2. El torbellino de la ciencia ficción
A lo largo de toda su existencia, la ciencia ficción ha estado sometida a toda clase de tendencias y caprichos. Lógicamente, no escapó tampoco al culto de los platillos volantes, de los OVNI, un culto que sigue hoy más floreciente que nunca y que, de modo muy ostensible, tuvo su nacimiento en las revistas de ciencia ficción. Entre sus primeros defensores hay que señalar a Raymond A. Palmer.
Palmer, nacido en 1910, aficionado y devoto de la ciencia ficción desde su juventud, había sido editor de Amazing Stories de 1938 a 1949 y, gracias a su instinto de lo sensacional, había elevado la circulación de su revista hasta convertirla en la más importante del ramo. Pero lo hizo a costa de alcahuetear los más extremados cultos marginales y de halagar al lector susceptible, para gran irritación de los puristas. El punto máximo (o la más profunda caída) en el sensacionalismo de Amazing lo constituyó el misterio Shaver que suscitó en Palmer una verdadera obsesión por los enigmas, y le llevó a desviarse de la ciencia ficción. En 1948, creó Fate, precursora de todas las revistas sobre ocultismo y que todavía se publica actualmente (aunque no ya relacionada con Palmer). Dentro del campo de la ciencia ficción, Palmer lanzó Other Worlds, contratando como redactor jefe a la joven Beatrice Mahaffey. En sus mejores momentos, Other Worlds fue una excelente revista, pero las constantes interferencias de Palmer, en su afán de sensacionalismo, se oponían a la publicación de cualquier literatura potencialmente buena.
En 1952, Palmer colaboró con Kenneth Arnold en la redacción del primer volumen definitivo sobre los OVNI, The Coming of the Saucers (La llegada de los platillos). Para promocionarlo, incluyó en Other Worlds mucho material sobre los OVNI, por ejemplo un relato semificticio, publicado en 1951 en forma de folletín, I Flew in a Flying Saucer (Yo viajé en un platillo volante), atribuido a un tal capitán A.V.G., y varios artículos en el número de enero de 1952. También aparecieron artículos acerca de los OVNI en Fate y, después de 1954, en Mystic, la nueva revista de ocultismo de Palmer.
En 1955, Other Worlds perdía dinero en graves proporciones. Palmer decidió aventurarse en contra de la tendencia general y, mientras que el resto de las publicaciones se apresuraban a pasar del tamaño normal al formato de bolsillo, el número de noviembre de 1955 de Other Worlds volvía al primitivo. Palmer se justificaba así:
«Si Other Worlds resulta un mal negocio, se debe sin duda a que Palmer es lo que ustedes afirman que es. Y él no se sentirá demasiado orgulloso de sí mismo en el momento de arrojar la toalla y dejar el ring a hombres mejores. No nos queda más dinero que perder. Lo hemos perdido todo».
Por algún tiempo, Other Worlds se defendió bastante bien. Su literatura jamás concordaba con los inflamados superlativos que Palmer lanzaba al lector en su propaganda introductoria, pero contenía aventuras bastante sólidas y a menudo admirablemente ilustradas por Virgil Finlay, Lawrence e incluso Hannes Bok. Una de las novelas que a Palmer le hubiera gustado ofrecer al público era Tarzan on Mars (Tarzán en Marte), de Stuart J. Byrne. Sin embargo, los herederos de Burroughs pusieron objeciones a la obra y no se autorizó su publicación. Aun ahora, la novela continúa inédita.
En 1956, Other Worlds quedó bajo la dirección de una sola persona, una vez que Bea Mahaffey abandonó el redil. En la edición de mayo de 1957, Palmer se adjudicó los honores de publicar las mejores historias y la revista más amena en el campo de la ciencia ficción. Afirmaba que Other Worlds había alcanzado su objetivo y que en aquel momento entraba en una nueva fase. Lo que en realidad pretendía decir era que Other Worlds estaba cubriendo gastos y que deseaba seguir experimentando, aunque sin perder la oportunidad de volver a la modalidad confirmada, en caso de que las cosas salieran mal. Hay que confiar en Palmer a la hora de las innovaciones. Una vez más, triunfó con Other Worlds. Utilizó un truco al que otras revistas habían recurrido ya durante el mismo período, pero añadiéndole el sello Palmer.
Hasta entonces, Other Worlds había sido bimensual. A partir de entonces, pasó a ser mensual, aunque con una variante. Ostensiblemente puesta a la venta como la misma revista, su número de junio de 1957 llevaba el título FLYING SAUCERS from Others Worlds, y el correspondiente a julio, el de Flying Saucers from OTHER WORLDS. De ese modo, Palmer podría determinar el campo más lucrativo. Publicando dos revistas como una sola, consiguió astutamente que se le siguiese aplicando la licencia postal de segunda clase, cosa vital para él puesto que le evitaba costosos cargos adicionales en el correo.
Ambas revistas presentaban una clara diferencia. Other Worlds conservaba la parte literaria y las secciones especiales, mientras que Flying Saucers abandonaba por completo la novelística. Las consecuencias se hicieron evidentes al momento, y prácticamente ya habían sido anticipadas por Palmer. Los fanáticos de los OVNI clamaron de inmediato en favor de los inimitables números de Flying Saucers, en tanto que los incondicionales de la ciencia ficción, con infinidad de otras revistas a su disposición, decidieron que Palmer había expuesto sus intenciones con toda claridad y le dejaron a solas con ellas. Como si Palmer deseara darle la estocada final, el número de julio de 1957 de Other Worlds ostentaba un índice mediocre, que incluía la reedición de Quest of Brail, de Richard Shaver, garantizando así la exasperación de los intransigentes aficionados a la ciencia ficción. En consecuencia, Flying Saucers logró buenas ventas, mientras que las de Other Worlds menguaron. Palmer no tardó en tomar una decisión (casi con toda certeza planeada con gran anticipación), y tras un último número literario, publicado en septiembre, la revista pasó a llamarse simplemente Flying Saucers. Con este nombre continuó sin problemas hasta la década de los sesenta.
Para los principales lectores de las revistas de ciencia ficción, este hecho significó el abandono de Palmer, después de casi treinta años. Pero Palmer no estaba acabado. En años posteriores, creó una revista no literaria, Space World, y una publicación ocultista, Search (una segunda versión de Mystic). Asimismo, cumplió su promesa de editar La verdadera historia del Misterio Shaver, que apareció en el número uno de The Hidden World, en la primavera de 1961. Se trataba de una revista de ocultismo, claramente apartada de la novelística. En ella se reeditó el famoso I Remember Lemuria! (¡Recuerdo Lemuria!) y varios artículos de fondo, muy detallados, obra de Palmer y Shaver. En total, hasta el otoño de 1962, aparecieron ocho números trimestrales de The Hidden World. Más recientemente, Palmer inició la publicación de una revista de escasa circulación, Forum, donde se invita a los lectores a discutir a fondo diversos tópicos. Como es natural, éstos se centran en los OVNI y el shaverismo. El último número que he tenido en mis manos, fechado en septiembre de 1973, todavía trata extensamente del fenómeno Shaver. Richard S. Shaver falleció en noviembre de 1975. Mis recientes intentos de ponerme en contacto con Ray Palmer resultaron infructuosos.
El culto de los OVNI no se manifestó tan sólo en las revistas de Palmer. 1957 fue sin duda alguna el año de los OVNI. El número de febrero de 1957 de Fantastic Universe estuvo dedicado a dicho tema. Se incluían artículos de Ivan T. Sanderson, el famoso explorador y naturalista, y de Gray Barker, editor de The Saucerian Review. Casi toda la parte literaria enfocaba el tema de los platillos volantes. Por ejemplo, Invasión, de Harlan Ellison, un relato de lo que podría suceder si llegasen los platillos. A lo largo de 1957 y 1958, Fantastic Universe ofreció una serie de artículos sobre los OVNI, lo cual motivó que muchos de los lectores aficionados a la ficción le retirasen su adhesión, culpando en parte del hecho al entonces reciente nombramiento de Hans Stefan Santesson como director. Santesson era un popular escritor y editor de literatura de misterio y policíaca, que asistía con regularidad a las reuniones de ciencia ficción y colaboraba en Fantastic Universe con una sección de crítica titulada «Universe in Books». En 1956, cuando Leo Margulies abandonó KingSize Publications para establecer un nuevo mercado, Santesson ocupó su cargo. La calidad de la revista decayó a partir de aquella fecha. Sin embargo, no hay que achacar toda la culpa a Santesson. Se trataba de un síntoma del mal que padecía la ciencia ficción en su conjunto. Aun así, el estigma recayó con rapidez sobre Santesson y su revista. El acrecentado interés por los OVNI exacerbó la situación. Una década después, Santesson contribuiría a la manía del saber OVNI con su propio libro, Flying Saucers in Fact and Fiction (Los platillos volantes en la realidad y la ficción) (1968). No obstante, los escritores consideraban a Santesson como un editor amable, servicial y útil.
Por si esto no bastara, una tercera revista vino a entrometerse en el mercado OVNI. En octubre de 1957, la Amazing Stories publicó un número especial sobre los OVNI, dedicando la mitad de sus páginas a artículos de personajes como Raymond Palmer, Kenneth Arnold, Gray Barker y Richard Shaver. Sólo incluía dos cuentos, ambos relacionados con los OVNI; uno de ellos –obra de Harían Ellison, bajo el seudónimo de Ellis Hart-, Farevvell to Glory (Adiós a la gloria). Howard Browne abandonó en 1956 la dirección de Amazing Stories al dejar Ziff-Davis para trasladarse a Hollywood. La vacante fue ocupada por Paul W. Fairman, escritor, que poseía cierta experiencia editorial gracias a Amazing y Fantastic y fue el primer editor de If.
Pese a que Howard Browne no gustaba de la ciencia ficción, sus revistas no revelaban tal circunstancia. En cambio, debe suponerse que a Fairman sí le interesaba, ya que se dedicaba al género. Sin embargo, desde el momento en que se hizo cargo de Amazing y Fantastic, ambas cobraron un aspecto pobre y descuidado, con un contenido falto por completo de inspiración, indicando a las claras que Fairman se despreocupaba por entero de ellas, lo cual no significa que no supiera dirigirlas. Adoptaba una política muy sólida: acortar en la medida de lo posible y aspirar al mínimo denominador común. Por desgracia, dicha política surtió efecto. A pesar de la baja calidad de las revistas, que con frecuencia rozaba en lo deprimente, ambas sobrevivieron y prosperaron, mientras otras se hundían.
La actitud de Fairman fue bastante similar a la de Palmer, aunque nunca tan sensacionalista. A mediados de la década de los cincuenta, la mayoría de los lectores de esas revistas se reclutaban entre los adolescentes, seducidos por los vislumbres de la era espacial. Deseaban una literatura de acción rápida y no les importaba gran cosa la caracterización o la introspección. Este tipo de historia se escribía con facilidad y abundaban los escritores novatos deseosos de poner manos a la obra como fuera. Fairman llegó a un acuerdo con un grupito de autores a fin de que produjeran una cantidad de líneas mensuales fijadas de antemano, que pasaban directamente a las prensas con escasa, por no decir ninguna, corrección. Autores como Henry Slesar, Milton Lesser y, sobre todo, Robert Silverberg entregaron al mes sus miles de palabras a cambio de cheques regulares. La situación se prestaba, claro está, al abuso. No obstante, por una especie de gracia salvadora, la mayoría de esos escritores se mostraron concienzudos, pese a no tener ninguna necesidad de serlo. Podían escribir lo que les gustara, como les gustara y, puesto que la mayor parte de sus obras aparecía bajo un seudónimo de la casa, no se exponían a crítica alguna. La práctica del seudónimo de empresa fue, y sigue siéndolo en menor grado, común entre los editores, por cuanto permite publicar bajo la misma firma la obra de varios escritores. Estos seudónimos abundaron en especial en las revistas de Ziff-Davis -con nombres como S.M. Tenneshaw, Alexander Blade y Gerald Vance-, y todavía se desconoce a ciencia cierta el autor de cada una de tales obras. Por fortuna, el talento real no puede mantenerse oculto, y el de Silverberg y el de Ellison se transparentaban lo suficiente para que sus colaboraciones resultaran superiores a las de sus colegas. Silverberg recuerda así aquella época:
El verano de 1955 en Nueva York fue caluroso y deprimente, estableciéndose a diario récords de temperatura y humedad. Sin embargo, en una decrépita casa de apartamentos de la calle 114 Oeste, a la sombra de la Universidad de Columbia, un joven imberbe, de ojos vivos, golpeaba afanosa e incansablemente una máquina de escribir, ya casi humeante, escribiendo día y noche relatos de ciencia ficción, con la furiosa energía de quien acaba de empezar a vender regularmente sus obras y teme descansar por un instante, dejando que se desvanezca el aroma del triunfo.
Aquel joven trabajador se llamaba Robert Silverberg. No era el único escritor atareado que había en el edificio en aquel tiempo. En el piso de al lado, se alojaba un tal Randall Garrett y, en la planta inferior, un refugiado de Ohio llamado Harlan Ellison. Y también ellos hacían trabajar al máximo sus máquinas de escribir.
Fairman efectuó algunos experimentos con sus revistas. Por ejemplo, en junio de 1956, Fantastic dedicó un número especial a los sueños. Su aceptación inspiró a Fairman la idea de una nueva revista de fantasía y ciencia ficción, que se llamaría Dream World. El primer número, fechado en febrero de 1957, se puso a la venta la víspera de Navidad de 1956, aspirando a un cierto nivel cultural al reeditar ciertas historias de P. G. Wodehouse y Thorne Smith. Por desdicha, los números siguientes se rellenaron con las acostumbradas fruslerías, producidas en serie por la «fábrica de ficción».
Nacida como bimensual, Dream World consiguió sacar a trancas y barrancas tres números trimestrales, antes de morir para no resucitar jamás. La suerte de Dream World se limitaba a subrayar la situación dramática en que se hallaban Amazing y Fantastic. Sigue siendo un misterio cómo lograron continuar, a no ser que se explique gracias a su fuerte núcleo de fieles lectores dotados de un inagotable optimismo.
A continuación, Fairman decidió sacar provecho del floreciente mercado cinematográfico de ciencia ficción y procedió sin titubeos a publicar una proyectada serie de Amazing Stories Science Fiction Novels. Henry Slesar fue contratado para escribir una novela basada en el guión cinematográfico de Bob Williams y Chris Knopf, basado a su vez en el relato de Charlotte Knight, para la película de la Columbia: 20 Million Miles to Earth! (¡A 20 millones de millas de la Tierra!) (1957). Los efectos especiales de Ray Harryhausen salvaron la película, pero nada podía salvar la novela. Tras el primer número de la serie, en el verano de 1957, no se publicaron más Amazing Novels, aunque el proyecto puso de relieve un posible vínculo entre el cine y las revistas que sería explotado en años siguientes.
Fairman continuó con sus números especiales. Después de la edición dedicada a los OVNI, comprometió realmente su posición reviviendo el Misterio Shaver en el número de julio de 1958 de Fantastic. ¿Acaso creyó Fairman que, complaciendo a los grupos marginales, recuperaría para Amazing la gran circulación de la posguerra? De ser así, se equivocó. La situación había cambiado por entero en el transcurso de aquella década. En 1946, Amazing era una de las seis únicas revistas de ciencia ficción existentes. Aparte de ellas, poco más había disponible. En 1958, en cambio, Amazing suponía una más entre el racimo de revistas amenazadas en su supremacía por el cine, la televisión y, lo más importante de todo, el mercado del libro de bolsillo. Fairman vivía de un modo ciertamente peligroso.
Pese al hecho de que el campo de la revista presentaba todos los síntomas de un barco a punto de zozobrar, los editores debieron de pensar que aún existía una posibilidad de salir a flote, pues, durante todo el año 1957, se produjo un flujo constante de revistas nuevas, inspirado quizá por el éxito inicial de Infinity, nacida en noviembre de 1955. En su primer número, había ofrecido The Star (La estrella), de Arthur C. Clarke, que obtuvo el Premio Hugo. Los ingresos de la revista fueron lo bastante saneados para que su editor, Irwin Stein, pensara en una publicación hermana. Su aparición provocó una inmediata confusión.
Durante los años del boom, Lester del Rey había iniciado una revista llamada Science Fiction Adventures, que, después de nueve números, desapareció en mayo de 1954, al ocupar Harry Harrison el cargo de director. En 1957, cuando aún no habían transcurrido tres años, aparecía una nueva Science Fiction Adventures, aunque en esta ocasión publicada por Larry Shaw (nacido en 1924), director de Infinity. Lo que dejó perplejos a los lectores fue que la edición estaba numerada como volumen 1, número 6… ¿Dónde se habían metido los cinco números intermedios? Si se trataba de una continuación de la antigua revista, ¿por qué no llevaba el número diez? La respuesta no se conoció de inmediato. Cuando la siguiente edición apareció satisfactoriamente numerada con el número dos, la mayoría de los lectores pensaron que se trataba de una errata y dejaron de preocuparse por el asunto.
Pero no se había producido ninguna errata. La explicación reside en la misma razón por la que Ray Palmer cambió de Other Worlds a Flying Saucers: la tan ambicionada licencia postal de segunda clase. Al mismo tiempo que lanzaba Infinity, Irwin Stein había iniciado la publicación de una revista hermana del género policiaco, Suspect. En contra de lo esperado, Infinity triunfó, en tanto que Suspect se iba al garete. Stein decidió, por lo tanto, convertir Suspect en una revista de ciencia ficción y, para evitar la pérdida de su autorización postal, se limitó a cambiarle el nombre, manteniendo la misma numeración. De modo que, tras el quinto número de Suspect, llegó el sexto de Science Fiction Adventures. Por desgracia, Correos no admitió tal engaño, y Stein hubo de atenerse a las normas. Palmer conservó la exclusiva de su fórmula de tránsito, que le permitió pasar por alto las reglas.
SF Adventures, dirigida a un público juvenil, alardeaba de ofrecer «nuevas novelas de acción completas». El uso de la palabra «novela» requirió un verdadero esfuerzo de imaginación, ya que el relato de fondo, The Starcombers (Los exploradores de estrellas), de Edmond Hamilton, sólo tenía quince mil palabras de extensión. Los otros dos, ambos colaboración de Silverberg y Garrett con diversos seudónimos, todavía eran más cortos. En su editorial, Larry Shaw se lamentaba de la pérdida de un «sentido de lo maravilloso» en la ciencia ficción, afirmando que SF Adventures lo restablecería. De hecho, la revista no difería de Imaginative Tales, con la diferencia de que, en esta última, sólo las novelas de fondo tenían cierta calidad, mientras que los cuentos de relleno se reducían a puro desecho de las fábricas de ficción. En comparación, SF Adventures parecía más sustancial, y ofrecía excelentes ilustraciones de Ed Emshwiller. Eso le proporcionaba una ventaja psicológica frente al lector, incluso antes de que éste llegara a la ficción, asimismo de mejor calidad. En ella se publicaron algunas de las mejores obras de Silverberg de aquel período, por ejemplo su serie Chalice of Death (Cáliz de muerte), firmada con el seudónimo Calvin Knox.
La trilogía, que narraba el descubrimiento de la antigua Tierra miles de años después de que su imperio se hubiera esparcido por todo el universo y el subsecuente cumplimiento de la profecía según la cual aquélla recuperaría su antiguo poder, fue publicada más tarde en forma de libro con el título Lest We Forget Thee, Earth (Para que no te olvidemos, Tierra) (1958). SF Adventures no fue la primera de la nueva nidada de revistas. Su número inicial estaba fechado en diciembre de 1956. Satellite SF había aparecido en octubre del mismo año.
Editada por Renown Publications, de la Quinta Avenida, Nueva York, Satellite SF estaba dirigida por un hombre conocido de todos en el mundo de la revista, Leo Margulies. Margulies (1900-1975) era uno de los editores más respetados por su experiencia y sus conocimientos. Después de abandonar Fantastic Universe, había fundado su nueva firma editorial por diversas razones, aunque de ninguna manera para publicar Mike Shayne’s Mystery Magazine y la pretendida reedición de Weird Tales. Esta última no llegó a materializarse, al menos no en aquella época, aunque su vieja compañera, Short Stories, volvió a editarse, ofreciendo como mínimo un relato de ciencia ficción por número. Margulies solicitó la ayuda de Sam Merwin para editar Satellite, reconstituyendo el equipo que había puesto en marcha Fantastic Universe en 1953.
La idea de Satellite no era nueva. Consistía en presentar una novela completa por número, acompañada de un puñado de cuentos. La misma estructura fue adoptada ya para las antiguas Quarterlies, aparecidas entre 1928 y 1934, y constituyó la fuerza de Starling Stories. Esta última publicación había sido prácticamente la única en la que los aficionados podían encontrar novelas legibles a un precio módico. Pero, en 1956, los libros de bolsillo inundaron el mercado, de tal forma que Satellite decidió rivalizar francamente con él ofreciendo una novela completa, incluso de extensión superior a la normal, por el mismo precio (treinta y cinco centavos). Margulies cumplió su palabra. A diferencia de las quince mil palabras de SF Adventures, el primer número de Satellite presentó The Man from Earth (El hombre de la Tierra), de Algis Budrys, con una extensión de treinta y cuatro mil palabras, y el número dos, A Glass of Darkness (El espejo de las tinieblas), de Philip K. Dick, con un total aproximado de cuarenta mil palabras.
La novela más renombrada entre las publicadas en Satellite fue sin duda The Languages of Pao (Las lenguas de Pao), de Jack Vance, incluida en los números de diciembre de 1957. Esta intrincada narración sobre el planeta Pao y la forma en que sus diversos idiomas gobernaban las varias culturas añadió una nueva dimensión a la obra de Vance y le señaló como escritor digno de tenerse en cuenta.
Satellite no ofrecía secciones de cartas o colaboración de los lectores, pero instituyó una de crítica literaria, a cargo de Sam Moskowitz, que se metamorfoseó en una serie de artículos sobre los progenitores de la ciencia ficción y constituiría la base de su libro Explorers of the Infinite (Exploradores del infinito) (1963). Además, Margulies recuperó para el campo de la ciencia ficción a los artistas Leo Morey y Frank R. Paul.
Satellite fue bien recibida en general. Publicaba buena literatura de autores competentes, con un contenido bien equilibrado. En 1953, no habría bastado con eso para mantener la revista a flote, pero en 1957 suponía una excelente baza.
Pisando los talones a Satellite y SF Adventures, nació SuperScience Fiction con un director y un editor nuevos en el campo. El director, W. W. Scott, era un hombre muy experimentado en el terreno de la revista de aventuras de formato normal, aunque no en el de la ciencia ficción, por lo que se limitó a modelar su revista basándose en las ya existentes. Pero no sabiendo diferenciar entre buena o mala ciencia ficción (dejando aparte que estuviera o no bien escrita), pronto adoptó la solución más fácil y recurrió a la fábrica de ficción, en especial a Robert Silverberg, para llenar sus números.
El primero, fechado en diciembre de 1956, llevaba una impresionante portada de Kelly Freas, representando la determinación del hombre de conquistar las estrellas. Con ella se pretendía subrayar lo que sería el tema preferido de Super-Science Fiction, el modo en que la ciencia del futuro afectaría al individuo. En realidad, ya en el primer número, el proyecto quedaba reducido al intento por parte de los autores de crear personajes en el contexto de sus, por otra parte, típicas aventuras espaciales. Catch ‘Em All Alive! (¡Atrapadlos vivos a todos!), de Robert Silverberg, relataba simplemente la captura de una multitud de especimenes como muestrario de la fauna extraterrestre. El relato resultaba ameno, pero mal cabía considerarlo como un estudio en profundidad de la humanidad y la ciencia. Desde luego, Silverberg no se proponía tal cosa.
Los lectores, siempre y cuando ignoraran las pretensiones de Scott, encontraron una revista bastante interesante, realmente superior al nivel de Amazing. Y aunque no podía aspirar a ser indispensable, atrajo lectores y se estabilizó en una periodicidad bimensual.
Todavía se creó una revista más antes de finalizar 1956. A diferencia de muchas publicaciones de este periodo, Venture SF no iba dirigida en absoluto al público juvenil. El primer número, fechado en enero de 1957, la presentaba como compañera de la respetable F and SF, la única revista en circulación creciente por aquel entonces, si bien no la dirigía Anthony Boucher, de la F and SF, que se circunscribía a figurar como asesor. La dirección de Venture la ostentaba el director gerente de Mercury Press, Robert P. Mills (nacido en 1920). Mills se había ocupado ya de la mayor parte del trabajo administrativo de F and SF y su ya enajenada compañera Ellery Queen’s Mystery Magazine. Ahora, le correspondía el control total de Venture.
Los relatos de Venture se centraron en el sexo y la violencia, a veces hasta un grado nauseabundo. El mejor ejemplo de ello, que formaba parte del primer número, fue The Girí Had Guts (La chica tenía redaños), de Theodore Sturgeon, donde un virus alienígena ataca a los humanos y les obliga a vomitar los intestinos… La narración llevó a un crítico a decir que era la única que le había causado un verdadero malestar físico en toda su vida. La novela de fondo, Virgin Planet (Planeta de vírgenes), de Poul Anderson, giraba en torno a un hombre que aterrizaba en un mundo habitado en exclusiva por mujeres. El número ofreció también un relato humorístico de Charles Beaumont, Oh Father Mine (¡Oh, padre mio!), una retorcida versión del tema del viaje a través del tiempo, en la que un hombre mata a su propio padre antes de haber sido concebido.
El tema sexual continuó siendo el dominante en Venture. Las narraciones estaban bien escritas por buenos autores. En resumen, una excelente revista. Sin embargo, no se vendía demasiado bien. Viéndola ahora, en retrospectiva, se comprende que se adelantaba a su tiempo. Publicada a principio de la década de los sesenta, tal vez habría sido mejor acogida. Pero en 1957, las revistas se apoyaban de manera predominante en los lectores juveniles, y el estilo de Venture no les atraía.
La primavera de 1957 vio el nacimiento de algunas revistas más, aunque ninguna de real importancia. Space SF Magazine que no debe confundirse con la posterior Space SF creada por Del Rey, fue una oportunista publicación de Republic Feature de la calle 55 Oeste, Nueva York, que la presentaba como compañera de Tales of the Frightened, una prolongación de la serie radiofónica neoyorquina del mismo nombre, narrada por Boris Karloff. Pese a que ambas revistas incluían relatos de famosos autores de ciencia ficción, se trataba de productos rechazados por mejores publicaciones, y ninguno poseía un valor perdurable. Dirigidas nominalmente por Lyle Kenyon Engel, sólo vieron un número más cada una, fechado en agosto de 1957, antes de que los editores procedieran a la liquidación de la sociedad, y las publicaciones se esfumaran.
La portada del primer número de Saturn (marzo de 1957) anunciaba ostentosamente: «El eterno Adán», de Julio Verne. Un nuevo hallazgo». Esto le atrajo un número de lectores suficientes para compensar los gastos del primer número, pero la escasa calidad de las ediciones siguientes les desanimaron.
Donald Wollheim, entonces jefe de ediciones de Ace Books, dirigía Saturn. Robert C. Sproul, hijo de Joseph Sproul, director general de Ace News Company, engolosinado con la nueva boga del género, le había pedido que preparara una revista de ciencia ficción. No obstante, cuando las ventas menguaron con gran rapidez después del primer número, Sproul cambió de idea…, pese a que en un determinado momento había sugerido una publicación periódica compañera de la anterior. Planeaba convertir Saturn en una revista entre erótica y policíaca, más en la vena de sus restantes publicaciones. Enfrentado a las restricciones postales que tanto habían preocupado a Stein y Palmer, ensayó su propio truco. Después del número de marzo de 1958, la revista pasó a llamarse Saturn Web Detective Stories y, una vez transcurrido el tiempo suficiente, se eliminó la palabra Saturn. El contenido de la revista se orientó más y más hacia el terror, muy al estilo de las horripilantes revistas baratas de los años treinta. En 1962, se convirtió en Web Terror Stories, y así sobrevivió hasta 1965. De manera ocasional, ofrecía relatos de ciencia ficción de poco valor. Para entonces, Wollheim hacía ya mucho tiempo que se había despedido del proyecto.
Saturn permanece aún en algunas memorias se debe a que publicó el último relato de Ray Cummings, Requiem for a Small Planet (Réquiem para un pequeño planeta). Desde los primeros tiempos, Cummings fue uno de los nombres más famosos en las revistas baratas de ciencia ficción. Había alcanzado la fama con su cuento microcósmico The Girl in the Golden Atom (La muchacha en el átomo dorado) (All-Story Weekly, 15 de marzo de 1919). Pero a partir de entonces, Cummings no progresó, y en la década de los treinta, se le consideraba como un escritor mercenario, que producía en cadena relatos policíacos y terroríficos. Y aunque regresó al terreno de la ciencia ficción en los años cuarenta, se le juzgó entonces como un anacronismo. Murió el 23 de enero de 1957, a los sesenta y nueve años de edad.
En el verano de 1957, alcanzó su punto culminante el renacimiento de la revista de ciencia ficción. Una resurrección muy breve. Lo que debería haber sido su momento de gloria se convirtió en el tañido del toque de difuntos. Los devotos de la ciencia ficción pensaron que seguramente las cosas buenas estaban aún por venir. No había por qué mirar al pasado. La humanidad se aprestaba a entrar en la era espacial.
El 4 de octubre de 1957, la Unión Soviética puso en órbita terrestre el primer satélite artificial, Sputnik 1, al que siguió, el 3 de noviembre, el Sputnik II, llevando en su interior la perrita Laika, la primera criatura viviente que salió de la Tierra. El 31 de enero de 1958, le llegó el turno al americano Explorer 1, y en poco tiempo, multitud de satélites circundaron nuestro planeta. El interés del público en general por los viajes espaciales se intensificó de manera indudable. La gente quería saber más. Sí, se iniciaba un nuevo boom de la ciencia ficción y, sin duda alguna, las revistas del género bogarían en la cresta de la ola…
Y así nació Star SF a finales de 1957, si bien fechada en enero de 1958. No podía decirse que fuera una aventura nueva. Se trataba de la conversión en revista de la lograda serie de antologías originales publicada por Ballantine Books y dirigida por Frederick Pohl. La primera de tales antologías había aparecido en febrero de 1953, seguida por otras tres en 1954. Pero Pohl se sentía restringido por los límites de una antología anual y quiso experimentar con un formato de revista. Tras años de disputa con Ian Ballantine, éste acabó por acceder. Sin embargo, la revista sólo salió a la venta después de numerosos retrasos adicionales. Las narraciones eran de la calidad que se esperaba, e incluían la primera publicación americana de Brian Aldiss, Judas Dancing (El baile de Judas). No obstante, la presentación dejaba mucho que desear y las ilustraciones de William Powers resultaban deplorables. De todos modos, no fue eso lo que mato a Star SF.
Según recuerda Pohl:
«Fracasó… No recuerdo las cifras de venta, pero fueron desastrosas, debido a la resistencia en aquella época de las distribuidoras y los libreros ante cualquier tipo de revista nueva. Donde salió a la venta, obtuvo éxito, pero en la mayor parte del país, las distribuidoras nos devolvieron los ejemplares enviados en su embalaje original, sin abrir.»
Se había preparado un segundo número, que jamás apareció. No obstante, Star SF no estaba acabada. Se limitó a recuperar su antigua forma, y los relatos seleccionados para la segunda revista se publicaron en la antología Star SF Stories 4, en noviembre de 1958, con una venta triunfal.
Lo cual venía a subrayar toda la ironía de la situación. Un libro de bolsillo que contenía punto por punto lo mismo que una revista se vendía precisamente por ser un libro de bolsillo. Como revista no tenía ningún porvenir. Pero ¿en qué residía la diferencia? La diferencia residía en el estigma asociado a la revista en general, en el legado de la mayoría de las deficientes revistas juveniles.
Prácticamente lo mismo le aconteció a Vanguard SF, una revista muy competente dirigida por James Blish, que contenía un puñado de excelentes relatos, en especial Reap the Dark Tide (Recolectad la oscura marea), de Cyril Kornbluth, una de sus típicas y sombrías visiones de un mundo futuro devastado por las armas nucleares. La narración se conoce más en su versión revisada, Shark Ship (Nave tiburón). Con casi entera seguridad, fue el último de los relatos que el autor vio publicados. Vanguard, fechada en junio, se distribuyó a los quioscos a finales de marzo, la víspera del lanzamiento del satélite americano Vanguard 1. Cinco días más tarde fallecía Cyril Kornbluth, a consecuencia de un ataque cardíaco, en el duro clima de invierno de su ciudad natal. Sólo tenía treinta y cuatro años.
La muerte de Kornbluth llegó sólo unas semanas después del fallecimiento de otro de los grandes de la ciencia ficción, Henry Kuttner, también joven, a los cuarenta y tres años. Si la contribución fundamental de Kuttner al género había tenido lugar en los años cuarenta, la de Kornbluth seguía en pleno auge. Sus numerosos y excelentes relatos breves, además de sus colaboraciones con Judith Merril y las más abundantes con Frederick Pohl, se han convertido en clásicos, y el hecho de que su talento se truncara en plena juventud supuso uno de los peores golpes que la ciencia ficción hubo de sufrir. Kornbluth fue uno de los escasos talentos creativos y originales de los últimos años de la década de los cincuenta. Al faltar él, el campo de la ciencia ficción dio un paso atrás en el camino del progreso.
Para el aficionado a la ciencia ficción, la situación se tornaba cada vez más lóbrega. No sólo desaparecían las revistas, sino que morían los grandes escritores. El veterano Bob Olsen, un nombre legendario de los días de Gernsback, falleció en 1956, seguido por Ray Cummings y por el dibujante J. Allen St. John, en 1957. Ajeno al género, pero asimismo un talento creativo, Lord Dunsany moría en octubre del mismo año.
Lo que debería haber sido un momento triunfal para las revistas de ciencia ficción, el amanecer de la era espacial, degeneró en una terrible época de aflicción. Apenas sorprende que cada vez más aficionados se pasaran al floreciente campo del libro de bolsillo, que no sólo reimprimía numerosos clásicos perdidos de los años treinta y cuarenta -antes sólo en posesión de los más fervientes coleccionistas-, sino que los autores de ciencia ficción producían más y más novelas, destinadas en concreto a dicho campo editorial. 1956 vio la edición de The Green Odyssey (La odisea verde), de Philip José Farmer, y The World Jones Made (El mundo que creó Jones) ambas obras maestras reconocidas, ninguna de las cuales fue publicada primero en una revista.
Y así, el infortunio se abatió sobre el mundo de la revista, que entabló una lucha feroz por la supervivencia.