Sobre este cuento, el propio Lester del Rey escribió lo siguiente:
"...Salí a comprar un ejemplar del Código del escritor, donde pude encontrar una lista de los requisitos que Campbell establecía para su revista. No me sirvió de mucho, salvo las siguientes líneas: «Quiero reacciones más que acciones. Quiero reacciones humanas. Aunque el protagonista sea un robot, debe tener reacciones humanas para que resulte interesante al lector».
"Muy bien; ¿qué era lo más humano que podía hacer un robot? Sin duda, enamorarse locamente. Me decidí por un robot femenino (porque en la mayoría de los relatos los robots mecánicos eran masculinos) y por un hombre al que, lógicamente, le habría repugnado el delirio amoroso de que ella le hacía objeto. Pero si yo dotaba a la protagonista de buenos sentimientos, él no podría resistírsele. Era una idea sentimental, y elegí un anticuado desenlace, igualmente sentimental (...)
"Titulé el cuento Helen O’Loy y me esforcé por no pasar de las cuatro mil quinientas palabras.
"Una semana después recibí un talón de 45 dólares. Era mucho dinero en aquellos días, además de la satisfacción que me procuraba comprobar que, si me lo proponía, podía agradar al editor. Mucho tiempo después, el pago inicial resultó ser sólo una pequeñísima porción del premio. Muchas personas (empezando por mí) consideran el cuento como uno de los mejores que he escrito. Y es raro el año que pasa sin que perciba cuatriplicado o quintuplicado, el precio original por derechos de reimpresión. No tengo una noción exacta de cuánto me ha significado ese cuento, pero la suma supera a las que gané con la mayor parte de mis viejas e ingeniosas historias."
HELEN O'LOY
Lester del Rey
Ahora Soy un hombre viejo, pero aún recuerdo el día en que vi a Helen por primera vez cuando Dave la desembaló de su caja plástica, y aún puedo oír su contenida exclamación de asombro mientras la miraba.
—¡Caramba! ¿No te parece una verdadera belleza?
Desde luego era muy hermosa, un sueño convertido en realidad hecha de plástico y metal, algo que Keats podía haber vislumbrado vagamente cuando escribió su famoso soneto. Si Elena de Troya fue algo parecido, los griegos sin duda fueron un poco remisos cuando sólo enviaron mil naves a buscarla; por lo menos esto es lo que dije a Dave.
—¿Elena de Troya? —Contempló un momento su etiqueta de fabricación—. Por lo menos es un nombre mucho más bonito que el número que le dieron en la fábrica... K.W.288 ... ¡hum! La llamaremos Elena de Acero.
—No me parece un nombre muy romántico, Dave. Es algo demasiado frío. ¿Qué te parece Helen O'loy?
—De acuerdo. Se llamará Helen O'loy, Phil. —Y así es como empezó... una parte de belleza, una parte de fantasía, una parte de ciencia, añadir un programa de estereovisión, agítese mecánicamente, y el resultado es el caos.
Dave y yo no fuimos juntos a la Universidad, pero cuando yo llegué a Messina para practicar la Medicina, lo encontré en el taller de una pequeña tienda de reparaciones para robots. Empezamos a trabar amistad, y cuando yo empecé a salir con frecuencia con una muchacha que tenía una hermana melliza, Dave encontró igualmente atractiva a la otra hermana, de modo que pronto salimos los cuatro juntos.
Cuando nuestros negocios marcharon mejor, alquilamos una casa cerca del espaciopuerto... un lugar un poco ruidoso pero barato, ya que las espacionaves desanimaban a los que querían construir viviendas por allí. A nosotros nos gustaba tener bastante sitio para estirar las piernas. Creo que si no nos hubiésemos peleado, habríamos llegado a casarnos con las dos hermanas mellizas. Pero Dave deseaba irse a contemplar el último modelo de cohetenave con destino a Venus, cuando su melliza quería irse a ver una película que proyectaban por estereovisión y cuyo protagonista era un tipo llamado Larry Ainslee, y los dos prometidos eran muy obstinados. Desde aquel día no pensamos más en chicas, y pasamos las tardes en casa. No fue hasta que Lena nos puso vainilla en un bistec en vez de sal, cuando empezamos a discutir el tema de las emociones y sus efectos en los robots. Mientras Dave desarmaba a Lena pieza por pieza para encontrar la avería, empezamos a hablar del futuro de los seres mecánicos. Él mantenía que los robots serían superiores a los hombres algún día, mientras que yo defendía una opinión contraria.
—Mira, Dave —argumenté—, ya que sabes que Lena realmente no puede pensar... quiero decir pensar por sí misma. Cuando estos alambres hicieron contacto, pudo haberse corregido ella misma. Pero no quiso preocuparse; simplemente siguió el impulso mecánico. Un hombre pudo haber alcanzado la vainilla, pero cuando la tendría en su mano se hubiese detenido. Lena posee sentido común, pero no tiene emociones ni conciencia de su propia personalidad.
—Desde luego, éste es el gran problema con que se encuentran los robots en nuestros días. Pero adelantarán más y más y desarrollarán emociones mecánicas o algo parecido. —Volvió a atornillar la cabeza de Lena y abrió de nuevo el contacto de su pequeño motor.
—Vuelve a trabajar, Lena; son las siete de la tarde.
Aunque me especialicé en endocrinología y ciencias afines, no soy exactamente un psicólogo, pero comprendo el funcionamiento de las glándulas, secreciones, hormonas y otros varios órganos que son las causas físicas de las emociones. La ciencia médica necesitó trescientos años para encontrar cómo y por qué funcionaban, y no podían pensar que los hombres llegasen a duplicarlas mecánicamente en mucho menos tiempo.
Me llevé a casa muchos libros y revistas científicas para demostrarlo, pero Dave me mencionó la invención de las bobinas mnemónicas y de los ojos hipersensibles para demostrar que todo era posible en el campo de los robots. Durante todo aquel año intercambiamos sabiduría, hasta que Dave sabía de memoria toda la teoría de la endocrinología, mientras que yo podía desarmar y volver a montar a Lena con los ojos vendados. Mientras más hablábamos, más disminuía mi seguridad sobre lo imposible de llegar a realizar el tipo perfecto de homo-mechanensis.
¡Pobre Lena! Su cuerpo de cuproberilo pasaba la mitad del tiempo esparcido en el suelo, desmontado pieza a pieza. Nuestros primeros intentos no tuvieron otro éxito sino conseguir que nos sirviera hierba frita para el desayuno y que lavase los platos con aceite de motor. Por fin un día consiguió prepararnos una cena perfecta con tres lámparas fundidas y Dave se sintió extasiado.
Trabajó en ella toda la noche colocándole una nueva instalación, le puso dos bobinas nuevas y le enseño un nuevo vocabulario. A pesar de todo, al día siguiente Lena se irritó con nosotros y nos maldijo vigorosamente cuando le indicamos que no estaba haciendo bien su trabajo.
—¡Es mentira! —gritó, agitando una escoba—. Vosotros sois unos mentirosos. Si me dejaseis tranquila el tiempo suficiente, quizá podría arreglar algo este sucio lugar.
Cuando conseguimos calmarla y que volviera a su trabajo, Dave me indicó con un gesto que le siguiera al estudio.
—No debemos arriesgarnos con Lena —explicó——. Tendremos que sacar esas glándulas adrenales y volverla a la normalidad. Para nuestro trabajo necesitamos un robot mejor. Los robots domésticos no son lo bastante complejos.
—¿Qué te parecen los nuevos modelos Super de Luxe de Dillard? Creo que tienen todos los adelantos necesarios.
—Exactamente. De todas maneras, necesitaremos un modelo especial, construido según nuestras especificaciones, provisto de un panel completo de bobinas mnemónicas. Y en consideración a nuestra buena Lena, será mejor que pidamos un robot femenino.
El resultado de nuestro plan, desde luego, fue Helen. La fábrica Dillard había realizado un verdadero milagro, e incluido los últimos adelantos técnicos en una envoltura de plástico con figura de mujer. Inclusive el rostro de plástico y ruberita era los bastante flexible para expresar emociones, poseía glándulas lagrimales y papilas sensoriales, dispuestas para simular todas las acciones humanas, desde la respiración hasta el pelearse y arrancar el pelo a otra muchacha. La factura que nos enviaron junto con ella era también algo milagroso, pero Dave y yo conseguimos reunir el dinero, aunque tuvimos que vender a Lena a una casa de reparaciones, y después de aquello nos vimos obligados a cenar una temporada en un restaurante barato.
He realizado muchas operaciones delicadas sobre tejidos vivos, y algunas han sido verdaderamente difíciles, pero a pesar de todo me sentí como un estudiante de tercer año de Medicina en el momento en que abrimos la placa frontal de su torso y empezamos a cortar los hilos de sus "nervios". Las glándulas mecánicas de Dave estaban ya preparadas; unos pequeños paquetes de tubos electrónicos y una maraña de alambres que servían para influir los impulsos eléctricos de su cerebro mecánico y deformarlos exactamente igual como la adrenalina deforma las reacciones de la mente humana.
Aquella noche, en vez de marcharnos a dormir, estudiamos una y otra vez los esquemas y diagramas de sus estructuras nerviosas, siguiendo los laberintos sensoriales de sus impulsos eléctricos, cortando hilos e injertando las heteronas, como las llamaba Dave. Y mientras trabajábamos, una cinta magnética iba implantando cuidadosamente los recuerdos e instrucciones que le darían la conciencia y emoción propia de un ser humano. Dave era un técnico en robots que no dejaba nada al azar.
Alboreaba el día cuando terminamos, exhaustos y satisfechos. Todo lo que quedaba por hacer era conectar la energía eléctrica; igual que todos los robots Dillard, estaba provisto de un diminuto atomotor en lugar de baterías, y una vez conectada la energía no sería necesario que nos preocupásemos más de ello.
Pero Dave no quiso poner en marcha su complicada organización.
—Debemos esperar hasta que hayamos dormido y descansado —indicó—. Me siento tan deseoso de iniciar las pruebas como tú, pero no haremos nada de provecho con nuestros cerebros tan agotados. Vámonos a dormir y volveremos con Helen cuando despertemos.
Aunque los dos nos sentíamos deseosos de seguir trabajando, nos dimos cuenta que la idea era buena. Nos fuimos a la cama y el sueño se apoderó de nosotros antes de que el aparato acondicionador de aire redujera la temperatura a la adecuada para el descanso. Me desperté cuando Dave me agitó vigorosamente por un hombro.
—¡Eh, Phil! ¡Despiértate de inmediato!
Gruñí medio dormido, di media vuelta en la cama y abrí los ojos una vez.
—¿Qué pasa? ¡Ah! ¿Qué sucede? ¿Es que Helen...?
—No, se trata de la señora Van Styler. Ha llamado por el fonovisor para decir que su hijo se ha enamorado de una muchacha del servicio, y quiere que vayas a darle hormonas neutralizadoras. Se encuentran ahora en su casa de campo de Maine.
¡Caramba con la señora Van Styler! Sin embargo, no podía permitirme el lujo de rechazar su invitación, especialmente ahora que Helen había agotado mi cuenta corriente. Sin embargo, no era un trabajo que me gustara mucho.
—¡Hormonas neutralizadoras! Eso me llevará por lo menos dos semanas. Y, además, yo no soy médico de sociedad, que hace experimentos con glándulas para que esos tontos se sientan felices. Mi trabajo consiste en preocuparme de casos más serios.
—Y además estás lleno de deseos de estudiar el comportamiento de Helen. —Dave sonreía, pero su expresión era elocuente.— He dicho a la señora Van Styler que ese trabajo le costará cincuenta mil dólares.
—¿Cómo?
—Y me respondió que conforme, si ibas allí a toda prisa.
Desde luego, sólo me quedaba una sola cosa por hacer, aunque de buena gana hubiese retorcido el cuello de la señora Van Styler. Aquello no habría sucedido si ella quisiera usar robots como hacía todo el mundo... pero siempre quería mostrarse distinta de los demás
* * *
Por lo tanto, mientras Dave se quedaba en casa entreteniéndose con Helen, yo me retorcía el cerebro para conseguir que Archy van Styler se tragase mis píldoras de hormonas neutralizadoras y dándole la misma dosis a la sirvienta. Oh, desde luego aquello no era estrictamente legal, pero la pobre chica estaba perdidamente enamorada de Archy. Dave podría haberme escrito, pensé con amargura, pero no se dignó enviarme ni una palabra.
Habían pasado tres semanas en vez de las dos que yo calculaba, cuando por fin pude informar a la señora van Styler que Archy estaba "curado" y recibir a cambio un hermoso cheque. Con aquel dinero en el bolsillo, alquilé un cohete privado y volví a Messina en cosa de media hora. No perdí tiempo en dirigirme a nuestra casa.
En el momento que puse los pies en el vestíbulo, oí el ruido de unos pasos ligeros y una voz anhelante que llamaba.
—¿Eres tú, Dave, querido?
Por un minuto no supe qué contestar y la voz se oyó de nuevo suplicante:
—¿Dave, eres tú?
Yo no sabía en realidad lo que esperar, pero lo cierto es que nunca esperé que Helen me recibiera en aquella forma, deteniéndose mientras me contemplaba, algo asombrada, con una desilusión evidente en su rostro, mientras sus pequeñas y bien formadas manos se dirigían temblorosas hacia su garganta.
—¡Oh! —gimió—. Pensé que era Dave. Casi nunca viene a casa a comer en estos últimos días, pero he tenido la cena esperando hace horas. —Dejó caer los brazos con un gesto de desaliento y se esforzó en sonreír—. ¿Tú eres Phil, no es cierto? Dave me habló de Ti cuando... en los primeros días. Estoy muy contenta de verte, Phil.
—Yo también estoy satisfecho de verte Helen. —¿Qué será lo que uno puede decir cuando se encuentra por primera vez con un robot?— ¿Creo que has dicho algo de cenar? —continué.
—¡Oh, claro! Creo que Dave habrá cenada en la ciudad otra vez, de manera que lo mejor será que lo hagamos nosotros. Será muy agradable el tener alguien con quien poder hablar, Phil. No te importa que te llame Phil, ¿verdad? Verás, tú eres una especie de padrino para mí.
Los dos comimos. Yo no había esperado que ella lo hiciera, pero aparentemente Helen consideraba el comer algo tan normal como el andar. A pesar de todo, comió muy poco; la mayor parte del tiempo lo pasó lanzando miradas de pena en dirección a la puerta.
Dave llegó cuando estábamos terminando de comer, con un gesto de mal humor que se notaba a una milla de distancia. Helen empezó a levantarse, pero él no se reunió con nosotros, sino que se dirigió en derechura hacia las escaleras, lanzándome un saludo por encima del hombro.
—Hola Phil. Te veré en mi cuarto más tarde.
No había duda de algo completamente fuera de lo corriente en su modo de portarse. Por un instante pensé que yo era el equivocado, pero cuando me volví hacia Helen y vi que sus ojos estaban llenos de lágrimas. Ella ahogó un sollozo, y se dedicó con energía a su plato, sin levantar la mirada.
—¿Qué es lo que le sucede a Dave... y a ti? - pregunté.
—No me quiere. —Ella apartó el plato y se puso en pie rápidamente. —Será mejor que vayas a hablar con él mientras yo limpio la mesa. Y no hay nada de anormal en mi conducta. Todo lo que pasa no es por culpa mía. —Helen recogió los platos y se refugió en la cocina; casi pude jurar que estaba llorando.
Es posible que todo pensamiento no sea más que una serie de reflejos condicionados... pero era obvio que Helen había tenido una gran cantidad de tales reflejos mientras estuve ausente. Ni siquiera en sus peores días, Lena hizo nada parecido a eso. Sin saber que pensar, me dirigí hacia el cuarto de Dave para ver si éste conseguí aclararme aquel embrollo.
* * *
Dave se estaba echado soda en un gran vaso de whisky, y pude notar que la botella estaba casi vacía.
—¿Quieres beber algo? —preguntó.
Me pareció una buena idea para iniciar nuestra conversación. El rugiente zumbido de un cohete iónico que pasó por encima de la casa era lo único vagamente familiar que encontraba en nuestra casa. Por el aspecto de los ojos inyectados en sangre de Dave, aquella no era la primera botella que vació mientras estuve fuera, y aún le quedaban unas cuantas. Sacó otra botella de debajo de la mesa para servirme un vaso de licor.
—Desde luego, no es nada que me importe, Dave, pero esa bebida no te tranquilizará. ¿Qué es lo que ha pasado entre tú y Helen? ¿Es que habéis visto fantasmas?
Helen estaba equivocada; Dave no había cenado en la ciudad... ni en ningún otro lugar. Se dejó caer en una silla con un gesto que revelaba su cansancio y nerviosismo, pero, principalmente, el hambre.
—¿Te has dado cuenta de ello, eh?
—¿Qué si me he dado cuenta? Los dos hicisteis una escena que hasta un ciego pudo ver.
—¡Hum! —hizo un gesto para apartar una mosca inexistente, y se dejó hundir en el sillón neumático. —Quizás debí esperar a que volvieras antes de poner en marcha a Helen. Pero si aquel programa de estereovisió no lo hubiese cambiado... en fin, tenía que suceder. Y además esos románticos libros tuyos terminaron de estropearlo todo.
—Ah, muchas gracias. Creo que con esto se explica todo.
—Oye, Phil. Ya sabes que tengo una casa en el campo... un rancho agrícola. Mi padre me lo dejó en herencia. Estoy pensando ir a echarle un vistazo.
Y así continuó nuestra conversación. Pero al fin, gracias a unos cuantos vasos más de whisky, y a insistir pacientemente, pude hacer que me contase parte de la historia, antes de darle una pastilla de Amytal y meterlo en la cama. Luego me fui en busca de Helen y le arranqué el resto de lo ocurrido, hasta que por fin tuve una idea clara de lo que pasó entre los dos.
Aparentemente, en cuanto me hube marchado, Dave le conectó el atomotor, y empezó con las pruebas preliminares, que resultaron enteramente satisfactorias. Helen había reaccionado en forma espléndida... tan naturalmente, que Dave decidió dejarla sola en la casa y marcharse a trabajar como de costumbre. Naturalmente, con todas sus emociones vírgenes, Helen estaba llena de curiosidad y quería que se quedase aquel día en la casa. Entonces él tuvo una genial idea. Después de enseñarle cuáles eran sus deberes caseros, la hizo sentar enfrente al estereovisor, lo conectó con un programa de noticias y le dijo que ocupase el tiempo observando la pantalla.
Las noticias la interesaron mucho hasta que el programa terminó, y entonces la estación empezó con un serial que tenía como protagonista a Larry Ainlee, el mismo hermoso y romántico artista que había causado todo el lío con las dos mellizas. Por pura casualidad, se parecía algo a Dave.
Helen se sumergió en el serial, como una foca puede lanzarse al agua. Aquel drama y aventuras románticas, constituían una perfecta válvula de escape para sus nuevas y supersensibles sensaciones. Cuando aquel episodio radiado terminó, ella halló otra historia romántica en una estación distinta, y continuó con su educación. Luego, los programas de la tarde se compusieron principalmente de noticias y música, pero ella había encontrado mis libros; y es sabido que mis gustos son hacia la literatura romántica.
Dave regresó a casa sintiéndose satisfecho. El recibidor y el comedor estaban primorosamente arreglados, y en el aire había un perfume de comida que Dave no había experimentado por mucho tiempo. Empezó a tener visiones de Helen como una ama de casa supereficiente.
Por ello se quedó estupefacto cuando sintió dos fuertes brazos alrededor de su cuello y una voz temblorosa que desde atrás murmuraba en su oído.
—Oh, Dave, querido, te hallé tanto a faltar, y estoy tan contenta que hayas vuelto...
Las maneras de Helen quizá no eran muy elegantes, pero estaban llenas de entusiasmo, como él pudo darse cuenta cuando trató de impedirla que lo besara con pasión. Helen había aprendido de prisa y completamente... y además recibía energía de un atomotor.
* * *
Dave no era ningún mojigato, pero recordaba con claridad que ella no era otra cosa que un robot, después de todo. El hecho de que ella sintiera, actuara y pareciese una hermosa diosa en sus brazos, no causaba gran diferencia a los ojos de él. Gracias a un considerable esfuerza, consiguió apartarla y hacer que sirviese la cena, que quiso que comieran juntos para ver si así distraía su mente de los recién adquiridos pensamientos.
Después de cenar, Dave la llevó al estudio y le recitó un sermón sobre la locura de sus intenciones. El sermón debió ser muy bueno, porque duró tres horas completas, tocó a fondo el tema de su condición mecánica, las tonterías de que estaban llenos los programas de estereovisión, y otros muchos asuntos varios. Cuando terminó, Helen levantó unos ojos llenos de lágrimas y dijo con voz débil:
—Lo comprendo perfectamente, Dave, pero a pesar de todo te amo.
A partir de ese momento, Dave empezó a beber.
Cada día las cosas se pusieron peor. Si él se quedaba en la ciudad, la encontraba llorando cuando regresaba a casa. Si volvía a la hora acostumbrada, ella lo llenaba de atenciones y aprovechaba todas las ocasiones para echarle los brazos al cuello. En su habitación, con la puerta cerrada con llave, podía oír cómo ella caminaba incesantemente arriba y abajo del comedor hablando en voz baja, y si él descendía las escaleras para reunirse con ella, Helen no hacía más que lanzarle miradas de reproche, hasta que Dave debía batirse en retirada a su cuarto.
A la mañana siguiente envié a Helen a hacer unas compras que no necesitaba, y desperté a Dave. Con ella ausente de la casa, hice que se comiera un desayuno decente y le di un tónico para los nervios. Estaba todavía nervioso y distraído.
—Tienes que escucharme, Dave —empecé—. Después de todo, Helen no es humana. ¿Por qué no cortamos la energía y cambiamos unas cuantas bobinas mnemotécnicas? Luego podremos convencerla de que nunca estuvo enamorada de ti y que no le es posible hacerlo.
—¡No lo intentes siquiera! Ya tuve esa idea, pero ella empezó con unos gritos y lamentos capaces de despertar a los muertos. Me dijo que aquello era igual que un asesinato... Lo peor de todo es que no puedo dejar de sentir que tiene razón. Es posible que ella no sea humana, pero nadie lo diría cuando adopta ese aire de mártir y te dice que puedes seguir adelante hasta matarla.
—Sin embargo, no recuerdo que colocásemos ningún sustituto para las secreciones hormonales presentes durante el periodo amoroso.
—Ya no sé que es lo que le pusimos. Quizá las heteronas han perdido el control o algo parecido. De todos modos, ella está tan convencida de su amor por mí, que sería necesario cambiarle completamente toda la instalación emocional.
—Bien. ¿Por qué no lo hacemos?
—Haz lo que quieras. Tú eres el cirujano de esta familia. Yo no estoy acostumbrado a trabajar con emociones. En realidad, desde que ella empezó a sentirse de ese modo, creo que odio trabajar en cualquier otro robot. Mi negocio va camino de la quiebra.
En aquel momento, Dave vio a Helen que regresaba atravesando el jardín de nuestra casa y salió disparado por la puerta trasera en busca del tren monocarril que lo llevaría a la ciudad. Yo tenía la intención de volverlo a meter en la cama, pero lo dejé marchar. Quizá se encontraría mejor en el taller que en casa.
—¿Se ha marchado?—. Es cierto que Helen podía adoptar un aire de mártir.
—Sí. Conseguí que comiese algo, y se marchó a trabajar.
—Estoy contenta de que haya comido.
Ella se dejó caer en una silla como si estuviese exhausta, aunque yo sabía que jamás sentía cansancio.
—¿Phil?
—Bien. ¿Qué quieres?
—¿Crees que yo no le convengo? Quiero decir si piensas que él sería más feliz si yo desapareciese.
—Dave se volverá loco si sigues con tu actitud hacia él.
Ella se estremeció. Sus pequeñas manos se retorcían con un gesto de súplica, y por un instante me sentí un bruto inhumano. Pero había empezado y continué:
—Creo que aunque desconectase la energía de tu atomotor y cambiase tus bobinas mnemónicas, probablemente Dave aún se sentiría perseguido por ti.
—Lo sé. Pero no puedo remediarlo. Y estoy segura que sería una buena esposa para él, Phil.
Tragué saliva; aquello iba demasiado lejos.
—Y sin duda también le darías un par de robustos chicos, supongo. Un hombre quiere carne y hueso, no goma y metal.
—No digas eso, por favor. Nunca pude pensar en mí de ese modo. Siempre he creído que soy una mujer como las otras. Ya sabes cuan perfectamente estoy hecha para imitar a una mujer real... en todos los aspectos. No puedo darle hijos, pero... haré todo lo posible para ser una buena esposa para él.
Me declaré vencido.
Dave no volvió a casa aquella noche, ni al día siguiente. Helen no cesaba de agitarse y protestar, pidiéndome sin cesar que llamase a los hospitales y a la policía, pero yo sabía que nada le había sucedido. Siempre llevaba su tarjeta de identificación encima. De todos modos, cuando no volvió a casa en el tercer día, empecé a preocuparme. Y cuando Helen decidió irse a buscarlo a su taller, pensé que lo mejor sería acompañarla.
Dave se encontraba allí, con otro hombre a quien yo no conocía. Dejé a Helen en el coche, donde él no podía verla per donde ella sí podía escuchar, y entré tan pronto como el otro individuo salió del local.
Dave tenía mejor aspecto y pareció contento al verme.
—Hola, Phil... estaba a punto de cerrar. Vamos a comer alguna cosa al restaurante.
Helen no pudo contenerse por más tiempo y entró en el taller.
—Vuelve a casa, Dave. Tengo pollo asado relleno, y ya sabes que te gusta mucho.
—Oh, márchate— dijo Dave. Ella retrocedió un paso como si la hubieran golpeado, y dio media vuelta para irse. —Oh, por mil diablos, quédate. Tal vez será mejor que también escuches lo que voy a decirla a Phil. Ese hombre que viste salir la ha comprado, y me marcho al viejo rancho de que te hablé. No puedo aguantar más a los robots.
—Te morirás de hambre en esa granja— le dije.
—No; no. Existe una demanda creciente para los frutos naturales, que han sido cultivados en el campo. La gente está cansada de comer esas verduras hidropónicas. Mi padre consiguió siempre ganarse la vida con su rancho. Me marchará tan pronto lleguemos a casa y prepare la maleta.
Helen se agarró con desesperación a esta idea:
—Yo arreglaré tus cosas, Dave, mientras tú puedes comer. Tengo tarta de manzana como postre.
El mundo se derrumbaba a su alrededor, pero aún recordaba cuánto le gustaba a él la tarta de manzana.
Helen era una estupenda cocinera, en realidad era un genio, con todas las buenas cualidades de una mujer y de un robot a la vez. Dave comió con buen apetito, una vez nos sentamos a la mesa. Cuando terminó la cena, se había ablandado lo suficiente para admitir que le había gustado el pollo y la tarta y darle las gracias por preparar su maleta. Hasta llegó a permitirle que le diese un beso de despedida, aunque firmemente prohibió que le acompañase al aeropuerto.
Helen trataba de mantenerse serena cuando regresé, y los dos tuvimos una anodina conversación respecto a los sirvientes de la señora Van Styler. Luego las pausas se hicieron más largas, y ella se quedó sentada al lado de la ventana mirando hacia la noche con los ojos llenos de lágrimas. Hasta el programa de estereovisión no ofrecía ningún interés para ella, y me sentí contento cuando se despidió para retirarse a su cuarto. Le era posible desconectar su atomotor para simular el sueño cuando quería.
* * *
A medida que pasaban los días, llegué a comprender por qué ella no podía imaginarse como un robot. Yo mismo empecé a pensar en ella como si fuese una muchacha normal y una excelente compañera. Excepto por los raros intervalos cuando se marchaba a su cuarto huyendo de mi compañía, o cuando se iba en repetidas ocasiones a la oficina de correos en busca de una carta que nunca llegó, Helen constituía la perfecta ama de casa. Inclusive nuestra finca adquirió un ambiente hogareño que nunca tuvo cuando estaba allí Lena.
Un día llevé a Helen para que viese las tiendas en Hudson y palmoteó encantada frente a las telas de sedas y lucita que entonces estaban de moda, se probó una interminable serie de sombreros, e hizo todas las cosas acostumbradas en una chica normal. Otro día fuimos a pescar, y demostró que era una excelente deportista manteniendo el silencio durante la pesca igual que un hombre. Me divertí mucho aquel día, y pensé que empezaba a olvidar a Dave. Pero al día siguiente llegué a casa sin anunciarme, y la encontré tendida en el sofá, llorando con la cabeza enterrada en un almohadón.
En aquel mismo momento decidí llamar a Dave. La operadora pareció tener dificultades en localizarlo, y Helen se puso a mi lado mientras yo esperaba. Estaba tensa y nerviosa como una doncella que espera que se le declaren por primera vez. Finalmente consiguieron encontrar a Dave.
—¿Qué sucede, Phil? —me preguntó tan pronto como su rostro apareció en la pantalla—. Estaba preparando mis cosas para...
Le interrumpí:
—Las cosas no pueden continuar de este modo, Dave. Estoy decidido. Voy a cambiar las bobinas de Helen esta noche. No le dolerá más que el infierno que ahora está pasando.
Helen extendió una mano y la posó en mi hombro.
—Quizás sea lo mejor. No te doy la culpa por ello.
La voz de Dave la interrumpió:
—Phil, no sabes lo que dices.
—Naturalmente que lo sé. Todo habrá terminado cuando llegues aquí. Como has podido ver, ella está conforme.
El rostro de Dave se ennegreció.
—No lo consentiré, Phil. Ella me pertenece a medias, y lo prohíbo.
—Por todos los...
—Sigue, sigue, llámame lo que quieras. He cambiado de opinión. Estaba arreglando mis cosas para volver a casa cuando me llamaste.
Helen me apartó, con sus ojos fijos en la pantalla.
—Dave, ¿es que quieres...? ¿Vas a ...?
—He terminado por darme cuenta de que he sido un estúpido, Helen. Phil, llegaré a casa dentro de un par de horas, de modo que si sucede algo...
No tuvieron que decirme que me marchase de allí. Pero cuando atravesaba la puerta, pude aún escuchar como Helen murmuraba algo respecto a lo mucho que adoraba ser la esposa de un ranchero.
Bien, yo no estaba tan sorprendido por el desenlace como ellos lo pensaban. Creo que sabía lo que iba a ocurrir cuando llamé a Dave. No hay ningún hombre que se porte como Dave simplemente porque odia a una chica; sólo porque cree que es así... y, generalmente, está equivocado.
* * *
No hubo nunca una mujer que hiciese una novia más adorable o una esposa más completa. Helen nunca perdió su habilidad para la cocina y para arreglar la casa. Cuando ella se marchó, nuestra vieja casa me pareció vacía, y empecé a adquirir el hábito de marchar al rancho una o dos veces por semana. Creo que tuvieron sus problemas como todo el mundo, pero nunca lo demostraron, y estoy seguro de que los vecinos nunca sospecharon que fuesen otra cosa que un matrimonio normal.
Dave se hizo viejo y Helen no, desde luego. Pero entre ella y yo, colocamos arrugas en su rostro y hebras de plata en su cabello, sin permitir que Dave se diese cuenta de que Helen no envejecía al mismo tiempo que él; creo que se había olvidado de que ella no era humana.
Prácticamente yo también lo olvidé. No desperté a la realidad, hasta que recibí esta mañana una carta de Helen. Allí, con su hermosa escritura, ahora un poco temblorosa en algunos párrafos, estaba el suceso inevitable que ni Dave ni yo habíamos previsto.
"Querido Phil:"
"Como sabes, Dave ha tenido ataques al corazón desde hace varios años. Todos esperábamos que siguiera viviendo, pero parece ser que ello no era posible. Acaba de morir en mis brazos antes de que naciese el nuevo día. Te envío sus saludos y su despedida."
"Quiero pedirte un último favor. Hay sólo una cosa que yo pueda hacer cuando termine de escribir. El ácido destruirá el metal al mismo tiempo que la carne y yo moriré con Dave. Te ruego veas que los dos seamos enterrados juntos y que los médicos de la autopsia no descubran mi secreto. Dave también lo quería así."
"Pobre y querido Phil. Sé que amabas a Dave como a un hermano y lo que sentías por mí. Te ruego que no lamentes mucho nuestra marcha, porque hemos disfrutado una vida feliz, y los dos queremos cruzar este último puente juntos."
"Recibe el amor y la gratitud de Helen."
Creo que era algo que debía ocurrir tarde o temprano, y la primera impresión se va ya debilitando. Partiré dentro de unos cuantos minutos para cumplir con las últimas instrucciones de Helen.
Dave fue afortunado, y el mejor amigo que nunca tuve. Y Helen... Bien; como he dicho al principio, ahora soy un hombre viejo, y puedo ver las cosas con más calma; debí haberme casado y tener familia. Pero... solamente existió una Helen O'loy.
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