lunes, 13 de julio de 2020

TODOS USTEDES, ZOMBIES

Número donde apareció este relato por primera vez

"—Todos ustedes, Zombis—" es un cuento de ciencia ficción escrito por Robert A. Heinlein en un solo día: el 11 de julio de 1958, y publicado por primera vez en The Magazine of Fantasy & Science Fiction en su edición de marzo de 1959, después de ser rechazada por Playboy.

Este relato desarrolla varios temas que el autor ya había explorado en un trabajo anterior: “Por sus propios medios”, publicado 18 años antes. Algunos de los mismos elementos aparecen más tarde en otras historias como “El gato que camina a través de las paredes” (1985).

“—Todos ustedes, Zombis—“narra la crónica de un joven (que más tarde se revela ser intersexual) que es engañado para viajar en el tiempo hacia el pasado y sin saberlo termina fecundando a su yo joven femenina (quien después de la cesárea, los médicos descubren su condición intersexual y deciden, sin su consentimiento, hacerle una operación de re-asignación de sexo). Por tal motivo, el personaje resulta ser el producto de dicha unión, con el resultado paradójico de que él es su propio padre y madre. Al final se revela que todos los personajes principales son la misma persona en diferentes etapas de su vida.

Dejo aquí el siguiente audiolibro basado en este relato. Que lo disfruten.

URBANIZACIÓN

El siguiente texto es un fragmento tomado del libro "Tarzán, el hombre mito" escrito por Irene Herner de Schmelz en 1974. Lo publico en este blog pues sirve muy bien como contexto en que se desarrollaron los pulps, un mundo finisecular que entraba de lleno en la modernidad que habría ser el signo de los tiempos del naciente siglo XX. Que lo disfruten.


URBANIZACION

Irene Herner de Schmelz

La urbe, que surge como parte integrante de la época industrial, rompe con la vieja ciudad, crea nuevas necesidades y adquiere otra fisonomía. El siglo XIX es la época en que nacen aceleradamente grandes conglomerados humanos, casi todos provenientes del mundo rural, que en su conjunto forman la ciudad moderna. La economía industrial, como corolario del sistema capitalista, provocó grandes cambios en la estructura de la sociedad. Surgen la fábrica, el comercio y la oficina. El trabajador labora en un sitio y habita en otro. Como una de las consecuencias de estos cambios, se desarrollaron los medios de transporte. El movimiento de mercancías y de materias primas, de y hacia la fábrica, hacia el centro comercial, etcétera, absorbió también al elemento humano. Había que transportar a los empleados, empresarios, jefes y obreros del lugar de vivir al de trabajar, y regresarlos. Para llevar a cabo la labor del transporte masivo aparecen el ferrocarril, el tren urbano elevado y subterráneo, el autobús etcétera, aun antes de comenzar el siglo; e incluso la bicicleta circulaba por las calles desde la segunda mitad del siglo pasado. 1887 es el año en que aparece el automóvil, que permite la transportación cómoda, aunada al goce del vértigo de la velocidad (a pesar de que para nosotros, hoy día, aquellos terribles 20 o 30 kilómetros por hora sean como el caminar de la tortuga) para los grupos sociales medios y altos de la población. El automóvil se concibió como uno de los más importantes inventos de la historia humana: “Podía usarse para ir al mercado, al club de golf o a la estación de ferrocarril, para refrescarse en las tardes cálidas, llegar a un trabajo lejano y de otro modo imposible, sacar a la familia a pasear por un día o fin de semana, visitar de repente a los amigos lejanos o, como innumerables parejas pronto aprenderían, a asegurar una inusitada intimidad.” Después de mucho soñar y experimentar, el 17 de diciembre de 1903, los norteamericanos hermanos Wright volaron por vez primera en una máquina más pesada que el aire. Sin embargo, fue hasta después de la primera guerra mundial cuando el aeroplano se explotó como transporte comercial.


Con la ciudad moderna llegó también el tránsito y, con éste los accidentes, los embotellamientos y los semáforos, las amplias calles y avenidas, los estacionamientos, gasolineras y talleres de servicio. Se creó la tensión entre choferes y peatones presionados a fluir en el tránsito de aparatos que parecieran tener vida propia. Además, el aire comenzaba de esta manera, entre otras, su no muy largo y letal proceso de contaminación.


Con el desarrollo de los medios de transporte y en especial con el coche, surgió también la ciudad carretera, con sus moteles y drive-ins, que colaboraron al cambio del estilo de vida, del régimen alimenticio y del ritmo para comer. Aparecen los puestos de hamburguesas y hot-dogs, productos que comenzaban tlambien a producirse en masa La hamburguesa “puede interpretarse como una expresión de nuestro tiempo –nos dice el conocido artista pop, Claes Oldenburg-. La hamburguesa cuenta la historia de los automóviles de alta velocidad, de las carreteras, de los puestos a un lado de los caminos. Es una comida que se prepara rápidamente y se come más rápidamente aún. Es símbolo de una existencia nueva, rápida y móvil, de una singular experiencia nacional.”


En la urbe surgieron los centros comerciales con las tentaciones de sus aparadores y con ellos el sistema de crédito, el pago en abonos, las ofertas y las baratas. Se perfecciona el incipiente sistema masivo de propaganda que en poco tiempo logra uno de los más elevados sitios de la cultura contemporánea, desde el cual influye en forma definitiva en los gustos y las mentes de los ciudadanos.


En esta ciudad norteamericana es donde los descubrimientos e inventos técnicos más variados y más osados se echan a andar. Muchos aparecen ante los ojos del mundo como los milagros de la modernidad, “el hombre de la calle y la mujer de la cocina confrontados por todas partes por nuevos artefactos y máquinas que debían al laboratorio, estaban listos a creer que la ciencia podía lograr casi cualquier cosa...”



Artefactos y baratijas se amplían unas tras otras en el mercado, compiten, tratan de mejorar el producto anterior, crean, con su invención, una nueva necesidad de consumo y refuerzan la ya intensa liga del status con las posesiones materiales. El objetivo de todo ello es, según la famosa consigna, “lograr el bienestar común”.


La electricidad, apenas conocida en el siglo XVIII, es industrializada en el XIX por Edison y Faraday, convirtiéndose quizá en el elemento más decisivo de la época. El petróleo, descubierto en Pennsylvania en 1859, fue rápidamente explotado, al igual que se explotaría la energía del carbón y el poder de la máquina de vapor. Por todas partes comenzaron a construirse redes ferroviarias que representaban, más que ningua otra invención, el éxito de la revolución industrial y lograron además cambiar el espectáculo del paisaje Ésta es también la era del hierro y del acero para la construcción de grandiosos barcos y resistentes puentes. Ente muchos otros inventos, en 1939, Talbot mejora el proceso inventado por Daguerre y Niepce, utilizando la cámara fotográfica, que se convierte pronto en juguete al alcance de muchos. El fonógrafo de Edison se patentaba en 1877 y en 1892, el señor Bel realizaba la primera llamada telefónica entre Nueva York y Chicago. El cinematógrafo data de 1880, el telégrafo de 1894 y la máquina de escribir de 1897.


Con los nuevos implementos, el viejo sistema de comunicación interpersonal cambió por completo. Aparecen los mass media, la comunicación impersonal pero de grandes alcances, que permite romper fronteras y entablar contacto con hombres de todos los puntos del planeta. Este sistema de comunicación masiva es también uno de los medios más eficaces para controlar a la población. Haciendo frente común con el sistema de propaganda, logra influir en los ciudadanos hasta el grado de programar sus mentes y hacer de ellos un pueblo de pensamiento uniformado y dependiente del centro gubernamental.


La planeación urbana moderna, típica de la Unión Americana, se dio a partir de la segregación de sus habitantes en barrios o ghettos. Las ciudades norteamericanas se poblaron ante todo de barrios paupérrimos y miserables en donde habitaba la mayoría trabajadora. Debido a su situación económica, e inclusive étnica, sus moradores se vieron forzados a vivir en estos centros citadinos (excepto Harlem, cuyos orígenes fueron suburbanos) entre fábricas, bodegas y comercios, en casonas viejas que difícilmente se mantenían en pie. De ellas utilizaron incluso los sótanos; y cuando se derrumbaban éstos provocaban la muerte o la invalidez a mucha gente. Se construyeron baracas compactas que se caracterizaron por la carencia absoluta de higiene, sanidad y espacio. En sus habitaciones vivía la gente apelmazada y sin vida privada, en un ambiente promiscuo y opresivo muy semejante al que se observa en la actualidad en las ciudades perdidas, favelas, villas miseria, etcétera, de América Latina. Las epidemias y las ratas estaban a la orden del día y el índice de mortalidad resulto mu elevado entre sus habitantes. Ara finales del siglo, tres niños de cada cinco nacidos en Chicago morían antes de cumplir el año. La drogadicción y la sicosis fueron habitantes constantes de estos barrios y la miseria y la ignorancia mantuvieron sojuzgada y pasiva a la mayor parte de la población urbana.


Al mismo tiempo que la planificación urbana dividía a la población en barrios segregados miserables, aparecía suburbia, otra forma de ghetto, que fue el artificio urbano característico de la clase media ascendente norteamericana. Los suburbios se formaron con conglomerados urbanos que se instalaban en la periferia metropolitana y mantenían, casi siempre, un carácter étnico bien definido. Sus habitantes prendieron nostálgicamente calcar en ellos el pasado rural.


La incapacidad de esta gente para enfrentar el cambio de estructuras definitivo que significaba la economía industrial hizo de este grupo social un mundo de aislacionistas, indiferentes respecto al resto de la sociedad (al que irónicamente pertenecían un gran número de profesionistas y científicos); incapaces en su mayor parte de entender cuáles eran los hilos de la organización económica que hacía de su situación ventajosa una trama posible. Las añoranzas de sus habitantes se resumieron en deseos de emular formas de vida aristocráticas y de poseer cada vez más de lo que ya poseían. Y la comodidad fue, de todas las felicidades, la que más desearon.

Herner de Schmelz, Irene (1974), Tarzan, el hombre mito. Sep/Setentas n. 139. SEP. México. pp. 37 – 41.