre los años 1950 y 1960, y esto fue señalando poco a poco el declive de las revistas de aventuras para hombres. Para la década de 1970 muchas revistas ya habían desaparecido del mercado y aquellas que sobrevivieron abandonaron las historias de ficción y de "acción real", y comenzaron a centrarse en imágenes de mujeres desnudas y artículos de no ficción relacionados con el sexo y la actualidad. Fue así como las “revistas de aventuras para hombres” terminaron convirtiéndose en “revistas para hombres”, a secar, con todo y el cambio semántico que trajo esta nueva denominación.

Como dato curioso se mencionará que uno de los álbumes de Frank Zappa and The Mothers of Invention lleva el título de Weasels Ripped My Flesh (1970). Ese título fue tomado de un artículo de portada de la edición de septiembre de 1956 de Man's Life. La portada de la revista muestra a un hombre sin camisa siendo atacado por numerosas comadrejas acompañado por la leyenda:  "Comadrejas rasgaron mi carne".