miércoles, 23 de febrero de 2022

REFLUJO Y NUEVA OLA (3)

Portada de la edición original del libro ya varias veces mencionado

Continuamos con el tercer apartado de "Reflujo y nueva ola", texto escrito por Mike Ashley para el libro libro Los mejores relatos de ciencia ficción. La era del cambio 1956-1965, Martínez Roca, colección Super-Ficción (primera época) 1981. 

REFLUJO Y NUEVA OLA

Mike Ashley

3. El  éxodo de la ciencia ficción

No causa sorpresa alguna que la primerísima víctima de la desgracia fuera la única revista sobreviviente de formato normal; Science Fiction Quarterly, que apareció por última vez en febrero de 1958. Si bien su literatura se mantuvo siempre a un nivel de amenidad, en los últimos tiempos su calidad había mermado. Pero, más que a eso, su caída se debió a que ese tipo de revistas se había convertido en un completo anacronismo. No tenían cabida en la era espacial. No obstante, lo que al principio pareció una calamidad, acabó por derivar en fortuna. El editor Louis Silberkleit aprovechó la oportunidad de cerrar SF Quarterly para aumentar la periodicidad de sus otras dos revistas, Science Fiction pasó a mensual a partir de mayo de 1958. Este logro quedó aminorado en parte por el hecho de que, en febrero de 1957, Fantastic se había transformado asimismo en mensual manteniendo dicho ritmo de publicación.

En junio de 1958, aparecieron por última vez dos revistas. Venture dejó de publicarse después de diez números, excelentes pero no apreciados, al igual que Science Fiction Adventures, aunque esta última sobreviviría en un medio totalmente distinto, como ya veremos. Su hermana mayor, Infinity, subsistió un poco más, pero sucumbió por fin en noviembre de 1958.

William Hamling advirtió también las señales de peligro. En octubre de 1955, tras el éxito del Playboy de Hugh Heffner, había lanzado la revista para hombres Rogue, que, con bastante frecuencia, incluía relatos de ciencia ficción. Rogue obtenía unos beneficios «respetables» y, sin duda alguna, resultaba más lucrativa que publicar dos mediocres revistas de ciencia ficción. ¿Por qué proseguir con ellas cuando podía publicar ciencia ficción en su revista masculina en papel satinado? Hamling corrió un último riesgo al adaptar Imaginative Tales a la era espacial, cambiando su nombre por el de Space Travel en el número de julio de 1958. Pero sus relatos cortos mantuvieron su insipidez habitual, sólo paliada por las amenas novelas cortas que los acompañaban. Octubre de 1958 fue el mes de la última Imagination, y en noviembre desapareció Space Travel.

Ocho revistas habían cerrado ya un año después del nacimiento de la era espacial, y el final de esa situación no se vislumbraba todavía.

Satellite luchó con valentía. Ya no la dirigía Merwin, sino que la controlaba en esencia Leo Margulies, con la colaboración de Cylvia Kleinman, su esposa, y Frank Belknap Long. Margulies era tan consciente como cualquier otro editor del inminente fracaso. Su táctica consistió en convertir Satellite en una publicación de gran formato. Con anterioridad, tan sólo una revista de ciencia ficción había aparecido así, Science Fiction Plus, en 1953. Pero había fracasado. ¿Triunfaría Satellite? Como nueva publicación de gran formato, disfrutaría de mejores oportunidades en los quioscos, donde las revistas pequeñas se perdían entre la confusión de los libros de bolsillo.

La conversión tuvo lugar en el número de febrero de 1959, al mismo tiempo que la publicación pasaba a mensual. No se trataba, en realidad, de una revista en papel satinado. Estaba impresa en papel barato, y sólo la cubierta -una llamativa franja amarilla, con una audaz ilustración de Alex Schomburg- era de material especial. Al fin y al cabo, sólo contaba la primera impresión. Además de los relatos normales, excelentes, Margulies presentaba una innovación, una sección de reediciones, titulada «Departamento de historias perdidas».

Se trataba de un negocio arriesgado y merecía triunfar. No fue así. Los ingresos resultaron desconsoladores. El número de junio de 1959 murió en la etapa de corrección y jamás fue impreso. No obstante, dos ejemplares fueron depositados en la Biblioteca del Congreso para registrar su propiedad intelectual, y se sabe que existen otros dos, convirtiéndose así en la más rara de todas las ediciones de revistas de ciencia ficción.

Por una ironía, la revista nueva que sobrevivió más tiempo fue Super Science Fiction, editada por el hombre que menos sabía del tema. Scott poseía, en cambio, grandes conocimientos acerca de la comercialización, y del mismo modo que Palmer siguió la tendencia OVNI, Scott apuntó hacia una nueva y floreciente moda: la ciencia ficción matizada de horror.

Los años cincuenta habían sido testigos de una profusión de supuestas películas de ciencia ficción, la mayoría protagonizadas por agresivos monstruos, surgidos de todas partes. Realizadas en general de manera consternadora, hasta el punto de provocar la risa, ello no fue obstáculo para que atrajeran a un numeroso público, sobre todo juvenil. Como es natural, cuando la industria cinematográfica comprendió la potencialidad del campo, se multiplicaron las películas sobre dicha base. En consecuencia, se nos ofrecieron necedades como The Invasion of the Saucer Men (La invasión de los platillos) (1957, basada en un relato de Paul Fairman, cosa nada sorprendente), I Was a Teenage Frankenstein (Yo fui un Frankenstein adolescente) (1957), I Married a Monster from Outer Space (Me casé con un monstruo del espacio) (1958) y, por supuesto, The Blob (La gota), (1958), protagonizada por Steve McQueen.

Cosa extraña, la primera revista que se especializó en el género fue británica. Screen Chills and Macabre Stories nació en el otoño de 1957. Ofreciendo algunos artículos y relatos sacados de las películas, encontró escasa acogida y no tardó en liquidar.

El mercado americano respondió mejor a este tipo de publicación. En enero de 1958, Famous Monsters of Filmland obtuvo unas ventas fenomenales y adoptó con gran rapidez una periodicidad bimensual. Poco tenía que ver con la ciencia ficción, y si bien presentaba algún relato ocasional, carecía de verdadero interés. E ironías de la suerte, la dirigía Forrest J. Ackerman, el aficionado número uno de la ciencia ficción. Ackerman, apasionado desde niño por las películas de terror y ciencia ficción, había reunido una inmensa colección en su Ackermansion, donde se aloja también la más completa colección de libros y revistas de ciencia ficción y horror existente en el mundo, que yo sepa. Durante años, Ackerman se había esforzado por iniciar una revista de ciencia ficción, pero sus planes se frustraban en las etapas finales. El aborto más reciente había sido el de Sci-Fi preparada para su publicación en 1957, pero que nunca apareció. Ackerman acuñó en 1955 el término sci-fi, en las páginas de Spaceway. Desde entonces, llegó a ser la abreviatura más usada de ciencia ficción, con gran disgusto de los puristas, que la juzgan como sinónimo del mínimo denominador común de lo más ínfimo del género.

Con Famous Monsters, no obstante, Ackerman acertó con la cuerda sensible, y su publicación inició el auge de las revistas de monstruos, que se prolongó hasta la década de los sesenta. (Robert C. Sproul, de Web Terror, lanzaría posteriormente la suya propia, For Monsters Only.) También tuvo sus repercusiones en el mundo de la revista de ciencia ficción, puesto que provocó la defección de W. W. Scott. Scott, en el número de abril de 1959, transformó Super-Science Fiction en revista de monstruos. Sin embargo, no la rellenó con una multitud de fotografías tomadas de las películas o con artículos semiserios, sino que la mantuvo con la misma apariencia, con relatos de fondo como Vampires from Outer Space (Vampiros del espacio), Mournful Monster (Monstruo afligido) y The Huge and Hideous Beasts (Las enormes y horribles bestias), la mayoría escritos por Robert Silverberg. Resulta imposible determinar en qué proporción aumentó esto las ventas de Super SF o retrasó su desaparición, pero sólo se publicaron tres números más, hasta octubre de 1959. Por entonces, numerosos aficionados a la ciencia ficción se alegraron de ello, pues si bien la revista había ofrecido algunas buenas narraciones, como The Gentle Vultures (Los dóciles buitres), de Isaac Asimov (diciembre de 1957), su calidad había disminuido muy pronto.

A finales de 1959, sobrevivían nueve revistas de ciencia ficción en todo el continente norteamericano, siendo así que dos años antes existían más de veinte. La cifra se reduciría aún más en el transcurso del año siguiente.

Fantastic Universe había dañado mucho su buen nombre al concentrarse en los platillos volantes, en 1957. Sin embargo, Hans Santesson obró milagros para mantener viva la revista durante los años de infortunio. Amplió su alcance para cubrir todos los reinos de la fantasía, lo sobrenatural y la ciencia ficción. Fantastic Universe fue la primera en imprimir el relato onginal de Bjorn Nyberg Conan, vuelto a escribir por L. Sprague de Camp, Conan the Victorious (Conan el victorioso), en septiembre de 1957. Santesson alentó a Harry Harrison en su obra, sugiriendo la serie La guerra de los robots, después de adquirir The Velvet Glove (El guante de terciopelo) en 1956.

La mejor oportunidad para renovar su revista se le presentó a Santesson en 1959, cuando pasó a ser editada por Great American Publications. En octubre de 1959, Fantastic Universe experimentó una modernización. Aunque volviendo al formato de revista barata, se imprimía en papel de mejor calidad. Santesson adquirió algunos cuentos de primera clase, por ejemplo, The Largue Ant (La gran hormiga), un relato de Howard Fast sobre la evolución, y se aseguró la contribución de Lester del Rey, John Brunner, Lin Carter, Jorge Luis Borges y Poul Anderson. La publicación en forma de folletín de The Mind Thing (El objeto mental), la novela de Fredric Brown sobre un extraterrestre que se adueña de las mentes humanas, se inició en marzo de 1960. Los lectores hubieron de esperar un año, hasta que fue publicado el libro, para averiguar cómo concluía. Aquél fue el último número de Fantastic Universe, otra víctima de los distribuidores, precisamente cuando mayor éxito obtenía. La editorial planeó una revista especial, de un solo número, a fin de publicar en ella los relatos inéditos comprados para Fantastic Universe. La proyectada Summer SF jamás se hizo realidad. No obstante, se publicaron dos números de una revista de horror, Fear!, así como otros cinco de una edición americana de New Worlds, aunque de esto hablaremos más tarde.

Entre las víctimas finales de la plaga, se incluyeron las más apreciadas revistas, Future y Sciencie Fiction Stories, admirablemente editadas por Robert Lowndes durante casi veinte años. Lowndes (nacido en 1916) fue y sigue siéndolo (pese a que ya no trabaja en este campo), uno de los mejores y más competentes editores de revistas. Se interesaba de verdad por la revista en sí, en sus colaboradores y, sobre todo, sus lectores, en tanto que otros adoptaban la actitud de «primero ocuparse de la revista, ya se ocupará ésta del lector». Para Lowndes, el lector era lo primero, o al menos se encontraba al mismo nivel.

Esta preocupación se revela muy claramente al leer su publicación: los editoriales personalizados, las excelentes secciones dedicadas al lector y el aficionado, y el sentimiento general que se desprende de que «esto es obra de todos». Leer una de las revistas de Lowndes causaba la impresión de pertenecer a una familia, y en cierto sentido así era.

Future apareció de manera más irregular, y durante parte de 1954, quedó casi postergada. Salió esporádicamente a lo largo de 1956 y, por último, en 1958 adoptó una periodicidad bimensual, al tiempo que SF Stories pasaba a mensual. Ambas revistas contenían una excelente literatura, con la diferencia de que SF Stories podía ofrecer folletines gracias a la frecuencia de su publicación; entre ellos, The Tower of Zanid (La torre de Zanid (1958) -las heroicas peripecias escritas por L. Sprague de Camp correspondientes a su serie Krishna y que narraban los intentos de un aventurero por recuperar su reino perdido- y el muy infravalorado Caduceus Wild (Caduceo salvaje) (1959), de Ward Moore y Robert Bradford. Situada en un futuro dominado por la medicina, cuando constituye un delito no llevar encima el certificado de buena salud firmado por un médico, la novela relata la rebelión de los mallies, es decir los enfermos.

Pese a que ambas revistas incluían relatos de Silverberg, Garrett y otros escritores pertenecientes a la fábrica de ficción, se trataba de narraciones escogidas con evidente cuidado por Lowndes, y rara vez había algún cuento malo. Muchos escritores deben a Lowndes su primera o primeras ventas durante este período. Por ejemplo, Thomas N. Scortia (nacido en 1926), conocido hoy día como el autor de uno de los libros en que se basó la película El coloso en llamas. Aunque su primera obra se la había comprado Del Rey en 1953 para SF Adventures, la mayoría de sus primeros relatos pasaron a manos de Lowndes. Uno de los mejores, Genius Loci (SF Stories, septiembre de 1957), se desarrolla en un mundo extraño, donde los colonos humanos se ven misteriosamente afectados por una plaga vegetal. Scortia aplicó buena parte de sus conocimientos de química a este fascinante relato.

Lowndes adquirió también varios relatos de escritores, en particular de Kate Wilhelm (cuyo Love and the Stars -Today! reeditamos en este volumen) y Carol Emshwiller. Esta última nacida en 1927, ofreció a Future, en 1955, su This Thing Called Love (Eso que llaman amor), que aportaba al género un toque de originalidad del que estaba muy necesitado. Carol era la esposa de Ed Emshwiller (nacido en 1925), uno de los dibujantes de ciencia ficción de más renombre, que firmaba sus obras con la abreviatura Emsh. Su producción durante la década de 1950 fue sorprendente, y ninguna revista que se preciara dejó de ofrecer al menos una de sus portadas. Poseía un talento especial para el dibujo de figuras, sobre todo femeninas, y la posible falta de originalidad en sus cubiertas quedaba compensada por su belleza. Sus obras se ven raramente en la actualidad, ya que Emsh ha ido introduciéndose en el campo de la producción cinematográfica.

Uno de los últimos autores noveles que destacó gracias a las revistas fue R. A. Lafferty, nacido en 1914. Su primera narración, Day of the Glacier (La era glacial), en torno a una inminente catástrofe provocada por una nueva glaciación, apareció en el número correspondiente a enero de 1960 de SF Stories.

El aficionado devoto de la ciencia ficción consideraba Future como la mejor publicación, en virtud de su contenido ajeno a la novelística. A partir del verano de 1957, Lowndes ofreció una serie de atractivos editoriales, que rememoraban la composición de las primitivas revistas del género. Bajo el título «Yesterday’s World of Tomorrow» (Mundo futuro del ayer), la sección se prolongó hasta el número de agosto de 1959, concentrándose en un estudio, relato por relato, de Amazing y sus compañeros, 1927 a 1929. Con la edición de febrero de 1958, Lowndes inició un «Almanaque de la ciencia ficción», detallando mes por mes los hechos históricos en el terreno de la revista. También hubo una sección de colaboraciones del lector, a cargo de Robert Madle, y artículos científicos de Isaac Asimov y Thomas Scortia, aparte de otros muchos detalles de interés, como por ejemplo una alborotadora sección de «Cartas de los lectores».

El triste final se presentó de forma repentina. En abril y mayo de 1960, respectivamente, salieron los últimos números de Future y Science Fiction, víctimas a su vez de los distribuidores. Sin embargo, no supuso la desaparición de SF Stories. James V. Taurasi (nacido en 1917), veterano aficionado, compró el título al editor Louis Silberkleit. En diciembre de 1961, publicó un folleto anunciando la continuación de la revista, y en los inviernos de 1962 y 1963 aparecieron dos números impresos por cuenta propia. Olvidados de inmediato, no se les cuenta entre las revistas de ciencia ficción. Al publicarse el último de ellos, Robert Lowndes había vuelto ya a la palestra.

Continuará...

REFLUJO Y NUEVA OLA (2)

Michael Raymond Donald Ashley (MIke Ashley)

Continuamos con el texto "Reflujo y nueva ola" escrito por Mike Ashley para el libro libro Los mejores relatos de ciencia ficción. La era del cambio 1956-1965, Martínez Roca, colección Super-Ficción (primera época) 1981. 

REFLUJO Y NUEVA OLA

Mike Ashley

2. El torbellino de la ciencia ficción

A lo largo de toda su existencia, la ciencia ficción ha estado sometida a toda clase de tendencias y caprichos. Lógicamente, no escapó tampoco al culto de los platillos volantes, de los OVNI, un culto que sigue hoy más floreciente que nunca y que, de modo muy ostensible, tuvo su nacimiento en las revistas de ciencia ficción. Entre sus primeros defensores hay que señalar a Raymond A. Palmer.

Palmer, nacido en 1910, aficionado y devoto de la ciencia ficción desde su juventud, había sido editor de Amazing Stories de 1938 a 1949 y, gracias a su instinto de lo sensacional, había elevado la circulación de su revista hasta convertirla en la más importante del ramo. Pero lo hizo a costa de alcahuetear los más extremados cultos marginales y de halagar al lector susceptible, para gran irritación de los puristas. El punto máximo (o la más profunda caída) en el sensacionalismo de Amazing lo constituyó el misterio Shaver que suscitó en Palmer una verdadera obsesión por los enigmas, y le llevó a desviarse de la ciencia ficción. En 1948, creó Fate, precursora de todas las revistas sobre ocultismo y que todavía se publica actualmente (aunque no ya relacionada con Palmer). Dentro del campo de la ciencia ficción, Palmer lanzó Other Worlds, contratando como redactor jefe a la joven Beatrice Mahaffey. En sus mejores momentos, Other Worlds fue una excelente revista, pero las constantes interferencias de Palmer, en su afán de sensacionalismo, se oponían a la publicación de cualquier literatura potencialmente buena.

En 1952, Palmer colaboró con Kenneth Arnold en la redacción del primer volumen definitivo sobre los OVNI, The Coming of the Saucers (La llegada de los platillos). Para promocionarlo, incluyó en Other Worlds mucho material sobre los OVNI, por ejemplo un relato semificticio, publicado en 1951 en forma de folletín, I Flew in a Flying Saucer (Yo viajé en un platillo volante), atribuido a un tal capitán A.V.G., y varios artículos en el número de enero de 1952. También aparecieron artículos acerca de los OVNI en Fate y, después de 1954, en Mystic, la nueva revista de ocultismo de Palmer.

En 1955, Other Worlds perdía dinero en graves proporciones. Palmer decidió aventurarse en contra de la tendencia general y, mientras que el resto de las publicaciones se apresuraban a pasar del tamaño normal al formato de bolsillo, el número de noviembre de 1955 de Other Worlds volvía al primitivo. Palmer se justificaba así:

    «Si Other Worlds resulta un mal negocio, se debe sin duda a que Palmer es lo que ustedes afirman que es. Y él no se sentirá demasiado orgulloso de sí mismo en el momento de arrojar la toalla y dejar el ring a hombres mejores. No nos queda más dinero que perder. Lo hemos perdido todo».

Por algún tiempo, Other Worlds se defendió bastante bien. Su literatura jamás concordaba con los inflamados superlativos que Palmer lanzaba al lector en su propaganda introductoria, pero contenía aventuras bastante sólidas y a menudo admirablemente ilustradas por Virgil Finlay, Lawrence e incluso Hannes Bok. Una de las novelas que a Palmer le hubiera gustado ofrecer al público era Tarzan on Mars (Tarzán en Marte), de Stuart J. Byrne. Sin embargo, los herederos de Burroughs pusieron objeciones a la obra y no se autorizó su publicación. Aun ahora, la novela continúa inédita.

En 1956, Other Worlds quedó bajo la dirección de una sola persona, una vez que Bea Mahaffey abandonó el redil. En la edición de mayo de 1957, Palmer se adjudicó los honores de publicar las mejores historias y la revista más amena en el campo de la ciencia ficción. Afirmaba que Other Worlds había alcanzado su objetivo y que en aquel momento entraba en una nueva fase. Lo que en realidad pretendía decir era que Other Worlds estaba cubriendo gastos y que deseaba seguir experimentando, aunque sin perder la oportunidad de volver a la modalidad confirmada, en caso de que las cosas salieran mal. Hay que confiar en Palmer a la hora de las innovaciones. Una vez más, triunfó con Other Worlds. Utilizó un truco al que otras revistas habían recurrido ya durante el mismo período, pero añadiéndole el sello Palmer.

Hasta entonces, Other Worlds había sido bimensual. A partir de entonces, pasó a ser mensual, aunque con una variante. Ostensiblemente puesta a la venta como la misma revista, su número de junio de 1957 llevaba el título FLYING SAUCERS from Others Worlds, y el correspondiente a julio, el de Flying Saucers from OTHER WORLDS. De ese modo, Palmer podría determinar el campo más lucrativo. Publicando dos revistas como una sola, consiguió astutamente que se le siguiese aplicando la licencia postal de segunda clase, cosa vital para él puesto que le evitaba costosos cargos adicionales en el correo.

Ambas revistas presentaban una clara diferencia. Other Worlds conservaba la parte literaria y las secciones especiales, mientras que Flying Saucers abandonaba por completo la novelística. Las consecuencias se hicieron evidentes al momento, y prácticamente ya habían sido anticipadas por Palmer. Los fanáticos de los OVNI clamaron de inmediato en favor de los inimitables números de Flying Saucers, en tanto que los incondicionales de la ciencia ficción, con infinidad de otras revistas a su disposición, decidieron que Palmer había expuesto sus intenciones con toda claridad y le dejaron a solas con ellas. Como si Palmer deseara darle la estocada final, el número de julio de 1957 de Other Worlds ostentaba un índice mediocre, que incluía la reedición de Quest of Brail, de Richard Shaver, garantizando así la exasperación de los intransigentes aficionados a la ciencia ficción. En consecuencia, Flying Saucers logró buenas ventas, mientras que las de Other Worlds menguaron. Palmer no tardó en tomar una decisión (casi con toda certeza planeada con gran anticipación), y tras un último número literario, publicado en septiembre, la revista pasó a llamarse simplemente Flying Saucers. Con este nombre continuó sin problemas hasta la década de los sesenta.

Para los principales lectores de las revistas de ciencia ficción, este hecho significó el abandono de Palmer, después de casi treinta años. Pero Palmer no estaba acabado. En años posteriores, creó una revista no literaria, Space World, y una publicación ocultista, Search (una segunda versión de Mystic). Asimismo, cumplió su promesa de editar La verdadera historia del Misterio Shaver, que apareció en el número uno de The Hidden World, en la primavera de 1961. Se trataba de una revista de ocultismo, claramente apartada de la novelística. En ella se reeditó el famoso I Remember Lemuria! (¡Recuerdo Lemuria!) y varios artículos de fondo, muy detallados, obra de Palmer y Shaver. En total, hasta el otoño de 1962, aparecieron ocho números trimestrales de The Hidden World. Más recientemente, Palmer inició la publicación de una revista de escasa circulación, Forum, donde se invita a los lectores a discutir a fondo diversos tópicos. Como es natural, éstos se centran en los OVNI y el shaverismo. El último número que he tenido en mis manos, fechado en septiembre de 1973, todavía trata extensamente del fenómeno Shaver. Richard S. Shaver falleció en noviembre de 1975. Mis recientes intentos de ponerme en contacto con Ray Palmer resultaron infructuosos.

El culto de los OVNI no se manifestó tan sólo en las revistas de Palmer. 1957 fue sin duda alguna el año de los OVNI. El número de febrero de 1957 de Fantastic Universe estuvo dedicado a dicho tema. Se incluían artículos de Ivan T. Sanderson, el famoso explorador y naturalista, y de Gray Barker, editor de The Saucerian Review. Casi toda la parte literaria enfocaba el tema de los platillos volantes. Por ejemplo, Invasión, de Harlan Ellison, un relato de lo que podría suceder si llegasen los platillos. A lo largo de 1957 y 1958, Fantastic Universe ofreció una serie de artículos sobre los OVNI, lo cual motivó que muchos de los lectores aficionados a la ficción le retirasen su adhesión, culpando en parte del hecho al entonces reciente nombramiento de Hans Stefan Santesson como director. Santesson era un popular escritor y editor de literatura de misterio y policíaca, que asistía con regularidad a las reuniones de ciencia ficción y colaboraba en Fantastic Universe con una sección de crítica titulada «Universe in Books». En 1956, cuando Leo Margulies abandonó KingSize Publications para establecer un nuevo mercado, Santesson ocupó su cargo. La calidad de la revista decayó a partir de aquella fecha. Sin embargo, no hay que achacar toda la culpa a Santesson. Se trataba de un síntoma del mal que padecía la ciencia ficción en su conjunto. Aun así, el estigma recayó con rapidez sobre Santesson y su revista. El acrecentado interés por los OVNI exacerbó la situación. Una década después, Santesson contribuiría a la manía del saber OVNI con su propio libro, Flying Saucers in Fact and Fiction (Los platillos volantes en la realidad y la ficción) (1968). No obstante, los escritores consideraban a Santesson como un editor amable, servicial y útil.

Por si esto no bastara, una tercera revista vino a entrometerse en el mercado OVNI. En octubre de 1957, la Amazing Stories publicó un número especial sobre los OVNI, dedicando la mitad de sus páginas a artículos de personajes como Raymond Palmer, Kenneth Arnold, Gray Barker y Richard Shaver. Sólo incluía dos cuentos, ambos relacionados con los OVNI; uno de ellos –obra de Harían Ellison, bajo el seudónimo de Ellis Hart-, Farevvell to Glory (Adiós a la gloria). Howard Browne abandonó en 1956 la dirección de Amazing Stories al dejar Ziff-Davis para trasladarse a Hollywood. La vacante fue ocupada por Paul W. Fairman, escritor, que poseía cierta experiencia editorial gracias a Amazing y Fantastic y fue el primer editor de If.

Pese a que Howard Browne no gustaba de la ciencia ficción, sus revistas no revelaban tal circunstancia. En cambio, debe suponerse que a Fairman sí le interesaba, ya que se dedicaba al género. Sin embargo, desde el momento en que se hizo cargo de Amazing y Fantastic, ambas cobraron un aspecto pobre y descuidado, con un contenido falto por completo de inspiración, indicando a las claras que Fairman se despreocupaba por entero de ellas, lo cual no significa que no supiera dirigirlas. Adoptaba una política muy sólida: acortar en la medida de lo posible y aspirar al mínimo denominador común. Por desgracia, dicha política surtió efecto. A pesar de la baja calidad de las revistas, que con frecuencia rozaba en lo deprimente, ambas sobrevivieron y prosperaron, mientras otras se hundían.

La actitud de Fairman fue bastante similar a la de Palmer, aunque nunca tan sensacionalista. A mediados de la década de los cincuenta, la mayoría de los lectores de esas revistas se reclutaban entre los adolescentes, seducidos por los vislumbres de la era espacial. Deseaban una literatura de acción rápida y no les importaba gran cosa la caracterización o la introspección. Este tipo de historia se escribía con facilidad y abundaban los escritores novatos deseosos de poner manos a la obra como fuera. Fairman llegó a un acuerdo con un grupito de autores a fin de que produjeran una cantidad de líneas mensuales fijadas de antemano, que pasaban directamente a las prensas con escasa, por no decir ninguna, corrección. Autores como Henry Slesar, Milton Lesser y, sobre todo, Robert Silverberg entregaron al mes sus miles de palabras a cambio de cheques regulares. La situación se prestaba, claro está, al abuso. No obstante, por una especie de gracia salvadora, la mayoría de esos escritores se mostraron concienzudos, pese a no tener ninguna necesidad de serlo. Podían escribir lo que les gustara, como les gustara y, puesto que la mayor parte de sus obras aparecía bajo un seudónimo de la casa, no se exponían a crítica alguna. La práctica del seudónimo de empresa fue, y sigue siéndolo en menor grado, común entre los editores, por cuanto permite publicar bajo la misma firma la obra de varios escritores. Estos seudónimos abundaron en especial en las revistas de Ziff-Davis -con nombres como S.M. Tenneshaw, Alexander Blade y Gerald Vance-, y todavía se desconoce a ciencia cierta el autor de cada una de tales obras. Por fortuna, el talento real no puede mantenerse oculto, y el de Silverberg y el de Ellison se transparentaban lo suficiente para que sus colaboraciones resultaran superiores a las de sus colegas. Silverberg recuerda así aquella época:

El verano de 1955 en Nueva York fue caluroso y deprimente, estableciéndose a diario récords de temperatura y humedad. Sin embargo, en una decrépita casa de apartamentos de la calle 114 Oeste, a la sombra de la Universidad de Columbia, un joven imberbe, de ojos vivos, golpeaba afanosa e incansablemente una máquina de escribir, ya casi humeante, escribiendo día y noche relatos de ciencia ficción, con la furiosa energía de quien acaba de empezar a vender regularmente sus obras y teme descansar por un instante, dejando que se desvanezca el aroma del triunfo.

Aquel joven trabajador se llamaba Robert Silverberg. No era el único escritor atareado que había en el edificio en aquel tiempo. En el piso de al lado, se alojaba un tal Randall Garrett y, en la planta inferior, un refugiado de Ohio llamado Harlan Ellison. Y también ellos hacían trabajar al máximo sus máquinas de escribir.

Fairman efectuó algunos experimentos con sus revistas. Por ejemplo, en junio de 1956, Fantastic dedicó un número especial a los sueños. Su aceptación inspiró a Fairman la idea de una nueva revista de fantasía y ciencia ficción, que se llamaría Dream World. El primer número, fechado en febrero de 1957, se puso a la venta la víspera de Navidad de 1956, aspirando a un cierto nivel cultural al reeditar ciertas historias de P. G. Wodehouse y Thorne Smith. Por desdicha, los números siguientes se rellenaron con las acostumbradas fruslerías, producidas en serie por la «fábrica de ficción».

Nacida como bimensual, Dream World consiguió sacar a trancas y barrancas tres números trimestrales, antes de morir para no resucitar jamás. La suerte de Dream World se limitaba a subrayar la situación dramática en que se hallaban Amazing y Fantastic.  Sigue siendo un misterio cómo lograron continuar, a no ser que se explique gracias a su fuerte núcleo de fieles lectores dotados de un inagotable optimismo.

A continuación, Fairman decidió sacar provecho del floreciente mercado cinematográfico de ciencia ficción y procedió sin titubeos a publicar una proyectada serie de Amazing Stories Science Fiction Novels. Henry Slesar fue contratado para escribir una novela basada en el guión cinematográfico de Bob Williams y Chris Knopf, basado a su vez en el relato de Charlotte Knight, para la película de la Columbia: 20 Million Miles to Earth! (¡A 20 millones de millas de la Tierra!) (1957). Los efectos especiales de Ray Harryhausen salvaron la película, pero nada podía salvar la novela. Tras el primer número de la serie, en el verano de 1957, no se publicaron más Amazing Novels, aunque el proyecto puso de relieve un posible vínculo entre el cine y las revistas que sería explotado en años siguientes.

Fairman continuó con sus números especiales. Después de la edición dedicada a los OVNI, comprometió realmente su posición reviviendo el Misterio Shaver en el número de julio de 1958 de Fantastic. ¿Acaso creyó Fairman que, complaciendo a los grupos marginales, recuperaría para Amazing la gran circulación de la posguerra? De ser así, se equivocó. La situación había cambiado por entero en el transcurso de aquella década. En 1946, Amazing era una de las seis únicas revistas de ciencia ficción existentes. Aparte de ellas, poco más había disponible. En 1958, en cambio, Amazing suponía una más entre el racimo de revistas amenazadas en su supremacía por el cine, la televisión y, lo más importante de todo, el mercado del libro de bolsillo. Fairman vivía de un modo ciertamente peligroso.

Pese al hecho de que el campo de la revista presentaba todos los síntomas de un barco a punto de zozobrar, los editores debieron de pensar que aún existía una posibilidad de salir a flote, pues, durante todo el año 1957, se produjo un flujo constante de revistas nuevas, inspirado quizá por el éxito inicial de Infinity, nacida en noviembre de 1955. En su primer número, había ofrecido The Star (La estrella), de Arthur C. Clarke, que obtuvo el Premio Hugo. Los ingresos de la revista fueron lo bastante saneados para que su editor, Irwin Stein, pensara en una publicación hermana. Su aparición provocó una inmediata confusión.

Durante los años del boom, Lester del Rey había iniciado una revista llamada Science Fiction Adventures, que, después de nueve números, desapareció en mayo de 1954, al ocupar Harry Harrison el cargo de director. En 1957, cuando aún no habían transcurrido tres años, aparecía una nueva Science Fiction Adventures, aunque en esta ocasión publicada por Larry Shaw (nacido en 1924), director de Infinity. Lo que dejó perplejos a los lectores fue que la edición estaba numerada como volumen 1, número 6… ¿Dónde se habían metido los cinco números intermedios? Si se trataba de una continuación de la antigua revista, ¿por qué no llevaba el número diez? La respuesta no se conoció de inmediato. Cuando la siguiente edición apareció satisfactoriamente numerada con el número dos, la mayoría de los lectores pensaron que se trataba de una errata y dejaron de preocuparse por el asunto.

Pero no se había producido ninguna errata. La explicación reside en la misma razón por la que Ray Palmer cambió de Other Worlds a Flying Saucers: la tan ambicionada licencia postal de segunda clase. Al mismo tiempo que lanzaba Infinity, Irwin Stein había iniciado la publicación de una revista hermana del género policiaco, Suspect. En contra de lo esperado, Infinity triunfó, en tanto que Suspect se iba al garete. Stein decidió, por lo tanto, convertir Suspect en una revista de ciencia ficción y, para evitar la pérdida de su autorización postal, se limitó a cambiarle el nombre, manteniendo la misma numeración. De modo que, tras el quinto número de Suspect, llegó el sexto de Science Fiction Adventures. Por desgracia, Correos no admitió tal engaño, y Stein hubo de atenerse a las normas. Palmer conservó la exclusiva de su fórmula de tránsito, que le permitió pasar por alto las reglas.

SF Adventures, dirigida a un público juvenil, alardeaba de ofrecer «nuevas novelas de acción completas». El uso de la palabra «novela» requirió un verdadero esfuerzo de imaginación, ya que el relato de fondo, The Starcombers (Los exploradores de estrellas), de Edmond Hamilton, sólo tenía quince mil palabras de extensión. Los otros dos, ambos colaboración de Silverberg y Garrett con diversos seudónimos, todavía eran más cortos. En su editorial, Larry Shaw se lamentaba de la pérdida de un «sentido de lo maravilloso» en la ciencia ficción, afirmando que SF Adventures lo restablecería. De hecho, la revista no difería de Imaginative Tales, con la diferencia de que, en esta última, sólo las novelas de fondo tenían cierta calidad, mientras que los cuentos de relleno se reducían a puro desecho de las fábricas de ficción. En comparación, SF Adventures parecía más sustancial, y ofrecía excelentes ilustraciones de Ed Emshwiller. Eso le proporcionaba una ventaja psicológica frente al lector, incluso antes de que éste llegara a la ficción, asimismo de mejor calidad. En ella se publicaron algunas de las mejores obras de Silverberg de aquel período, por ejemplo su serie Chalice of Death (Cáliz de muerte), firmada con el seudónimo Calvin Knox.

La trilogía, que narraba el descubrimiento de la antigua Tierra miles de años después de que su imperio se hubiera esparcido por todo el universo y el subsecuente cumplimiento de la profecía según la cual aquélla recuperaría su antiguo poder, fue publicada más tarde en forma de libro con el título Lest We Forget Thee, Earth (Para que no te olvidemos, Tierra) (1958). SF Adventures no fue la primera de la nueva nidada de revistas. Su número inicial estaba fechado en diciembre de 1956. Satellite SF había aparecido en octubre del mismo año.

Editada por Renown Publications, de la Quinta Avenida, Nueva York, Satellite SF estaba dirigida por un hombre conocido de todos en el mundo de la revista, Leo Margulies. Margulies (1900-1975) era uno de los editores más respetados por su experiencia y sus conocimientos. Después de abandonar Fantastic Universe, había fundado su nueva firma editorial por diversas razones, aunque de ninguna manera para publicar Mike Shayne’s Mystery Magazine y la pretendida reedición de Weird Tales. Esta última no llegó a materializarse, al menos no en aquella época, aunque su vieja compañera, Short Stories, volvió a editarse, ofreciendo como mínimo un relato de ciencia ficción por número. Margulies solicitó la ayuda de Sam Merwin para editar Satellite, reconstituyendo el equipo que había puesto en marcha Fantastic Universe en 1953.

La idea de Satellite no era nueva. Consistía en presentar una novela completa por número, acompañada de un puñado de cuentos. La misma estructura fue adoptada ya para las antiguas Quarterlies, aparecidas entre 1928 y 1934, y constituyó la fuerza de Starling Stories. Esta última publicación había sido prácticamente la única en la que los aficionados podían encontrar novelas legibles a un precio módico. Pero, en 1956, los libros de bolsillo inundaron el mercado, de tal forma que Satellite decidió rivalizar francamente con él ofreciendo una novela completa, incluso de extensión superior a la normal, por el mismo precio (treinta y cinco centavos). Margulies cumplió su palabra. A diferencia de las quince mil palabras de SF Adventures, el primer número de Satellite presentó The Man from Earth (El hombre de la Tierra), de Algis Budrys, con una extensión de treinta y cuatro mil palabras, y el número dos, A Glass of Darkness (El espejo de las tinieblas), de Philip K. Dick, con un total aproximado de cuarenta mil palabras.

La novela más renombrada entre las publicadas en Satellite fue sin duda The Languages of Pao (Las lenguas de Pao), de Jack Vance, incluida en los números de diciembre de 1957. Esta intrincada narración sobre el planeta Pao y la forma en que sus diversos idiomas gobernaban las varias culturas añadió una nueva dimensión a la obra de Vance y le señaló como escritor digno de tenerse en cuenta.

Satellite no ofrecía secciones de cartas o colaboración de los lectores, pero instituyó una de crítica literaria, a cargo de Sam Moskowitz, que se metamorfoseó en una serie de artículos sobre los progenitores de la ciencia ficción y constituiría la base de su libro Explorers of the Infinite (Exploradores del infinito) (1963). Además, Margulies recuperó para el campo de la ciencia ficción a los artistas Leo Morey y Frank R. Paul.

Satellite fue bien recibida en general. Publicaba buena literatura de autores competentes, con un contenido bien equilibrado. En 1953, no habría bastado con eso para mantener la revista a flote, pero en 1957 suponía una excelente baza.

Pisando los talones a Satellite y SF Adventures, nació SuperScience Fiction con un director y un editor nuevos en el campo. El director, W. W. Scott, era un hombre muy experimentado en el terreno de la revista de aventuras de formato normal, aunque no en el de la ciencia ficción, por lo que se limitó a modelar su revista basándose en las ya existentes. Pero no sabiendo diferenciar entre buena o mala ciencia ficción (dejando aparte que estuviera o no bien escrita), pronto adoptó la solución más fácil y recurrió a la fábrica de ficción, en especial a Robert Silverberg, para llenar sus números.

El primero, fechado en diciembre de 1956, llevaba una impresionante portada de Kelly Freas, representando la determinación del hombre de conquistar las estrellas. Con ella se pretendía subrayar lo que sería el tema preferido de Super-Science Fiction, el modo en que la ciencia del futuro afectaría al individuo. En realidad, ya en el primer número, el proyecto quedaba reducido al intento por parte de los autores de crear personajes en el contexto de sus, por otra parte, típicas aventuras espaciales. Catch ‘Em All Alive! (¡Atrapadlos vivos a todos!), de Robert Silverberg, relataba simplemente la captura de una multitud de especimenes como muestrario de la fauna extraterrestre. El relato resultaba ameno, pero mal cabía considerarlo como un estudio en profundidad de la humanidad y la ciencia. Desde luego, Silverberg no se proponía tal cosa.

Los lectores, siempre y cuando ignoraran las pretensiones de Scott, encontraron una revista bastante interesante, realmente superior al nivel de Amazing. Y aunque no podía aspirar a ser indispensable, atrajo lectores y se estabilizó en una periodicidad bimensual.

Todavía se creó una revista más antes de finalizar 1956. A diferencia de muchas publicaciones de este periodo, Venture SF no iba dirigida en absoluto al público juvenil. El primer número, fechado en enero de 1957, la presentaba como compañera de la respetable F and SF, la única revista en circulación creciente por aquel entonces, si bien no la dirigía Anthony Boucher, de la F and SF, que se circunscribía a figurar como asesor. La dirección de Venture la ostentaba el director gerente de Mercury Press, Robert P. Mills (nacido en 1920). Mills se había ocupado ya de la mayor parte del trabajo administrativo de F and SF y su ya enajenada compañera Ellery Queen’s Mystery Magazine. Ahora, le correspondía el control total de Venture.

Los relatos de Venture se centraron en el sexo y la violencia, a veces hasta un grado nauseabundo. El mejor ejemplo de ello, que formaba parte del primer número, fue The Girí Had Guts (La chica tenía redaños), de Theodore Sturgeon, donde un virus alienígena ataca a los humanos y les obliga a vomitar los intestinos… La narración llevó a un crítico a decir que era la única que le había causado un verdadero malestar físico en toda su vida. La novela de fondo, Virgin Planet (Planeta de vírgenes), de Poul Anderson, giraba en torno a un hombre que aterrizaba en un mundo habitado en exclusiva por mujeres. El número ofreció también un relato humorístico de Charles Beaumont, Oh Father Mine (¡Oh, padre mio!), una retorcida versión del tema del viaje a través del tiempo, en la que un hombre mata a su propio padre antes de haber sido concebido.

El tema sexual continuó siendo el dominante en Venture. Las narraciones estaban bien escritas por buenos autores. En resumen, una excelente revista. Sin embargo, no se vendía demasiado bien. Viéndola ahora, en retrospectiva, se comprende que se adelantaba a su tiempo. Publicada a principio de la década de los sesenta, tal vez habría sido mejor acogida. Pero en 1957, las revistas se apoyaban de manera predominante en los lectores juveniles, y el estilo de Venture no les atraía.

La primavera de 1957 vio el nacimiento de algunas revistas más, aunque ninguna de real importancia. Space SF Magazine que no debe confundirse con la posterior Space SF creada por Del Rey, fue una oportunista publicación de Republic Feature de la calle 55 Oeste, Nueva York, que la presentaba como compañera de Tales of the Frightened, una prolongación de la serie radiofónica neoyorquina del mismo nombre, narrada por Boris Karloff. Pese a que ambas revistas incluían relatos de famosos autores de ciencia ficción, se trataba de productos rechazados por mejores publicaciones, y ninguno poseía un valor perdurable. Dirigidas nominalmente por Lyle Kenyon Engel, sólo vieron un número más cada una, fechado en agosto de 1957, antes de que los editores procedieran a la liquidación de la sociedad, y las publicaciones se esfumaran.

La portada del primer número de Saturn (marzo de 1957) anunciaba ostentosamente: «El eterno Adán», de Julio Verne. Un nuevo hallazgo». Esto le atrajo un número de lectores suficientes para compensar los gastos del primer número, pero la escasa calidad de las ediciones siguientes les desanimaron.

Donald Wollheim, entonces jefe de ediciones de Ace Books, dirigía Saturn. Robert C. Sproul, hijo de Joseph Sproul, director general de Ace News Company, engolosinado con la nueva boga del género, le había pedido que preparara una revista de ciencia ficción. No obstante, cuando las ventas menguaron con gran rapidez después del primer número, Sproul cambió de idea…, pese a que en un determinado momento había sugerido una publicación periódica compañera de la anterior. Planeaba convertir Saturn en una revista entre erótica y policíaca, más en la vena de sus restantes publicaciones. Enfrentado a las restricciones postales que tanto habían preocupado a Stein y Palmer, ensayó su propio truco. Después del número de marzo de 1958, la revista pasó a llamarse Saturn Web Detective Stories y, una vez transcurrido el tiempo suficiente, se eliminó la palabra Saturn. El contenido de la revista se orientó más y más hacia el terror, muy al estilo de las horripilantes revistas baratas de los años treinta. En 1962, se convirtió en Web Terror Stories, y así sobrevivió hasta 1965. De manera ocasional, ofrecía relatos de ciencia ficción de poco valor. Para entonces, Wollheim hacía ya mucho tiempo que se había despedido del proyecto.

Saturn permanece aún en algunas memorias se debe a que publicó el último relato de Ray Cummings, Requiem for a Small Planet (Réquiem para un pequeño planeta). Desde los primeros tiempos, Cummings fue uno de los nombres más famosos en las revistas baratas de ciencia ficción. Había alcanzado la fama con su cuento microcósmico The Girl in the Golden Atom (La muchacha en el átomo dorado) (All-Story Weekly, 15 de marzo de 1919). Pero a partir de entonces, Cummings no progresó, y en la década de los treinta, se le consideraba como un escritor mercenario, que producía en cadena relatos policíacos y terroríficos. Y aunque regresó al terreno de la ciencia ficción en los años cuarenta, se le juzgó entonces como un anacronismo. Murió el 23 de enero de 1957, a los sesenta y nueve años de edad.

En el verano de 1957, alcanzó su punto culminante el renacimiento de la revista de ciencia ficción. Una resurrección muy breve. Lo que debería haber sido su momento de gloria se convirtió en el tañido del toque de difuntos. Los devotos de la ciencia ficción pensaron que seguramente las cosas buenas estaban aún por venir. No había por qué mirar al pasado. La humanidad se aprestaba a entrar en la era espacial.

El 4 de octubre de 1957, la Unión Soviética puso en órbita terrestre el primer satélite artificial, Sputnik 1, al que siguió, el 3 de noviembre, el Sputnik II, llevando en su interior la perrita Laika, la primera criatura viviente que salió de la Tierra. El 31 de enero de 1958, le llegó el turno al americano Explorer 1, y en poco tiempo, multitud de satélites circundaron nuestro planeta. El interés del público en general por los viajes espaciales se intensificó de manera indudable. La gente quería saber más. Sí, se iniciaba un nuevo boom de la ciencia ficción y, sin duda alguna, las revistas del género bogarían en la cresta de la ola…

Y así nació Star SF a finales de 1957, si bien fechada en enero de 1958. No podía decirse que fuera una aventura nueva. Se trataba de la conversión en revista de la lograda serie de antologías originales publicada por Ballantine Books y dirigida por Frederick Pohl. La primera de tales antologías había aparecido en febrero de 1953, seguida por otras tres en 1954. Pero Pohl se sentía restringido por los límites de una antología anual y quiso experimentar con un formato de revista. Tras años de disputa con Ian Ballantine, éste acabó por acceder. Sin embargo, la revista sólo salió a la venta después de numerosos retrasos adicionales. Las narraciones eran de la calidad que se esperaba, e incluían la primera publicación americana de Brian Aldiss, Judas Dancing (El baile de Judas). No obstante, la presentación dejaba mucho que desear y las ilustraciones de William Powers resultaban deplorables. De todos modos, no fue eso lo que mato a Star SF.

Según recuerda Pohl:

«Fracasó… No recuerdo las cifras de venta, pero fueron desastrosas, debido a la resistencia en aquella época de las distribuidoras y los libreros ante cualquier tipo de revista nueva. Donde salió a la venta, obtuvo éxito, pero en la mayor parte del país, las distribuidoras nos devolvieron los ejemplares enviados en su embalaje original, sin abrir.»

Se había preparado un segundo número, que jamás apareció. No obstante, Star SF no estaba acabada. Se limitó a recuperar su antigua forma, y los relatos seleccionados para la segunda revista se publicaron en la antología Star SF Stories 4, en noviembre de 1958, con una venta triunfal.

Lo cual venía a subrayar toda la ironía de la situación. Un libro de bolsillo que contenía punto por punto lo mismo que una revista se vendía precisamente por ser un libro de bolsillo. Como revista no tenía ningún porvenir. Pero ¿en qué residía la diferencia? La diferencia residía en el estigma asociado a la revista en general, en el legado de la mayoría de las deficientes revistas juveniles.

Prácticamente lo mismo le aconteció a Vanguard SF, una revista muy competente dirigida por James Blish, que contenía un puñado de excelentes relatos, en especial Reap the Dark Tide (Recolectad la oscura marea), de Cyril Kornbluth, una de sus típicas y sombrías visiones de un mundo futuro devastado por las armas nucleares.    La narración se conoce más en su versión revisada, Shark Ship (Nave tiburón). Con casi entera seguridad, fue el último de los relatos que el autor vio publicados. Vanguard, fechada en junio, se distribuyó a los quioscos a finales de marzo, la víspera del lanzamiento del satélite americano Vanguard 1. Cinco días más tarde fallecía Cyril Kornbluth, a consecuencia de un ataque cardíaco, en el duro clima de invierno de su ciudad natal. Sólo tenía treinta y cuatro años.

La muerte de Kornbluth llegó sólo unas semanas después del fallecimiento de otro de los grandes de la ciencia ficción, Henry Kuttner, también joven, a los cuarenta y tres años. Si la contribución fundamental de Kuttner al género había tenido lugar en los años cuarenta, la de Kornbluth seguía en pleno auge. Sus numerosos y excelentes relatos breves, además de sus colaboraciones con Judith Merril y las más abundantes con Frederick Pohl, se han convertido en clásicos, y el hecho de que su talento se truncara en plena juventud supuso uno de los peores golpes que la ciencia ficción hubo de sufrir. Kornbluth fue uno de los escasos talentos creativos y originales de los últimos años de la década de los cincuenta. Al faltar él, el campo de la ciencia ficción dio un paso atrás en el camino del progreso.

Para el aficionado a la ciencia ficción, la situación se tornaba cada vez más lóbrega. No sólo desaparecían las revistas, sino que morían los grandes escritores. El veterano Bob Olsen, un nombre legendario de los días de Gernsback, falleció en 1956, seguido por Ray Cummings y por el dibujante J. Allen St. John, en 1957. Ajeno al género, pero asimismo un talento creativo, Lord Dunsany moría en octubre del mismo año.

Lo que debería haber sido un momento triunfal para las revistas de ciencia ficción, el amanecer de la era espacial, degeneró en una terrible época de aflicción. Apenas sorprende que cada vez más aficionados se pasaran al floreciente campo del libro de bolsillo, que no sólo reimprimía numerosos clásicos perdidos de los años treinta y cuarenta -antes sólo en posesión de los más fervientes coleccionistas-, sino que los autores de ciencia ficción producían más y más novelas, destinadas en concreto a dicho campo editorial. 1956 vio la edición de The Green Odyssey (La odisea verde), de Philip José Farmer, y The World Jones Made (El mundo que creó Jones) ambas obras maestras reconocidas, ninguna de las cuales fue publicada primero en una revista.

Y así, el infortunio se abatió sobre el mundo de la revista, que entabló una lucha feroz por la supervivencia.

Continuará...

REFLUJO Y NUEVA OLA (1)

Durante las siguientes entradas iremos presentado el texto introductorio al libro Los mejores relatos de ciencia ficción. La era del cambio 1956-1965, editado por Martínez Roca en su colección Super-Ficción (primera época) en el año de 1981. En dicho texto, el recopilador Michael Ashley hace un recuento muy completo sobre la historia de las revistas de ciencia ficción aparecidas a mediados de los años cincuenta y que se desarrollaron a lo largo de una década, así como la evolución (y revolución) que sufrió este género.

REFLUJO Y NUEVA OLA

Mike Ashley

1. Treinta años en marcha

En abril de 1956, Amazing Stories celebró su trigésimo aniversario con un número especial de doble número de páginas. Incluía fundamentalmente catorce relatos -seleccionados en números atrasados de Amazing que abarcaban de 1927 a 1942-, obra de autores como Isaac Asimov, Robert Bloch, David H. Keller, Neil R. Jones y Raymond Z. Gallun. Una sección especial de aquel número recogía diversas predicciones de hombres famosos sobre lo que nos traería el año 2001. Entre esas celebridades, se contaba el escritor Philip Wylie. Su predicción fue la más breve, aunque posiblemente la más exacta: «un vacío total». Por su parte, el artista Salvador Dalí previó que el arte y la ciencia se fusionarían, una visión que ya está convirtiéndose en realidad.

Resultó un número impresionante, que se apartaba mucho de los publicados el año anterior, cuya calidad literaria dejaba mucho que desear. Amazing Stories fue la primera revista de ciencia ficción en lengua inglesa (abril de 1926), y sufrió varias transformaciones desde los días de Gernsback. En 1953, con Howard Browne como director, un hombre que admitía francamente que no le gustaba la ciencia ficción, la revista, aprovechando el boom de las publicaciones del género, cambió su familiar formato por el tamaño de bolsillo, más práctico. Los primeros años cincuenta habían contemplado el florecimiento de nuevas revistas. Muchas de ellas fracasaron, pero casi todas habían adoptado el tamaño de bolsillo. En 1955, la mayoría de las que conservaron el tamaño corriente habían desaparecido. Sólo Science Fiction Quarterly sobrevivió.

En abril de 1956, al principio de esta historia, existían en Estados Unidos catorce revistas de ciencia ficción, que aparecían con regularidad. Eran, en primer lugar y por orden de calidad, Astounding SF, dirigida por John W. Campbell; The Magazine of Fantasy and Science Fiction (F&SF para abreviar), dirigida por Anthony Boucher; Galaxy, bajo la dirección de Horace L. Gold, e If, publicada por James L. Quinn.

A continuación, venia el trío de amenas revistas dirigidas por Robert Lowndes: Science Fiction Stories, con las palabras The Original… a manera de prefijo, a fin de identificar la publicación con la primera Science Fiction, nacida en 1939; Future SF y SF Quarterly. Los puestos siguientes los ocupaban Infinity, la más reciente de todas, dirigida por Larry Shaw, y Fantastic Universe, de Leo Margulies. Todas ellas eran superiores a las restantes: Other Worlds, dirigida por Raymond A. Palmer, Amazing Stories y su compañera Fantastic, y las dos revistas de W. Hamling, Imagination e Imaginative Tales. Amazing, Astounding, Fantastic Universe, Galaxy y F and SF se publicaban mensualmente; las demás, cada dos meses o de manera irregular.

En 1955, los lectores supusieron que, en general, el boom del género había pasado. La aparición y el triunfo de Infinity demostraba en apariencia lo contrario. Tal vez su éxito continuaba, y el mundillo de la ciencia ficción se encontraba en aquel momento en el centro mismo de la borrasca. Al fin y al cabo, el mayor fracaso se debía a que la American News Company dejó de distribuir revistas de gran formato, haciendo que muchos nombres famosos desaparecieran de la noche a la mañana. Los editores oportunistas que se habían unido a los ganadores desviaron su atención hacia otros campos, y la ciencia ficción se redujo hasta adoptar proporciones más controlables. No obstante, la prolongada supervivencia de una mala literatura hacía pensar que no era precisamente la calidad lo que mantenía una revista.

En 1956, no cabía ya ninguna duda de que el mundo de la revista de ciencia ficción se tambaleaba. Empezaban a surgir nuevas publicaciones; otras desaparecían. Las revistas se enfrentaban al desafío del floreciente mercado del libro de bolsillo y la televisión. La misma ciencia ficción estaba siendo bombardeada en dos frentes por los fanáticos de los platillos volantes y una serie de monstruosas películas de terror seudocientífico. En medio de toda esta confusión, la única salvación posible, es decir el nacimiento de la era espacial, tardaría aún meses en tener lugar. Indudablemente, nos hallábamos en pleno caos.

Continuará...