El siguiente fragmento está sacado de un texto escrito por Ignacio Fernández Sarasola (1970). Ignacio Fernández Sarsola es un profesor e investigador español, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Oviedo, especializado en el estudio de la historia constitucional de España. Doctor en Derecho y Profesor Titular de Derecho Constitucional en la Universidad de Oviedo. Es Director del Seminario de Historia Constitucional “Martínez Marina”, Investigador Titular del Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, Académico de Número de la Real Academia Asturiana de Jurisprudencia (Medalla XXXIV) y Director de la revista “Historia Constitucional” y de la Biblioteca Virtual “Francisco Martínez Marina”. Ha ampliado estudios en las Universidades de Nueva York, Londres, Florencia, Macerata y Lisboa. Especializado en historia constitucional, es autor de dos centenares de trabajos publicados en editoriales y revistas de catorce países distintos de Europa, Iberoamérica, Norteamérica y Oceanía. Sus escritos han sido traducidos al inglés, francés y portugués. Ha impartido y participado en la organización de más de medio centenar de conferencias, de exposiciones a nivel nacional, y pertenece al Consejo Asesor de diversas revistas científicas y editoriales especializadas en Derecho e Historia.
Es autor de obras como Poder y libertad: los orígenes de la responsabilidad del Ejecutivo en España (1808-1823) (2001), La función de Gobierno en la Constitución española de 1978 (2002), Proyectos constitucionales en España (1786-1824) (2004), La Constitución de Bayona (1808) (2007), Los partidos políticos en el pensamiento español. De la Ilustración a nuestros días (2009), entre otras. También ha editado Valentín de Foronda. Escritos políticos y constitucionales (2002).
En el siguiente fragmento nos hablará un poco sobre cómo ciertas campañas en los Estados Unidos pretendieron modificar las leyes para permitir la prohibición de las revistas pulp y qué tanto lo lograron o no. La referencia se encuentra al final del fragmento. Que lo disfruten.
CAMPAÑA SOCIAL Y MEDIDAS LEGISLATIVAS CONTRA LAS PULP MAGAZINES
Ignacio Fernández Sarasola
Tal y como había sucedido con las dime novels, las pulp magazines y los comic books sufrieron el acoso de una activa campaña social en su contra. Particularmente cruento para los pulps fue el período 1923-1925, momento en el que se desarrolló la denominada “Cruzada de libros limpios” (Clean Books), considerada por algunos como el mayor desafío para la libertad de prensa estadounidense en el siglo XX. Buena parte de la campaña estuvo dirigida en Nueva York por el ya citado John Saxton Sumner, a la sazón apoyado por John Ford, juez de la New York State Supreme Court.
El objetivo compartido era, una vez más, ahondar en la legislación antiobscenidad, a cuyo fin se redactó un proyecto de ley, presentado en ambas cámaras del Parlamento de Albany el 23 de marzo de 1923, respectivamente por el diputado George N. Jesse y por el senador Salvatore A. Cotillo. El conocido como proyecto Jesse-Cotillo pretendía reformar la Sección 1141 del Código Penal del Estado de Nueva York en varias líneas claramente regresivas: por una parte, permitiendo que la formulación de cargos pudiera realizarse sobre la base de una parte de un libro o revista, de modo que sólo ese fragmento (y no su totalidad) se utilizase como evidencia en el proceso judicial; por otra, ampliando el significado de los términos “indecente” (filthy) y “repugnante” (disgusting) ya previstos en el Código Penal, de modo que pudiesen aplicarse también a contenidos no estrictamente sexuales; finalmente, imponiendo el juicio por jurados y la intervención de expertos en todos los procesos por obscenidad.
Sin embargo, el apoyo al proyecto de ley empezó a decaer en el transcurso de su tramitación legislativa en el Senado, en parte por el miedo a que las medidas que pretendían adoptase hicieran que Nueva York dejase de ser el epicentro editorial de Estados Unidos. En la votación final (3 de mayo de 1923) el Senado rechazó el texto por treinta y un votos frente a apenas quince.
Este revés no desanimó a los partidarios de la “Campaña de Libros Limpios”, y en 1924 se presentó un nuevo proyecto en el Parlamento del Estado neoyorkino, aunque algo más flexible que el anterior ya que, por ejemplo, permitía que la defensa de un libro acusado de obscenidad pudiese emplear en su apoyo pasajes distintos a aquellos que habían ocasionado la orden judicial, si bien nunca el libro en su conjunto. El juez John Ford, que apadrinaba el texto, lo justificó una vez más, alegando que Estados Unidos se había convertido “en el vertedero literario del mundo”.
A pesar de ello, el proyecto obtuvo un clamoroso rechazo cuando en el Senado apenas fue apoyado por cuatro parlamentarios, frente a cuarenta y siete que se pronunciaron en su contra. Haciendo gala de un ánimo irreductible, los partidarios de la campaña “libros limpios” volvieron a intentar en diversas ocasiones revitalizar el texto. Así sucedió en 1925, a través del Senador William Love, con una iniciativa que moriría en comité, y luego, de forma sucesiva, hasta 1929, momento en que la nueva propuesta fue rechazada por ambas cámaras del Parlamento neoyorkino.
Estos continuos reveses minaron la imagen de la campaña “procensura”, a pesar de que John Ford trató de exponer sus argumentos en su libro Criminal Obscenity. A Plea for Its Suppresion (1926). Congratulándose de la pérdida de popularidad de los autoproclamados censores, Mencken y Nathan escribían:
“Están empezando a tener dificultad en convencer a los demás de su dignidad e importancia. Han pedido aplausos y han obtenido chasquidos de disgusto. Para ser censor, hoy en día, un hombre no sólo debe ser un idiota, sino también un hombre lo suficientemente valiente en su estupidez como para aguantar las disimuladas mofas de sus vecinos de puerta”.
Poco después, Mencken llegaría a ligar la campaña procensura con la Ley Volstead, la conocida ley antialcohol: ni la primera serviría para forjar una nación casta, ni la segunda para formar una nación abstemia.
Pero, aunque la campaña “Libros Limpios” hubiese fracasado en otros Estados importantes, como Nueva York, sus instigadores intentaron un nuevo asalto, esta vez en el ámbito federal. Una campaña que tuvo como objetivo más claro a las revistas consideradas inapropiadas para la infancia –como los propios pulp magazines– a las que algunos consideraban como más dignas de censura por representar la más degradada variedad de literatura. Para detener su difusión, en 1927 Thomas W. Wilson, de Coldwater (Mississippi) introdujo en el Congreso un proyecto de ley proponiendo el establecimiento de un National Board of Magazine Censorship.
Bajo la apariencia de arte, decía, estas “revistas baratas” mostraban constantemente imágenes indecentes, señalando los ejemplos de Film Fun, Saucy Stories y Snappy Stories. Su propuesta consistía en introducir una “sana y vigorosa censura”, intención en la que obtuvo el respaldo del congresista Albert Johnson, quien añadió la guinda nacionalista al debate: esas perniciosas revistas eran producidas en muchas ocasiones por editores con apellidos extranjeros que estaban contaminando la identidad nacional, a la par de difundir ideario comunista.
Aunque el proyecto de Wilson fracasó, un año más tarde el congresista de Arkansas John N. Tillman introdujo un proyecto similar. Su objetivo era, según sus palabras “separar a la gente joven de ciertas influencias contaminantes”, entre las que también incluía al cine y al jazz. Tillman mostró a sus compatriotas ejemplares de Telling Tales, a fin de que pudieran ver, con sus propios ojos, aquel “reprobable material” que era leído mensualmente por un millón y medio de personas.
A igual que en el caso del proyecto de Wilson, también el de Tillman fue rechazado en Comisión y, por tanto, no llegaría a ser debatido en el pleno. Sin embargo, las pulp magazines quedaban marcadas de forma singular. En algunas ciudades, las autoridades locales se mostraron extremadamente activas a la hora de controlar la difusión de este tipo de publicaciones. Tal fue el caso de Nueva York, cuyo alcalde, Fiorello La Guardia, intentó suprimir las spicy pulps, a no ser que se cambiasen sus portadas y se vendieran “bajo el mostrador”. La presión surtió el efecto requerido, y en los años treinta la línea de publicaciones spicy se sustituyó por la línea speed; un cambio nominal que pretendía evidenciar el abandono del erotismo más acendrado.
Fernández Sarasola, I. (2018). Límites a la libertad de expresión en Estados Unidos. La lucha contra las “publicaciones inmorales” (siglos XIX y XX). Historia Constitucional n.19, 2018, págs. 669-723, http://www.historiaconstitucional.com