jueves, 30 de junio de 2022

DIA DE EXAMEN


"Día de examen" (Examination Day) es uno de los cuentos más conocidos y antologados del escritor norteamericano Henry Slesar. Dicho cuento fue publicado por primera vez en el ejemplar de febrero de 1958 de la revista Playboy y adaptado para la televisión en 1985 para la serie "Dimensión Desconocida".


Ilustración de Leon Bishop

DIA DE EXAMEN

Henry Slesar

Los Jordan no mencionaron el examen hasta que su hijo, Dickie, cumplió los doce años. Ese día su madre mencionó el asunto en su presencia por primera vez, y la preocupación con la que lo dijo provocó una brusca reacción de su marido.

-Déjalo en paz- le pidió-. Seguro que el muchacho lo hará bien.

Estaban desayunando y Dickie levantó la vista del plato, intrigado. Era un niño muy movido, de ojos vivos y pelo rubio liso.

No comprendía el porqué de aquella súbita tensión, pero si sabía que era su cumpleaños y ante todo deseaba paz. En algún rincón del pequeño piso aguardaban unos paquetes primorosamente envueltos y en le horno de la diminuta cocina empotrada contra la pared, algo dulce y caliente humeaba en su honor.

El quería que fuera un día feliz y los ojos húmedos de su madre y el gesto hosco de su padre estaban arruinando la gozosa expectación con la que se había levantado por la mañana.

– Qué examen? - quiso saber.

Su madre bajó la vista hacia el mantel.

-Una especie de test de inteligencia que el Gobierno obliga hacer a los niños cuando cumplen 12 años. Te toca la semana que viene. Pero no te preocupes.

-¿Es un examen como los del colegio?

-Parecido- respondió su padre, levantándose de la mesa-. Ve a distraerte con los cómics, hijo.

Dickie se levantó y fue hacía su rincón particular desde siempre en la sala de estar. Hojeó el primer cómic de la pila, pero las vistosas viñetas repletas de acción no parecían despertar su interés. Entonces fue hacia la ventana y escudriñó con semblante triste a través del cristal empañado.

-Por qué tiene que llover hoy y no mañana? - se lamentó.

Su padre, que se había arrellanado en una butaca con el periódico oficial, sacudió sonoramente las hojas, irritado.

-Pues porque sí. La lluvia hace crecer la hierba.

-¿Por qué papá?

-Porque si, te lo acabo de decir.

Dickie arrugó la frente.

-¿Y por qué es verde? La hierba quiero decir.

-Nadie lo sabe- respondió su padre, lamentando enseguida su tono brusco.

Horas más tarde llegó el momento de celebrar su cumpleaños. Su madre le entregó los vistosos paquetes con semblantes alegre y su padre incluso acertó esbozar una sonrisa y revolverle cariñosamente el pelo.

Dickie dio un beso a su madre y estrechó la mano de su padre con formalidad. Luego trajeron la tarta de cumpleaños y la celebración se dio por concluida.

Una hora más tarde, Dickie estaba sentado junto a la ventana, observando cómo el sol se abría paso entre la nubes.

-Papá- preguntó-, ¿a que distancia está el Sol?

– A 8 mil kilómetros- respondió su padre.

* * *

Dick se sentó en la mesa del desayuno y de nuevo vio que su madre tenía ojos llorosos. No asoció sus lágrimas con el examen hasta que su padre sacó a relucir el tema.

-Bueno, Dickie-anunció arrugando el entrecejo con expresión seria-hoy tienes una cita.

-Lo sé, papá. Espero que…

-No hay nada que temer. Este examen lo hacen miles de niños al año. Sólo quieren comprobar tu inteligencia. Eso es todo.

-En el colegio saco buenas notas- dijo Dickie tímidamente.

-Esto es distinto. Es un examen… especial. Te dan algo de beber y luego pasas a una sala donde hay una especie de máquina…

-Qué te dan de beber? - quiso saber Dickie.

-Nada, una cosa que sabe a menta. Es sólo para asegurarse de que respondes con sinceridad. No es que el Gobierno piense que vas a mentir, pero así se aseguran.

El rostro de Dickie reflejó su extrañeza, y también cierto temor. Miró hacia su madre y ésta compuso el semblante, esbozando una sonrisa.

-Todo irá bien- dijo ella.

-Pues claro que irá bien- convino el padre-. Eres un buen chico, Dickie lo harás bien. Cuando volvamos a casa lo celebraremos. ¿De acuerdo?

-De acuerdo -contestó Dickie.

* * *

Entraron en en Departamento Gubernamental de Enseñanza quince minutos antes de la hora prevista. Cruzaron el suelo de mármol de un gran vestíbulo sostenido por columnas, pasaron bajo una arcada y entraron en un ascensor que los llevó a la cuarta planta.

Frente a la habitación 404 había un joven vestido con una chaqueta de paisano, sentado a un reluciente escritorio. En la mano sostenía un sujetapapeles; buscó la «J» en la relación de nombres e hizo pasar a los Jordan.

La estancia era tan fría e impersonal como una sala de tribunal de justicia, con unas mesas metálicas flanqueadas por largos bancos. Ya habían llegado otros padres con sus hijos y una mujer morena, de labios finos y pelo muy corto, repartía unas hojas.

El señor Jordan rellenó el formulario y se lo devolvió a la funcionaria. Luego se dirigió a Dickie.

-Ya falta poco. Cuando te llamen, pasa por esa puerta del fondo y ya está- dijo señalando con el dedo.

Un altavoz oculto crepitó y anunció el primer nombre. Dickie observó como el niño dejaba a su padre a regañadientes y se dirigía lentamente a hacia la puerta.

A las once menos cinco llamaron a Jordan.

-Buena suerte, hijo -dijo su padre sin mirarle-. Te pasaré a buscar cuando termine el examen.

Dickie se encaminó hacia la puerta y giró el pomo. La habitación a la que accedió estaba en penumbra y apenas pudo distinguir la cara del funcionario de la chaqueta gris que lo recibió.

-Siéntate -dijo el hombre en voz baja, indicándole un taburete alto-. ¿Te llamas Richard Jordan?

-Sí, señor.

-Tu número de registro es el 600-115.  Bebe esto, Richard.

El funcionario cogió un vaso de plástico de la mesa y se lo tendió al niño. El líquido tenía una consistencia como de nata y sólo sabía ligeramente a menta. Dickie se lo bebió de un trago y devolvió el vaso vacío al funcionario.

Aguardó sentado en silencio, medio mareado, mientras el funcionario se afanaba tomando notas en una hoja de papel. El hombre consultó entonces su reloj, se puso en pie y se colocó a escasos centímetros de la cara de Dickie.

Desenganchó un objeto que parecía un bolígrafo de la chaqueta y enfocó con una minúscula linterna los ojos de Dickie.

-Bien -observó. Ven Conmigo Richard.

Condujo a Dickie al otro extremo de la estancia y le indicó que tomara asiento en una solitaria butaca de madera instalada frente a un panel de control repleto de mandos. En el brazo izquierdo del asiento había instalado un micrófono que quedaba justamente a la altura de la boca.

-Ahora relájate, Richard. Se te van a hacer uunas preguntas; piensa con atención y luego responde por el micrófono. La máquina se encargará de los demás.

-Sí, señor.

El funcionario le dio un apretón en el hombro y abandonó la sala.

-Preparado -dijo Dickie.

En el ordenador aparecieron unas luces y se oyó el zumbido de un mecanismo. Una voz dijo:

– Termine esta secuencia: Uno, cuatro, siete, diez…

* * *

El señor y la señora Jordan aguardaban en silencio en la sala de estar de su casa, sin hacer suposiciones siquiera.

Eran casi las cuatro cuando sonó el teléfono. La señora Jordan se precipitó a cogerlo, pero su marido se adelantó.

- ¿Señor Jordan?

Era una voz seca, una voz de funcionario, expeditiva.

-Sí, dígame.

-Le llamo del Departamento Gubernamental de Enseñanza. Su hijo, Richard M. Jordan, número de registro 600-115, ha terminado el examen. Lamentamos anunciarle que su coeficiente intelectual supera las normas estipuladas por el Gobierno de acuerdo con la Ley número 84, sección 5, del nuevo Código Jurídico.

La señora Jordan se echó a llorar en cuanto vio el demudado semblante de su marido

-Se les permite especificar por vía telefónica- continuó el funcionario con voz monótona- si desean que sea el Gobierno quien se encargue del entierro del cadáver o si prefieren darle sepultura en un cementerio privado. La tarifa del sepelio gubernamental es de diez dólares.


Dejo también el capítulo de la serie "Dimensión Desconocida" para que lo disfruten.


domingo, 12 de junio de 2022

NO TERMINARÁ CON UN ESTALLIDO


"No terminará con un estallido" (Not with a Bang) es un cuento escrito por el autor norteamericano Damon Knight, publicado originalmente en la edición de invierno de 1950 de la revista Magazine of Fantasy and Science Fiction, y luego reeditado en la antología de ese mismo año: El gran libro de la ciencia ficción (Big Book of Science Fiction).

NO TERMINARÁ CON UN ESTALLIDO

Damon Knight

Diez meses después de pasar por encima el último avión, Rolf Smith supo que sólo había sobrevivido otro ser humano. Ese otro ser humano se llamaba Louise Oliver, y estaba sentada a la mesa, frente a él, en la cafetería de un restaurante de Salt Lake City. Comían salchichas enlatadas y bebían café.

La luz del sol golpeaba como una sentencia a través del vidrio roto de una ventana. No se oían ruidos, ni adentro ni afuera; sólo un sofocante rumor de ausencia. El sonido de platos en la cocina, el ruido sordo y pesado de los tranvías: nunca más. Había sol; y silencio; y los ojos húmedos, asombrados, de Louise Oliver.

Rolf se inclinó sobre la mesa e intentó atraer por un instante la atención de aquellos ojos de pez.

—Querida —dijo—, claro que respeto tu punto de vista. Pero tengo que hacerte comprender que no es para nada práctico.

Louise lo miró un poco sorprendida, luego volvió a apartar los ojos. La cabeza se agitó levemente.

—No. No, Rotf, no viviré contigo en pecado.

Smith pensó en las mujeres de Francia, de Rusia, de México, de los Mares del Sur. Había pasado tres meses en los devastados estudios de una estación de radio en Rochester, escuchando las voces hasta que se apagaron.

Había habido una gran colonia en Suecia, que incluía a un ministro del gobierno inglés. Los habitantes de esa colonia informaban que Europa ya no existía: no quedaba una hectárea que no hubiese sido barrida por el polvo radiactivo. Tenían dos aviones y suficiente combustible para llegar a cualquier sitio del continente; pero no había adónde ir. Tres de ellos tuvieron la plaga; luego once; luego todos.

Había un piloto que cayó cerca de una estación de radio gubernamental. No duró mucho tiempo porque se había roto varios huesos al estrellarse; pero había visto las aguas vacías donde tendrían que haber estado las Islas del Pacífico. Suponía que también habían desaparecido los hielos árticos.

No había informes de Washington, ni de Nueva York, ni de Londres, París, Moscú, Chungking, Sydney. Era imposible saber quién había sido exterminado por la enfermedad, quién por el polvo, quién por las bombas.

El propio Smith había sido ayudante de laboratorio en un equipo que trataba de encontrar una cura para la plaga. Sus superiores encontraron una que daba resultado a veces, pero llegó un poco tarde. Cuando se fue del laboratorio, Smith se llevó todo el que había: cuarenta ampollas, una cantidad suficiente para varios años.

Louise había sido enfermera de un elegante hospital cerca de Denver. Según ella, algo bastante extraño le había sucedido al hospital mientras ella caminaba hacia allí la mañana del ataque. Estaba bastante tranquila cuando hablaba de ese asunto, pero en sus ojos aparecía una mirada vaga, y su expresión destrozada se volvía un poco más ausente. Smith no la apremiaba para que le diese una explicación.

Como él mismo, Louise había encontrado una estación de radio que todavía funcionaba, y cuando Smith descubrió que ella no había contraído la plaga, aceptó que se encontraran. Louise, al parecer, era naturalmente inmune. Debía de haber otros, por lo menos unos pocos; pero las bombas y el polvo no les habían perdonado.

A Louise, sobre todo, le parecía embarazoso que no quedase ningún pastor protestante vivo.

El problema era que ella lo pensaba de veras. A Smith le había llevado mucho tiempo creerlo, pero era así. Ella tampoco estaba dispuesta a dormir en el mismo hotel que él; esperaba, y recibía, la mayor cortesía y corrección. Smith había aprendido la lección. Caminaba del lado de afuera en las aceras cubiertas de escombros; le abría las puertas, mientras hubo puertas; le acercaba la silla; se cuidaba de no maldecir. La cortejaba.

Louise tenía unos cuarenta años, por lo menos cinco más que Smith. A veces él se preguntaba qué edad pensaría ella que tenía. La impresión de ver lo que le había sucedido al hospital (fuese lo que fuese), a los pacientes que ella había cuidado, había obligado a su mente a refugiarse en la infancia. Louise admitía tácitamente que todas las demás personas del mundo estaban muertas, pero aparentemente consideraba que eso era algo que uno no debía mencionar.

Más de un centenar de veces en las últimas tres semanas, Smith había sentido un impulso casi irresistible de romperle el delgado pescuezo y seguir adelante. Pero no tenía salvación; ella era la única mujer en el mundo, y la necesitaba. Si moría, o lo abandonaba, él también moriría.

Maldita sea, pensó furiosamente para sus adentros, cuidando de que no se le notara en la cara.

—Louise, vida mía —dijo suavemente—, no quiero perturbar tus sentimientos. Tú lo sabes.

—Sí, Rolf —dijo ella, mirándole fijamente con cara hipnotizada.

Smith se obligó a proseguir.

—Tenemos que afrontar los hechos, por muy desagradables que sean. Querida, somos el único hombre y la única mujer que existen. Somos como Adán y Eva en el Jardín del Edén.

En la cara de Louise apareció una expresión de leve disgusto.

Evidentemente estaba pensando en hojas de parra.

—Piensa en las generaciones venideras —le dijo Smith, con un temblor en la voz—. Piensa en mí siquiera una vez. Quizá sirva otros diez años, quizá no.

Con un estremecimiento, recordó la segunda etapa de la enfermedad: la desvalida rigidez, que golpeaba sin aviso previo. El ya había tenido un ataque de esos, y Louise le había ayudado a curarse. Sin Louise se habría quedado en ese estado hasta morir, con la hipodérmica salvadora a pocos centímetros de su rígida mano.

Continuó hablando:

—Dios no quiso que la raza humana acabase de este modo. Nos perdonó a nosotros, a ti y a mí, para... —hizo una pausa; ¿cómo lo podría decir sin ofenderla?— ...para llevar adelante la antorcha de la vida —concluyó.

Eso.

Era una manera bastante delicada de decirlo.

Louise miraba fijamente por encima del hombro de Smith. Los párpados le pestañeaban regularmente, y la boca acompañaba ese ritmo con pequeños movimientos de ratón. Smith se miró los debilitados muslos debajo de la mesa.

No tengo fuerzas —pensó—. ¡Cristo, si tuviera fuerzas!

Volvió a sentir aquella rabia inútil, y trató de dominarse. No podía perder la cabeza, porque ésta era quizá su última oportunidad. Louise había estado hablando últimamente, en el lenguaje nebuloso que usaba para todo, de subir a las montañas a rezar para que el Señor los guiase. No había dicho «sola», pero era bastante fácil ver que se lo imaginaba de esa manera. Tenía que convencerla antes de que la decisión fuese irrevocable.

Se concentró furiosamente, e hizo otro intento. Las palabras pasaban como un rumor distante. Louise oía alguna frase de vez en cuando. Cada una de esas frases le generaba una cadena de pensamientos, que la ataban con más firmeza al ensueño.

Nuestro deber ante la Humanidad...

Mamá había dicho a menudo —eso era en la vieja casa de Waterbury Street, naturalmente, antes de que mamá enfermara— había dicho: Niña, tu deber es ser limpia, educada y temerosa de Dios. Ser bonito no importa. Hay muchas mujeres feas que han conseguido maridos buenos y cristianos.

Maridos. Tener y poseer. Azahares, y las madrinas de boda; la música de órgano. Entre la bruma vio la cara delgada y lobuna de Rolf. Naturalmente, él era el único hombre que tendría jamás; lo sabía muy bien.

Diablos, cuando una muchacha pasaba de los veinticinco tenía que aceptar lo que consiguiese. Pero a veces me pregunto si de veras es un buen hombre, pensó.

...a los ojos de Dios...

Louise recordó las ventanas de vidrios coloreados de la vieja Primera Iglesia Episcopal, y cómo pensaba siempre que Dios la miraba desde aquella brillante transparencia. Quizá Él la estuviese mirando todavía, aunque a veces parecía que la hubiese olvidado. Naturalmente, se daba cuenta de que las costumbres matrimoniales cambiaban, pero era una verdadera lástima, casi un ultraje que si de veras se casaba con ese hombre, no pudiese disfrutar de tantas cosas agradables.

Ni siquiera habría regalos de boda. Ni siquiera eso. Pero, por supuesto, Rolf le daría todo lo que ella quisiese.

Miró otra vez a su cara, y notó aquellos ojos negros concentrados que la miraban con feroz intención, la boca delgada que se contraía en un tic lento y regular, los velludos lóbulos de las orejas debajo de la maraña de pelo negro.

Rolf no se debía dejar crecer tanto el pelo, pensó Louise. Bueno, ella podía cambiar todo eso. Si se casaba con él, sin duda le haría cambiar el modo de ser. Era su obligación.

Rolf estaba hablando de una granja que había visto en las afueras de la ciudad, una casa grande, buena, con granero. No había ganado, dijo, pero después ya conseguirían alguno. Y plantarían cosas, y tendrían sus propios alimentos, para no tener que ir a restaurantes todo el tiempo.

Louise sintió algo en la pálida mano que tenía delante de ella en la mesa. Los dedos de Rolf, morenos, gordos, con negro vello encima y debajo de los nudillos, tocaban los de ella. Rolf habla callado un momento, pero ahora hablaba otra vez, con más urgencia todavía.

Louise retiró la mano.

Rolf estaba diciendo:

—...y tendrás el más hermoso traje de boda, y un ramo de flores. Todo lo que quieras, Louise, todo.

¡Un traje de boda! ¡Y flores, aunque no hubiese un pastor! Bueno, ¿por qué no lo había dicho antes?

Rolf se interrumpió en la mitad de una frase ; acababa de darse cuenta de que Louise había dicho claramente:

—Sí, Rolf, me casaré contigo si ése es tu deseo.

Aturdido, Rolf quiso que lo repitiese, pero no se atrevió a preguntarle, por miedo a recibir alguna respuesta fantástica, o ninguna respuesta. Tomó aliento, profundamente, y dijo:

—¿Hoy, Louise?

—Bueno —dijo ella—, hoy no estoy muy... Naturalmente, si te parece que puedes hacer todos los preparativos a tiempo... aunque me parece...

El triunfo corrió por el cuerpo de Smith. Ahora tenía una ventaja, y la aprovecharía.

—Di que sí, querida —la apremió—. Di que sí y seré el hombre más feliz...

La lengua se le resistió, impidiéndole terminar la frase; pero no importaba. Louise asintió sumisamente.

—Lo que te parezca mejor, Rolf.

Smith se puso de pie, y Louise le permitió que le besase una pálida y seca mejilla.

—Nos vamos inmediatamente —dijo él—. ¿Me disculpas un minuto, querida?

Entonces caminó hasta el fondo de la sala, dejando huellas en la alfombra de piel. Sólo tendría que hablar así con ella unas pocas horas, y luego ella sentiría que le pertenecía para siempre. Después, Rolf podría hacer con ella lo que quisiese. Entonces no estaría tan mal, nada mal, ser el último hombre sobre la tierra. Hasta podía tener una hija.

Encontró la puerta del retrete y entró. Dio un paso, y el cuerpo se le paralizó, sin llegar a perder el equilibrio, erguido pero impotente. El pánico le atacó la garganta; trató de volver la cabeza y no pudo; trató de gritar y no pudo.

A sus espaldas hubo un pequeño chasquido: la puerta, amortiguada por el tope hidráulico, acababa de cerrarse para siempre. No estaba con llave; pero del otro lado mostraba la advertencia: CABALLEROS.

viernes, 10 de junio de 2022

WORLDS BEYOND

Primer número, diciembre de 1950

A lo largo de la historia de las publicaciones pulps han aparecido muchas revistas que sólo tuvieron uno que otro ejemplar en su muy efímera existencia, por ejemplo, la revista Comet de la que se ha hablado en otro momento. Worlds Beyond fue una de ellas.

Esta revista estadounidense de ciencia ficción y fantasía ficción sólo tuvo tres números mensuales, desde diciembre de 1950 hasta febrero de 1951, pero se destaca por haber impreso historias de Cyril M. Kornbluth, Jack Vance, Mack Reynolds, Graham Greene, John Christopher, Lester del Rey, Judith Merril y otros.

Worlds Beyond fue publicado por Hillman Periodical, una editorial de revistas y cómics fundada en 1938 por Alex L. Hillman, un antiguo editor de libros de la ciudad de Nueva York. Esta editorial fue mejor conocida por sus revistas de confesiones verdaderas y crímenes verdaderos y cómics tales como Air Fighters Comics y su sucesor Airboy Comics.

Segundo número, enero de 1951

Worlds Beyond fue editada por Damon Knight, integrante de los futurianos y que es más conocido por ser el autor del cuento Servir al hombre que dio origen al famoso capítulo del programa La Dimensión Desconocida. 

Los dos primeros números de la revista se llamaron Worlds Beyond Science-Fantasy Fiction. En su número final, se tituló Worlds Beyond: A Magazine of Science-Fantasy Fiction. El precio de portada era de 25 centavos y cada edición tenía 128 páginas.

Tercer y último número, febrero de 1951

viernes, 3 de junio de 2022

MARY ELIZABETH COUNSELMAN


Mary Elizabeth Counselman fue una escritora de ficción y poeta cuyo trabajo apareció en publicaciones periódicas tan populares como Good Housekeeping, Colliers y The Saturday Evening Post. Ella sigue siendo mejor conocida por sus 30 cuentos de terror y fantasía que publicó en la revista Weird Tales. Counselman nació el 19 de noviembre de 1911 en Birmingham , condado de Jefferson , hija de Nettie Yonque McCrorey y John Sanders Counselman, un profesor de ingeniería. Asistió al Alabama College (ahora la Universidad de Montevallo) y la Universidad de Alabama, y luego consiguió un trabajo como reportera para el Birmingham News. En 1941, se casó con Horace Benton Vinyard, y la pareja se instaló en Gadsden, condado de Etowah , viviendo en el Leota, su barco de vapor con ruedas de paletas en el río Coosa, frente al actual Moragne Park. Counselman enseñó escritura creativa en Gadsden State Junior College (actual Gadsden State Community College). La pareja tuvo un hijo, William Sanders Vinyard.

Su primera venta profesional registrada fue el cuento "The Devil Himself", que apareció en noviembre de 1931 en el efímero Myself: The Occult Fiction Magazine. Su trabajo alcanzó su audiencia más amplia con Weird Tales, y su asociación con la revista abarcaría tres de sus cuatro décadas originales de publicación, comenzando con "The House of Shadows" (abril de 1933) y terminando con "The Way Station" (septiembre de 1953). Su obra más famosa, publicada en la edición de agosto de 1934 de Weird Tales, es "The Three Marked Pennies", escrita cuando tenía 15 años. En una entrevista publicada en el Gadsden Times, dijo que esa historia estaba pensada como "relleno" para la parte posterior de la revista, pero causó tanta sensación entre los lectores que se reimprimió 17 veces y fue traducida a nueve idiomas. La trama se centra en tres monedas, una marcada con una cruz, otra con un círculo y otra con un cuadrado, que circulan en una ciudad sureña sin nombre. Aparecen volantes por toda la ciudad anunciando que, en una fecha determinada, el portador de una moneda recibirá 100.000 dólares en efectivo, otro recibirá un viaje alrededor del mundo y el último recibirá la muerte, según el símbolo que posea. Pero, los volantes advierten que la respuesta al acertijo de qué moneda es cuál no es obvia.

Ninguna de las otras historias de Counselman publicadas en Weird Tales tuvo el mismo impacto en los lectores, sin embargo, siguió siendo una colaboradora popular. Su historia más elogiada por la crítica es "Seventh Sister" (enero de 1943), que se reimprimió en la colección The Sleeping and the Dead: Thirty Uncanny Tales.(1947). Es inusual por su enfoque en el vudú, un tema elegido por pocas escritoras, y más aún por su protagonista afroamericana, una niña albina nacida con poderes ocultos. Counselman la trata con una simpatía rara para un personaje "negro" en la ficción pulp estadounidense de la década de 1940, aunque el resto de su familia sigue los estereotipos propios de la época. Otro de sus cuentos, "The Unwanted" (enero de 1951), aborda un tema aún más raro: una joven censista de Birmingham que se encuentra con una montañesa que adopta los fantasmas de niños abortados, incluyendo un niño negro y un niño judío. También es notable "Parasite Mansion", que apareció en enero de 1942.Weird Tales y que luego fue adaptado para la serie Thriller de la NBC de 1960-62.

Cuando Weird Tales dejó de publicarse en 1954, la producción de ficción de Counselman se redujo drásticamente ya que las revistas pulps sobrevivientes durante la década de 1950 se especializaron en ciencia ficción o misterio y no en la la fantasía orientada al folclore propia de las obras de Counselman. En cambio, vendió poesía y artículos a revistas “serias” como The Saturday Evening Post, pero su ficción no hizo esa transición. Sus cuentos sobrenaturales aparecieron en varias antologías, pero no se recopilaron en forma de libro hasta 1964, cuando World Distributors UK publicó Half in Shadow: A Collection of Tales for the Night Hours, que contenía 14 de sus cuentos publicados en Weird Tales. Esta colección no fue publicada en los Estados Unidos hasta 1978 por Arkham House, que lanzó una edición revisada de tapa dura. Su otro libro de ficción, African Yesterdays (1975), contiene "cuentos populares" que escribió para la revista pulp Jungle Stories. Inusual para el género de "aventuras en la jungla", ya que presentaban protagonistas africanos en lugar de héroes blancos. También publicó la no ficción Todo lo que siempre quisiste saber sobre lo sobrenatural. . . Pero tienen miedo de creer (1976) y SPQR: La poesía y la vida de Catulo (1977), junto con varios volúmenes de versos. En 1976, Counselman recibió una subvención de $6,000 del National Endowment for the Arts, y en 1981 recibió el Premio Phoenix por su trayectoria como escritora sureña de ciencia ficción y fantasía. Counselman murió en Birmingham el 13 de noviembre de 1995, a la edad de 83 años.


miércoles, 1 de junio de 2022

LAS RATAS DE LAS PAREDES


"Las ratas de las paredes" (The Rats in the Walls) es una historia corta de terror escrita entre agosto y septiembre de 1923 por H. P. Lovecraft. Esta historia fue rechazada por Argosy porque fue considerada demasiado aterradora para sus lectores. Sin embargo, el editor de Weird Tales, J.C. Henneberger, describió la historia en una nota a Lovecraft como la mejor que había recibido su revista. Por tal motivo, esta historia vio la luz por primera vez en la edición de marzo de 1924.

Fue una de las pocas historias de Lovecraft publicadas en una antología durante su vida, en la colección Switch on the Light de 1931, editada por Christine Campbell Thompson. Luego sería reeditada por Arkham House en la antología de 1939 The Outsider and Others

Queda para ustedes este cuento en voz del narrador del canal Noviembre Nocturno. Que lo disfruten.