Thrilling Wonder Stories, Diciembre de 1936, ejemplar donde se publicó por primera vez este relato.
John W. Campbell Jr. es más conocido por su trabajo como editor pero también, al principio de su carrera en el mundo editorial pulp, escribió varios relatos que le dieron una merecida fama. Dentro de esta producción literaria hay cinco cuentos de ciencia ficción, publicados en Thrilling Wonder Stories entre 1936 y 1938, y que fueron recopilados en forma de libro en 1966 bajo el título de The Planeteers.
Libro recopilatorio de la saga Penton y Blake.
Ted Penton y Rod Blake han huido de la Tierra en su nave espacial de propulsión nuclear, el Ion , después de un percance relacionado con su investigación ilegal sobre energía atómica (la cual causó la destrucción de 300 millas cuadradas en Europa). Dado que nadie más en la Tierra está dispuesto a utilizar la energía atómica, nadie puede alcanzarlos; y mientras sus abogados intentan arreglar las cosas en la Tierra, Penton y Blake esperan su momento explorando el Sistema Solar y teniendo aventuras.
"The Brain Stealers of Mars" fue el primer relato de lo que habría de conformar la llamada "saga de Penton y Blake". En esta narración nos encontramos con nuestros héroes en Marte, donde se encuentran con centauros y cambia-formas parásitos. Penton aprende telepatía gracias a la intervención de los centauros, lo que resultará útil en futuros tratos con extraterrestres inteligentes. Hay que señalar que en este relato aparece el concepto del extraterrestre cambia-formas que se puede convertir en un potencial peligro para la humanidad, idea que retomará en novela "Who Goes There?" (Analog Science Fiction and Fact 1938). pero desde un punto de vista mucho más terrorífico.
"Who Goes There?" fue publicado por Campbell bajo el seudónimo de Don A. Stuart. Este relato será la inspiración para la película "The Thing" de 1951 y su remake de 1982
Después de Marte, la pareja avanza hacia el sistema exterior, donde comienzan una revolución, luchan contra monstruos gelatinosos, aprenden más idiomas alienígenas, encuentran alta gravedad y frío extremo, resuelven problemas con el poder de la química, etc.
Las historias que conforman la saga Penton y Blake son:
"Los ladrones de cerebros de Marte"
"La doble mente"
"Los buscadores de la inmortalidad"
"El Décimo Mundo"
"Los piratas del cerebro"
Las historias de Penton y Blake se recuerdan hoy por su influencia en las historias más famosas de Isaac Asimov sobre Powell y Donovan .
LOS LADRONES DE CEREBROS DE MARTE
(The Brain Stealers of Mars)
John W. Campbell, Jr.
1. IMITACIÓN DE LA VIDA
Rod Blake levantó la mirada, con ancha sonrisa. El cielo de Marte era casi negro a pesar del sol pequeño y brillante, el desusado resplandor de las estrellas y el fuerte albedo de los planetas, principalmente la Tierra, a unos noventa millones de kilómetros de distancia.
—Estarán distraídos persiguiéndonos allá, Ted —dijo refiriéndose al brillante planeta.
Ted Penton sonrió, beatífico.
—Sin duda nos buscan en nuestras guaridas habituales. Culpa de ellos será, si no logran encontrarnos... ¡Declarar fuera de la ley la energía atómica...!
—Reconocerás que no les faltaban razones. Koelenberg debió ser más cuidadoso. Si un hombre destruye ochocientos kilómetros cuadrados del centro de Europa con una explosión atómica, no puedes culpar al resto del mundo por mostrar algo de pánico ante la investigación sobre la energía atómica.
—Pero podían tener la inteligencia de comprender que quien poseyera el secreto no se dejaría intimidar por la Pena de Muerte para la Investigación sobre Energía Atómica, sino que buscaría lugares y planetas desconocidos y dejaría el plato en manos de un abogado hasta que las aguas volvieran a su cauce. Cuando desarrollamos la energía atómica resultó evidente que seríamos los primeros en llegar a Marte y que nadie podría obligarnos a regresar, a menos que aceptase la detestada energía atómica y la utilizara —argumentó Blake.
—Me gustaría saber cómo entendió nuestra defensa el viejo Jamison Montgomery Palborough —comentó Penton—. Dijo que lo arreglaría todo antes de tres meses, y estamos en el tercer mes y el tercer planeta. Dejemos que el gobierno se inquiete y naveguemos, amigo, naveguemos. Todavía afirmo que lo que vimos al aterrizar era una ciudad en ruinas.
—Pienso lo mismo, pero recuerda que saltaste como un canguro la primera vez que pusiste un pie en la Luna. Seguro que te diste un gran porrazo.
—Ahora somos profesionales en la tarea de caminar sometidos a fuerzas de gravedad insólitas. La Luna..., Venus...
—Sí, pero no pienso arriesgar mi pellejo enfrentándome a un planeta extraño y una raza extraña a la vez. Primero investigaremos el planeta, y aquel hoyo lodoso será la primera parada. En marcha.
Llegaron a la cima de una de las largas y onduladas dunas, y otearon el paisaje. Era exactamente igual al que habían visto desde la duna anterior, tan absolutamente yermo, desierto y rojo. Era como un planeta de hierro muy abandonado y oxidado.
El hoyo lodoso estaba a sus pies: una extensión de barro rojo y castaño, poblada de vegetación color rojo oscuro.
—Parece un arce japonés —dijo Blake.
—Es evidente que no emplea clorofila para absorber la energía solar. Tomemos algunas muestras. Tú tienes tu revólver de rayos ultravioletas y yo el mío. Supongo que podemos separarnos sin peligro. A la izquierda hay un gran grupo de cosas que parecen algo distintas, Yo iré allí mientras tú avanzas en línea recta. Recoge todas las flores, frutos, vainas o semillas que encuentres, Pocas hojas..., ya sabes. Lo que hicimos en Venus. Si encuentras una planta pequeña, ponte los guantes y arráncala. Si es grande, mantén una distancia prudente. En Venus había algunos ejemplares bastante desagradables.
Blake gruñó.
—¡Y que lo digas! Yo fui el genio que se enamoró de aquel hermoso fruto y trepó entre los tallos de un árbol tijera. ¡Ja, ja! Lo liquidé a tiros. En marcha y buena suerte.
Penton dobló a la izquierda, mientras Blake se encaminaba hacia un grupo de plantas de extraño aspecto. Tenían forma de cúpula, de noventa centímetros de altura y una docena de hojas lanceoladas, largas y caídas.
Con sumo cuidado, Blake lanzó un guijarro al centro de una. Se oyó un ruido tamborileante, pero las hojas no se movieron. Tocó una hoja con una cuerda, pero aquélla no acuchilló, no se aferró ni se apartó de súbito, como esperaba a raíz de sus experiencias con las plantas feroces de Venus. Blake arrancó una hoja y luego varias más. La planta se comportaba como una planta, y esto le sorprendió y alegró.
Toda la región parecía poblada de vegetales de tamaño aproximadamente uniforme. Los ejemplares dispersos aparecían en distintas fases de desarrollo: desde unas pocas hojas lanceoladas, pasando por cúpulas de seis centímetros, hasta la planta totalmente desarrollada. Rod dio un rodeo alrededor de las más grandes, arrancó dos de las pequeñas y las guardó en su bolso de muestras.
Luego se levantó y contempló una de las cúpulas, que colgaba con desmayo sobre el cieno espeso y viscoso.
—Supongo que tienes algún motivo para estar así, pero un buen árbol de verdad echaría sombra y procuraría absorber toda la luz del sol, que no es mucha —observó durante algunos segundos, imaginando un fornido arce japonés en aquel extraño barrizal pardo rojizo.
Se encogió de hombros y reanudó el camino, en busca de otras especies. Había pocas; por lo visto aquella desplazaba por completo a las demás variedades. De cualquier modo, no importaba mucho; le interesaba más la ciudad en ruinas que habían visto desde la nave. Ted Penton era precavido.
Blake siguió sus propias huellas para regresar a la nave y se detuvo donde sus pisadas indicaban que había tomado las primeras muestras. Allí había un arce japonés. Medía cerca de cuatro metros y medio y el aspecto de la corteza era maravillosamente uniforme. Las hojas tenían cerca de seis milímetros de espesor y estaban dispuestas con extraña regularidad, al igual que las ramas. Desde luego era un arce japonés.
La mandíbula de Rod Blake sufrió una seria deformación. Quedó colgando cerca de siete centímetros mientras Blake miraba, desconcertando, aquel arce japonés absolutamente imposible.
Estaba atónito. Luego, su mandíbula se cerró con fuerza y empezó a maldecir en voz baja. Las hojas se mecían un poco y tenían menos de seis milímetros de grueso. Eran delgadas como el papel y delicadamente veteadas. Ahora el árbol era bastante más alto y le habían brotado tres ramas irregulares. Brotaron mientras él miraba, no como yemas sino como ramas totalmente formadas que se extendían muy de prisa. Y mientras él no dejaba de mirar, se convirtieron con rapidez en largos tallos y crecieron normalmente.
Rod lanzó un ruidoso gruñido y volvió rápidamente sobre sus pasos, hacia el lugar donde había visto por última vez a Ted Penton. El rastro describía una curva y Rod avanzó tan rápido como se lo permitía la leve gravedad de Marte, para detenerse en seco después de rodear otro matorral en forma de cúpula y hojas lanceoladas.
—Ven, Ted —jadeó—. Hay una..., una..., cosa extraña. Un..., parece un arce japonés pero no lo es. Porque cuando lo miras, cambia.
Rod se detuvo y empezó a retroceder, llamando a Ted. Ted no se movió.
—No sé qué decir —comentó con toda claridad, algo jadeante y excitado, aunque era una observación bastante normal, excepto un detalle: ¡lo dijo con la voz de Rod Blake!
Rod se irguió. Luego retrocedió a toda prisa, trastabilló y cayó pesadamente en la arena.
—Por amor de..., Ted..., Ted, ¿qu-qué has d-d-dicho?
—No sé qu-qué he d-d-dicho.
Rod gimió. Ted habló con la voz de Rod, cambió rápidamente mientras hablaba y terminó con una pasable imitación de su propia voz.
—¡Ay, Señor! —gimió Rod—. ¡Me voy a la nave ahora mismo!
Empezó a alejarse y luego miró por encima de su hombro. Ted Penton se movía bamboleando los pies de un modo extraño. Levantó con precaución su pie izquierdo y lo sacudió como el que intenta quitarse un pedazo de papel atrapamoscas. Luego avanzó más rápido que antes. Largas raíces colgaban de sus pies, pero se encogían goteando un cieno viscoso. Rod se volvió con la pistola ultravioleta en la mano.
Hubo un estampido al estallar la energía atómica y un rayo de destructora furia ultravioleta salió disparado, rodeado de una aureola luminosa.
Ted Penton sacó humo, y en el centro de su cabeza se abrió de súbito un agujero del tamaño de una pelota de golf, acompañado de un agudo silbido de vapor y chorros de humo grasiento. La figura no cayó. Se hundió, se derritió rápidamente, como un muñeco de nieve en un horno. Los dedos se pegaron y el resto de la cara se fundió, se contrajo y se volvió horrible. Ahora era el rostro de un hombre cuyos ojos hundidos y turbios hubieran visto y gozado las perversidades de todos los mundos, ojos pavorosamente brillantes que bailaron y llamearon un segundo con el furor insolente del odio mortal..., y desaparecieron con la última disolución del rostro retorcido.
Y los brazos crecieron, se hicieron muy largos y mucho más anchos. Rod permaneció inmóvil mientras dos brazos muy altos y que crecían rápidamente oscilaban hacia arriba y hacia abajo. El bicho despegó y se alejó revoloteando torpemente, Por un instante, el último brillo de los ojos llenos de odio volvió a resplandecer bajo el sol.
Rod Blake se sentó y rió. Rió y volvió a reír ante el espectáculo tan divertido del rostro derretido en el cuerpo de murciélago del bicho que había huido con un agujero chamuscado en el centro de su cabeza, semejante a una toronja. Rió más estentóreamente cuando otra imitación de Ted Penton salió corriendo de un matorral. Apuntó a la cabeza.
—¡Esfúmate! —gritó mientras accionaba el pequeño botón.
Ésta era más inteligente. Esquivó el tiro.
—Rod..., por amor de..., Rod, estáte quieto —dijo.
Rod se detuvo y lo pensó un poco. Ésta hablaba con la voz de Ted Penton. Cuando volvió a levantarse, Rod apuntó con más cuidado y disparó. Quería que huyera. Volvió a esquivar el rayo, aunque en otra dirección, y corrió con rapidez. Rod se levantó a toda prisa y también corrió. De súbito cayó cuando algo nervudo le aferró por detrás y le sujetó enérgicamente los brazos y el cuerpo, inmovilizándole.
Penton le miró y jadeó con fatiga:
—Rod, ¿qué problema hay y por qué demonios me disparabas?
Rod se oyó reír de nuevo, sin poderse dominar. Al ver el rostro preocupado de Ted recordó el bicho volador con la cara derretida. Como una figura de cera al fuego. Penton levantó deliberadamente la mano y le golpeó en el rostro. Un momento después, Rod se había tranquilizado y Penton dejó de sujetarle los brazos y el cuerpo. Blake suspiró con alivio.
—Ted, gracias a Dios eres tú —dijo—. Escucha, te vi..., a ti..., hace menos de treinta segundos.
Estabas allí y te hablé. Respondiste con mi voz. Eché a andar y tus pies salieron del suelo con raíces, como si fueras una planta. Te disparé a la frente y te derretiste como una figura de cera, hasta convertirte en un bicho parecido a un murciélago. Le brotaron alas y salió volando.
—¡Bah! —murmuró Penton, conciliador—. Es gracioso. ¿Por qué me buscabas?
—Porque hay un arce japonés en donde yo estaba, que creció mientras le daba la espalda y cambió las hojas mientras lo miraba.
—¡Ay, Señor! —murmuró Penton, preocupado, mirando a Rod. Luego agregó con más serenidad—. Será mejor que le echemos un vistazo.
Rod le mostró el camino. Pero el arce ya no se encontraba donde debía estar. Cuando llegaron al lugar donde terminaban las pisadas de Rod, el árbol no estaba allí. Sólo había un matorral lanceolado algo marchito. Rod lo observó con expresión estúpida; luego se acercó y lo tocó con cuidado.
Permaneció en su sitio. No era más que un matorral algo polvoriento.
—Aquí estaba —afirmó Blake, obstinado—. Pero ya no está. Sé que estaba aquí.
—Ha debido ser un..., ¡ejem!..., milagro —comentó Penton—. Regresemos a la nave. Ya hemos paseado bastante.
Rod le siguió meneando la cabeza, dubitativo. Estaba tan distraído que casi tropezó con Penton cuando éste se detuvo emitiendo un leve gruñido de contrariedad. Ted se volvió y miró con atención a Rod. Luego volvió a mirar hacia delante.
—¿Cuál eres tú? —preguntó al fin.
Rod miró por delante de Penton y por encima de su hombro. Había otro Rod delante de Penton.
—¡Dios mío! —exclamó Rod—. ¡Ahora me ha tocado a mí!
—Yo, por supuesto —dijo el que estaba frente a ellos. Lo dijo con la voz de Rod Blake.
Ted lo miró y por último cerró los ojos.
—No lo creo. No creo nada de todo esto. Wo bist du gewesen, mein Freund?
—Was sagst du? —preguntó el que estaba frente a ellos—. ¿Por qué en Deutsch?
Ted Penton se sentó en el suelo, pensativo, Rod Blake miró a Rod Blake, atónito y algo indignado.
—Reflexionemos —murmuró Penton con tristeza—. Debe existir algún modo de averiguarlo.
Rod se alejó de mí y luego yo doblé por el recodo y lo encontré riendo locamente. Después me dispara. Pero se parece a Rod y habla como él, aunque dice cosas delirantes. Luego echo a andar con él, o con eso, y encuentro a otro que, al menos, parece menos loco que el primero. Bien, bien.
Naturalmente, yo sé alemán y Rod también. Está claro que esa cosa puede leer la mente. Debe ser como un camaleón, aunque más complicado.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Rod Blake. No importa demasiado cuál de ellos.
—El camaleón sabe adoptar cualquier color a voluntad. Muchos animales han aprendido a imitar a otros para protegerse, aunque tardan varias generaciones en lograrlo. Esta cosa, evidentemente, puede adoptar cualquier forma o color que desee. Hace un minuto decidió que la mejor forma era la de un matorral lanceolado. Por tanto, algunos de ellos deben ser plantas verdaderas, Rod pensó en un arce, en las ventajas de un arce, de modo que ella decidió intentarlo, pues había leído en su mente.
Por eso tenía aspecto marchito; éste no es un terreno adecuado para los arces. Se deshidrató en seguida. Por eso volvió a ser un matorral lanceolado. Ahora esta cosa ha decidido que le conviene ser Rod Blake, con ropas y todo. Pero yo no sé quién es el verdadero Rod Blake. No servirá de nada ponerlo a prueba con los idiomas que conocemos, si lee en nuestras mentes. Pero debe existir algún procedimiento. Debe existir..., debe existir..., ¡ah, sí! Es muy fácil. ¡Hazle un agujero a la cosa con tu pistola ultravioleta, Rod!
Rod tomó al instante su revólver, con un suspiro de alivio, y disparó rápidamente. El falso Rod se derritió. Aproximadamente la mitad cayó en el barro hirviente mientras Rod incineraba el resto con el intenso resplandor ultravioleta de la pistola. Rod suspiró.
—Gracias a Dios, soy yo. Por un momento no estuve muy seguro de ello.
Ted se sacudió, apoyó la cabeza entre las manos y se balanceó lentamente.
—¡Por los Nueve Dioses de los Nueve Planetas, qué mundo! Rod, te ruego que de aquí en adelante no te apartes de mí ni un segundo. Y hagas lo que hagas, no pierdas esa pistola. No pueden hacer crecer una verdadera pistola ultravioleta pero, si consiguen una, que Dios nos ayude.
Regresemos a la nave y vámonos de este maldito lugar. Creí que estabas loco. Me equivoqué. Todo el maldito planeta está loco.
—Lo estuve..., durante un rato. Regresemos.
Echaron a andar con rapidez por entre las dunas hacia la nave.
2. EL SECRETO DE LOS THUSHOL
—Son centauros —exclamó Blake—. Mira aquél..., un hermoso y pequeño calicó. Hay uno hermoso color ruano y fresa, ¡Qué gente! Me gustaría saber por qué la ciudad se halla tan ruinosa, si todavía hay algunos grupos de gente allí. Bajemos, Ted. No son peligrosos pues, de lo contrario, tendrían una ciudad más próspera.
—¡Hum! Supongo que tienes razón. Pero no me gustaría que me rozara uno de esos sujetos.
Deben ser bastante pesados, incluso aquí..., alrededor de quinientos kilos terrestres. Bajaré en esa plaza. Mantén la mano en la pistola de iones de veinticinco centímetros mientras bajo.
La nave se posó con un ligero golpe sobre la gruesa capa de polvo arenoso, en la destartalada plaza de la ciudad. Medio centenar de centauros trotaban ociosamente, guiados por un viejo marciano canoso, de crines ralas y ásperas. Ted Penton apareció en la escotilla.
—Pholshth —dijo el marciano después de contemplarlos un instante. Alzó horizontalmente ambas manos hasta la altura de los hombros, con las palmas vacías hacia arriba.
—Amigos —dijo Ted, alargando sus brazos en un gesto similar—. Me llamo Penton.
—Fasthun loshthu —explicó el centauro señalándose a sí mismo—. Penshun.
—Parece un ex combatiente —murmuró Blake—. Pensión. ¿Es de fiar?
—Supongo que sí. En todo caso, deja tu puesto, apaga los motores atómicos principales, conecta los auxiliares B y cierra la cabina. Cierra los mandos con la combinación y sal. Trae la pistola de iones además de la ultravioleta. Cierra las escotillas.
—¡Diablos! Me gustaría salir esta tarde. En fin, de acuerdo.
Blake hizo lo ordenado pronto y eficazmente. Tardó unos treinta segundos en terminar con la sala de máquinas. Se asomó con impaciencia por la escotilla.
Lo que vio le dejó helado. Penton estaba de espaldas, debatiéndose débilmente, y el viejo centauro se inclinaba sobre él, estrangulándolo con sus manos largas y poderosas. Penton agitaba la cabeza de un lado a otro, como si tuviera el cuello roto.
Blake rugió y cargó al tiempo que sacaba las dos poderosas pistolas. Dio un salto..., y aterrizó limpiamente sobre el lomo del centauro, por subestimar la leve atracción de Marte. En seguida se puso en pie y se dirigía hacia su amigo, cuando una diestra pata delantera izquierda le trabó las piernas echándole la zancadilla, mientras la pesada masa de un centauro ágil y joven aterrizaba sobre su espalda. Blake se volvió: un cuerpo más pequeño y liviano, pero mucho más poderosamente musculado. El terráqueo se libró de la sujeción de los centauros y embistió a los seis o siete que le rodeaban.
Una orden puso fin a la pelea, y Blake se incorporó, acercándose a Penton de un salto.
Penton estaba sentado en el suelo, meciéndose con la cabeza entre las manos.
—¡Ay, Dios mío! Aquí hacen de todo.
—¿Te encuentras bien, Ted?
—¿No se nota? —preguntó melancólicamente Penton—. Ese individuo me abrió la sesera y metió un cerebro nuevo. Educación hipnótica, una carrera universitaria completa en treinta segundos a base de hipnotismo, y sin usar espejos. Tienen el mejor sistema educativo. Que Dios nos proteja de él.
—¿Shphuntho ishthu thiu lomal? —preguntó el viejo marciano en tono cordial.
—Ishthu psoth lonthul timul —gruñó Penton—. Lo peor es que funciona. Ahora hablo su idioma tan bien como el inglés. —De súbito se animó, señaló a Blake y dijo—: Blake omo phusthu ptsoth.
El viejo centauro arrugado y de barba rala sonrió como un niño satisfecho. Blake le miró con aprensión.
—No me gusta este suje... —se interrumpió, hipnotizado.
Caminó hacia el viejo marciano con la mirada fija y la gracia de un maniquí de sastrería. Poco a poco se tumbó, y los dedos largos y ágiles del viejo marciano rodearon su cuello. Le daba un suave masaje en la base del cráneo.
Penton sonrió con sarcasmo desde donde se hallaba sentado.
—¿Qué, no te gusta su cara? Espera y verás cómo te agrada su sistema.
El centauro se irguió. Blake se incorporó despacio. Su cabeza seguía moviéndose como si tuviera el cuello roto, hasta que se levantó con precaución y la tomó con firmeza entre las manos. Apoyó los codos sobre las rodillas.
—No era necesario que ambos habláramos su maldito idioma —logró decir, disgustado—. Estudiar idiomas siempre me da dolor de cabeza.
Penton le miró con indiferencia.
—Me molesta tener que repetir las cosas y, de cualquier modo, te resultará útil.
—Ustedes son del tercer planeta —empezó cortésmente el marciano.
Penton pareció sorprendido, se irguió y luego se puso en pie poco a poco.
—Muévete lentamente, Blake; te lo aconsejo por tu propio bien. —Luego se volvió al marciano—: Claro que sí. ¿Cómo lo sabe?
—Mi tatarabuelo me habló de su viaje al tercer planeta antes de morir. Fue uno de los que regresaron.
—¿Regresaron? ¿Ustedes, los marcianos, han estado en la Tierra? —inquirió Blake.
—Era de suponer —dijo Penton en voz baja—. Evidentemente, son los centauros de las leyendas. Y no creo que se marchasen de allí por su voluntad.
—Nuestra gente intentó fundar una colonia allí hace muchos, muchísimos años. No prosperó. Murieron de enfermedades pulmonares en menos tiempo del que tardaban en cruzar la distancia. El motivo principal del viaje fue para quitarnos de encima a los thusshol. Pero los thushol imitaron a los animales terrestres y prosperaron. Por eso regresaron los nuestros. Construimos muchas naves confiando en que, puesto que nosotros no podíamos ir, lo hicieran los thushol. Pero la Tierra no les gustó —meneó la cabeza, afligido.
—Los thushol. ¿De modo que los llaman así? —Blake suspiró—. Deben ser una plaga.
—Lo eran entonces, pero casi han dejado de serlo.
—¡Cómo! ¿Ya no les molestan? —preguntó Penton.
—No —respondió el viejo centauro, apático—. Estamos muy acostumbrados a ellos.
—¿Cómo los distinguen de la cosa a la que imitan? —inquirió Penton, ceñudo—. Eso es lo que necesito saber.
—El no poder hacerlo solía molestarnos —suspiró Loshthu—. Pero ya no ocurre así.
—Comprendo, pero, ¿cómo los distinguen? ¿Lo hacen leyendo la mente?
—No, no. No intentamos distinguirlos. De ese modo ya no nos molestan.
Durante largo rato, Penton observó pensativamente a Loshthu. Blake se puso en pie con precaución y se unió a Penton en la absorta contemplación del marciano canoso.
—¡Hum! —murmuró Penton por último—. Supongo que es un modo de abordar la cuestión. Pero creo que debe ser bastante molesto para los negocios. Y para las relaciones sociales. Por ejemplo, el no saber si es tu esposa o una buena imitación.
—Lo sé. Durante muchos años pensamos lo mismo —admitió Loshthu—. Por ese motivo, nuestra gente quiso trasladarse a la Tierra. Pero más tarde descubrieron que tres comandantes de la nave eran thushol, por lo que regresaron a Marte, donde podían vivir tan bien como los thushol.
Penton analizó esta explicación durante un buen rato, mientras el medio centenar de centauros esperaban, pacientes e inmóviles.
—En la Tierra hay mitos sobre los centauros, gentes como ustedes, y sobre seres mágicos que parecían una cosa y cuando eran capturados se convertían en serpientes, tigres o cualquier otra bestia desagradable, aunque si se les retenía prisioneros adoptaban otra vez la forma humana y concedían un deseo. Sí, los thushol son inteligentes; podían conceder un deseo a un terrestre simplón e incivilizado.
Loshthu meneó lentamente la cabeza.
—Creo que no son inteligentes. O quizá sí. Tienen una memoria perfecta para los detalles. Imitan a los nuestros, asisten a nuestros colegios y de ese modo aprenden todo lo que sabemos. Pero jamás han inventado nada.
—¿Qué causó la terrible decadencia de la civilización de ustedes? ¿Los thushol?
El centauro asintió.
—Olvidamos cómo construir naves espaciales y grandes ciudades. Nos proponíamos desalentar a los thushol y lograr así que nos abandonaran. Pero ellos también olvidaron, de modo que no sirvió.
—¡Santo cielo! —exclamó Blake—. En nombre de los Nueve Planetas, ¿por qué aguantan a esa gentuza?
Loshthu miró a Blake de hito en hito.
—Diez —dijo—. Diez planetas. No es posible ver el décimo con ningún instrumento desde más acá de Júpiter. Nuestra gente lo descubrió desde Plutón.
Blake le miraba con ojos de búho.
—¿Cómo pueden aguantar a esa gentuza? Con una civilización como la suya..., pensé que habrían encontrado algún modo de destruirlos.
—Lo hicimos. Destruimos a todos los thushol. Algunos de ellos nos ayudaron, aunque creíamos que se trataba de nuestra propia gente. Sucedió porque un filósofo muy sabio pero muy distraído calculó cuántos thushol podían vivir como parásitos de nuestra gente. Naturalmente, los thushol se aprendieron de memoria sus cálculos. Un treinta y uno por ciento de nuestra población está compuesta por thushol.
Blake miró a su alrededor, rápido y ceñudo.
—¿Quiere decir..., que algunos de ésos son thushol? —preguntó.
Loshthu asintió.
—Siempre. Al principio se reproducían con gran lentitud, adoptando una forma animal semejante a la nuestra, y se reproducían del mismo modo que otros animales. Pero cuando estuvieron en nuestros laboratorios aprendieron a imitar a la ameba. Ahora se dividen. Uno grande se divide en varios pequeños y cada uno de los pequeños se come a uno de nuestros hijos y ocupa su lugar. Por eso nunca sabemos quién es quién. Esto solía preocuparnos. —Loshthu meneó la cabeza con desgana.
A Blake se le pusieron los pelos de punta y abrió la boca.
—¡Dios mío! —exclamó—. ¿Por qué no hicieron algo?
—Si matábamos al sospechoso, podíamos equivocarnos y matar a nuestro propio hijo. Si no lo hacíamos y aceptábamos que fuese nuestro hijo, al menos esto nos permitía creer en ello. Y si la imitación es tan perfecta que uno no puede distinguir la diferencia, ¿cuál es la diferencia?
Blake volvió a sentarse, apocado.
—Los tres meses han pasado, Penton —comentó por último—. Regresemos a la Tierra..., cuanto antes.
Penton le miró.
—Hace tiempo que también deseo regresar. Pero he pensado otra cosa. Tarde o temprano, algún hombre vendrá aquí con la energía atómica y, si por acaso se lleva algunos thushol a la Tierra creyendo que son sus mejores amigos... Bien, yo preferiría matar a mi propio hijo antes que vivir con uno de esos, pero tampoco me gustaría tener que hacerlo. Pueden reproducirse tan rápido como comen, y si comen como una ameba..., ¡que Dios nos ayude! Si abandonas a uno en una isla desierta, se convertirá en un pez y nadará. Si lo metes en la cárcel, se convertirá en una serpiente y escapará por el desagüe. Si lo dejas en el desierto, se convertirá en un cactus y lo pasará bastante bien. No, gracias.
—¡Santo Dios!
—Y, naturalmente, no nos creerán. Te aseguro que no pienso llevarles uno para demostrarlo.
Tendré que conseguir alguna especie de prueba de esos thushol.
—No había pensado en ello. ¿Qué podríamos hacer?
—Sólo se me ocurre averiguar qué podemos sacar de aquí, arramblar luego con todo y regresar con zoólogos y biólogos famosos y de confianza, para que analicen esta cosa. La evolución ha producido algunos monstruos pavorosos, pero esto es algo más monstruoso que cuanto se haya podido imaginar.
—Todavía no lo creo realmente —dijo Blake—. De lo único que estoy realmente seguro es de mi dolor de cabeza.
—Es bastante real y bastante lógico. Infernalmente lógico. Y la Tierra será un infierno si logran llegar allí. La evolución siempre intenta producir un animal que pueda sobrevivir en cualquier parte, vencer a todos los enemigos, y ser el más apto de los aptos que sobreviven. Toda la vida se basa en una cosa: el protoplasma. Fundamentalmente, es lo mismo para todos los seres, para todas las cosas vivientes, los vegetales y los animales, la ameba y el hombre. Varía un poco, adopta formas ligeramente distintas. Los thushol están hechos de protoplasma, pero es un protoplasma infinitamente más adaptable. Saben hacer que adopte la forma de una célula ósea y sea parte de un fémur, o de una célula nerviosa y un cerebro. Con el curso universitario de diez segundos que Loshthu me impartió, comprendo que al principio los thushol eran buenas imitaciones por fuera pero, si cortabas uno, descubrías que los órganos no estaban allí. Ahora han corregido eso. Naturalmente, han asistido a las facultades de medicina marcianas y saben cuanto hace que un centauro se mueva, de modo que pueden proveerse con la misma clase de organismo. ¡Ah! ¡Muy divertido!
—No saben mucho de nosotros. Con la pantalla de rayos X quizá pudiéramos distinguir estas imitaciones de nosotros —señaló Blake.
—No, no, de ningún modo. Puesto que nosotros conocemos nuestra estructura, ellos la leerían en nuestra mente y la adoptarían. Protoplasma adaptable. Piensa que no podrías matar uno de esos seres en una selva africana pues cuando apareciera el león, sería una pequeña leona y, cuando se acercara el elefante, sería un desvalido bebé de elefante. Sospecho que, si la mordiera una serpiente, esa endiablada cosa se convertiría en algo inmune a las mordeduras de serpiente..., en un árbol o algo por el estilo. Me gustaría saber dónde tiene el prodigioso cerebro que evidentemente posee.
—Bien, veamos qué puede ofrecernos Loshthu como pruebas.
3. LECTORES DE CEREBROS Y CÍA.
Supieron que, en otra época, los marcianos habían tenido museos. Aún contaban con ellos, pues nadie se molestaba en turbar la eterna soledad de los mismos. Los marcianos vivían siglos y sus memorias eran poderosas, pero sólo una o dos veces en su vida entraba un marciano en los antiguos museos.
Penton y Blake pasaron horas en ellos, horas intensas bajo la guía de Loshthu. A Loshthu le sobraba tiempo, pero Penton y Blake no deseaban retrasarse. Trabajaron de firme, reuniendo colecciones de delgados documentos de metal, máquinas antiguas y mil cosas más. Lo embalaron todo con cuerdas que habían traído de la nave después de acercarla al museo. Por último, al cabo de muchas horas de trabajo, demacrados por la falta de sueño, regresaron a la nave.
Salieron de la penumbra del museo a la explanada iluminada por el sol. En seguida, un grupo de hombres que saltaban y se agitaban detrás de una docena de columnas se abalanzaron sobre ellos, quitándoles de las manos los libros, los instrumentos, las colecciones de datos. Fueron empujados, aporreados, pisoteados y magullados. Hubo gritos, chillidos e insultos.
Luego reinó la calma. Doce Penton y trece Blake estaban sentados, tumbados o de pie en la escalera de piedra. Sus ropas estaban desgarradas, sus rostros y sus cuerpos heridos. Uno incluso tenía un ojo amoratado y otro que se hinchaba rápidamente. Pero los
doce Penton parecían exactamente iguales y cada uno sujetaba una parte de los documentos. Los trece Blake eran idénticos y cada uno llevaba bajo el brazo o en la mano una parte de moho histórico.
Loshthu los miró y su rostro anciano y arrugado se plegó en una sonrisa complacida.
—¡Ah! Ahora hay más de ustedes. Quizás alguno quiera quedarse con nosotros para conversar —dijo.
Penton miró a Loshthu, y todos los Penton hicieron lo mismo. Penton estaba seguro que él era el auténtico Penton, pero no se le ocurría ningún modo de demostrarlo. Parecía manifiesto que los thushol habían decidido ensayar de nuevo en la Tierra. Empezaba a preguntarse...
—¿Por qué los thushol no se quedaron en la Tierra, si podían vivir allí? —preguntó uno de los Penton con voz de Penton.
Penton estaba seguro que aquella pregunta se le había ocurrido a él...
—Perdona, pero, ¿no era ésa mi pregunta? —preguntó otro Penton, conteniendo su furor. Penton sonrió un poco. Parecía evidente que...
—Parece que ya no tendré que molestarme en hablar. ¡Ustedes ayudan tanto...! —dijo enfurecido uno de los numerosos Penton.
—Díganme, ¿cómo diablos sabremos quién es quién? —inquirió bruscamente uno de los Blake.
—Ese maldito ladrón de mentes me birló la pregunta antes que pudiera...
—¡Y tú..., tú..., te atreves a decirlo...! Me disponía a...
Molesto, uno de los Penton dijo:
—Creo que puedes dejar de estar malhumorado, Blake, porque todos se mostrarán malhumorados cuando tú lo hagas. Sabes que supero a todos mis imitadores en este sentido. Ya lo verás, Rod. Pero podrías callarte ahora y yo también, para saber lo que nuestro buen amigo Loshthu tiene que decir.
—¿Eh? —suspiró Loshthu—. ¿Se refieren a por qué los thushol dejaron la Tierra? No les gustó.
La Tierra es un planeta pobre y la gente era salvaje. Evidentemente, ahora no es así. Pero a los thushol no les gusta trabajar, y hallaron una subsistencia más fácil en Marte.
—Eso pensaba —dijo Penton (¿importa cuál de ellos?)—. Ahora han llegado a la conclusión que la Tierra es mejor que Marte y quieren mudarse. ¡Blake, no desenfundes la pistola! Por desgracia, amigo mío, teníamos veinticinco pistolas de iones y veinticinco ultravioletas. Si hubiéramos tenido más, ahora contaríamos con más compañeros. Cometimos el error de equiparnos demasiado en ropas y de ser muy precavidos al planearlo todo con detalle, por lo que portamos muchas unidades de cada cosa. En exceso. No obstante, creo que se puede mejorar esta situación. Recuerdo que una de las pistolas de iones no funciona y que saqué las bobinas de dos pistolas ultravioletas para repararlas.
Esto significa que hay tres armas inutilizadas. Cada uno de nosotros disparará a la arena que tenemos delante. Formen en fila a la derecha.
Se formó la fila.
—Ahora —prosiguió aquel Penton— dispararemos de uno en uno, yo el primero. Primero la pistola de iones y luego la ultravioleta. Cuando uno de nosotros demuestre que tiene un arma inutilizada, los demás le eliminarán rápida y cuidadosamente. ¿Preparados? ¿Sí?
Penton levantó su pistola de iones y accionó el botón.
No disparó, y al instante el pórtico se llenó de humo.
—Uno menos —dijo el Penton siguiente. Levantó su pistola de iones y disparó. Luego la ultravioleta. La levantó y volvió a disparar contra un Blake, que se desintegró en seguida—. Ya son dos. Evidentemente, cuando disparamos contra el primero ése descubrió que su arma no funcionaba. Sólo queda uno por eliminar. ¿El siguiente?
Poco después, otro Blake fue eliminado.
—Bien, bien —dijo Penton, satisfecho—, ahora hay la misma cantidad de Blake que de Penton. ¿Alguna sugerencia?
—Sí —respondió Blake—. He recordado que puse un remiendo al traje que se me rompió en Venus.
Otro Blake se desvaneció bajo el fuego cruzado.
—Me gustaría saber otra cosa. ¿Por qué diablos estos falsificadores están dispuestos a matarse entre sí y, aunque saben quién es quién, no nos matan a nosotros? ¿Cómo entraron en la nave? —inquirió Rod. O al menos uno de los Rod.
—Ellos... —empezaron dos Penton a la vez.
Un tercero los miró.
—Midieron mal el tiempo, muchachos. Rodney, hijo mío, teníamos una cerradura de combinación. Estos señores son lectores profesionales de mentes. ¿Explica esto que se hallen en posesión de las armas? He pensado en un modo de eliminar estas excrecencias excesivas; consiste en que tú te reúnas con tu tribu y los elimines a todos menos al que según te consta eres tú mismo, y yo haré lo mismo. Por desgracia, aunque están dispuestos a matar a los demás siempre y cuando ellos no mueran, impedirán que lo hagamos nosotros mediante una defensa adecuada. Después de ese pequeño ensayo con las armas, me parece evidente que no podremos abandonar este planeta antes de seleccionar a los dos hombres adecuados, los únicos que deben entrar en la nave, Por suerte, no pueden despegar solos pues, aunque sean capaces de leer las mentes, se necesita algo más que conocimientos para pilotar una nave espacial, al menos en cuanto a los conocimientos que podrían obtener de nosotros. Exige raciocinio, algo que la simple memoria es incapaz de proporcionar. Nos necesitan. En consecuencia, marcharemos obedientemente hasta la nave y cada uno volverá a dejar sus armas en el correspondiente armario. Sé que soy el verdadero Penton, aunque tú lo ignoras. De modo que no se dará un solo paso sin el acuerdo unánime de todos los Penton y todos los Blake.
Blake, pálido, levantó la mirada.
—Si esto no fuera tan gravemente serio, sería el sainete más cómico que existe. Tengo miedo de entregar mis armas.
—Creo que si las entregamos todos, seguimos en igualdad de condiciones. Tenemos la ventaja del hecho que ellos no quieren matarnos y, si sucede lo peor, podemos llevarlos hasta la Tierra, cerciorándonos del hecho que no se salen con la suya. En la Tierra se podrían realizar análisis celulares que aclararían el asunto. A propósito, eso me sugiere algo. Sí, seguro. Creo que puedo hacer análisis aquí. Vayamos a la nave.
4. LA ESTRATEGIA DE PENTON.
Los Blake se sentaron con intención de quedarse allí.
—Ted, ¿qué diablos puedes hacer? —su voz casi era llorosa—. No puedes distinguir una de estas cosas fantasmales de la otra. No puedes diferenciarlas de mí. No podemos...
—¡Por Dios! —dijo otro Blake—, yo no soy ése. Se trata de otro de esos malditos ladrones de mentes.
Otro gimió con desaliento.
—Tampoco era ése —todos miraron desválidamente a la fila de los Penton—. Ni siquiera sé quién es mi amigo.
Penton asintió. Todos los Penton asintieron como un coro grotescamente solemne disponiéndose a pronunciar una oración. Todos sonrieron con unanimidad sobrehumana.
—Está bien —dijeron en perfecta armonía—. Bien, bien. Una nueva táctica. Ahora hablamos todos juntos. Esto facilita las cosas. Creo que hay manera de saber cuál es la
diferencia. Pero debes confiar por completo en mí, Blake. Vas a entregarme tus armas, fiando en mi capacidad de detectar al verdadero y, si me equivoco, desistir a tiempo. Podemos hacer pruebas sencillas como la del whisky, para averiguar si los emborracha, o con pimienta para descubrir si les quema las lenguas.
—No dará resultado —afirmó Blake muy serio—. Por Dios, Penton, no puedo entregar mis armas..., yo no...
Penton, todos los Penton, sonrieron un poco.
—Soy mucho más rápido que tú, Blake, y ninguna imitación marciana de tu persona puede ser más rápida. Estas imitaciones marcianas de mi persona quizá sean tan rápidas como yo. Pero sabes que podría fulminar a toda tu pandilla, a los diez, y borrarlos del mapa antes que cualquiera de ustedes pudiera mover un dedo. Lo sabes, ¿no es cierto, Rod?
—Sí, Ted, pero no hagas eso..., no me obligues a entregar las armas... Quiero conservarlas. ¿Por qué debo entregar mis pistolas si tú te quedas con las tuyas?
—Seguramente no habrías dicho eso si fueras Rod, pero no importa. Si no era eso lo que pensabas, podríamos hacer algo. Por tanto, eso es lo que tú querías decir, del mismo modo que es esto lo que yo quería decir, lo haya dicho o no. ¡Ay! ¡El Señor nos proteja! ¡Habla con mi voz! De cualquier modo, la situación es esta: uno de nosotros debe tener superioridad indiscutible sobre la otra pandilla. De este modo, el que tenga ventaja podrá realizar pruebas de identidad y obligar a que sean acatadas sus decisiones, mientras que ahora esto no es posible.
—Entonces, deja que sea yo —espetó un Blake.
—No quise decir eso —murmuró otro—. No he sido yo el que ha hablado.
—Sí, claro que sí —agregó el primero—. Lo dije sin pensar. Adelante, ¿cómo conseguirás que los otros entreguen sus armas? Yo estoy dispuesto a hacerlo. ¿Podrás convencerlos a ellos?
—Claro que podré. Para eso tengo a mis fieles amigos —explicó Penton, sombrío, señalando con sus once manos a sus once copias—. En eso están de acuerdo conmigo, pues son totalmente egoístas.
—Pero, ¿en qué consiste tu sistema? Antes de meter el cuello en el lazo corredizo, debo convencerme del hecho que éste no se cerrará.
—Si yo tuviera en mente un sistema seguro, cosa que evito cuidadosamente, ellos lo leerían, lo evaluarían y no obedecerían. Aún tienen esperanzas. Como puedes suponer el sistema de la pimienta y el alcohol no funcionará, porque pueden leer en mi mente la reacción adecuada y emborracharse o tener la lengua inflamada a voluntad, puesto que son actores magistrales. Pero lo intentaré de todos modos. Rod, si alguna vez te has fiado de mí, hazlo ahora.
—De acuerdo. Vamos, avanzaremos hacia la nave y si alguna de estas cosas no deja sus armas, no soy yo. Lánzale el rayo.
Blake se levantó de un salto, los diez lo hicieron, y caminó hacia la nave.
Los Penton les siguieron, atentos. De súbito, Penton fulminó a un Blake. Habían empezado a salirle unas jorobas. Le estaban creciendo alas.
—Eso facilita la tarea —comentó Penton, enfundando el arma.
Los Blake, pálidos, continuaron. Colocaron estoicamente las pistolas en la estantería de la escotilla. Los marcianos habían visto los movimientos, para ellos inconcebiblemente rápidos, de las manos de Penton con las armas. Penton sabía que él mismo y no otro había disparado los rayos en esa ocasión. Pero aún no había encontrado el modo de demostrarlo sin causar una matanza general.
Esto no importaba; el problema era que antes de cincuenta años, la humanidad iba a llegar allí sin saber nada de aquella historia. Y entonces toda la Tierra sería destruida. No por el fuego ni por la espada ni por catástrofe alguna, sino silenciosa e imperceptiblemente.
Los Blake salieron desarmados. Arrastraban los pies y se paseaban inquietos, tensos, bajo los ojos vigilantes de once Penton provistos de armas mortales.
Varios Penton entraron en la nave y salieron portando pimienta, píldoras de sacarina, alcohol y el botiquín. Uno de ellos los reunió a todos y les pasó revista.
—Haremos la prueba de la pimienta —dijo, bastante contrariado—. ¡Formen en fila!
Los Blake formaron filas con inseguridad.
—Ted, estoy poniendo mi vida en tus manos —dijeron dos de ellos con el mismo tono quejumbroso.
Cuatro Penton lanzaron una breve carcajada.
—Lo sé. Ponte en la fila. Ven a buscar la pimienta.
En seguida, otro Penton suspiró y dijo:
—Que pase el primero. Saca la lengua, paciente.
Con manos temblorosas, colocó una pulgarada de pimienta sacada del molinillo en la lengua del sujeto. Ésta se retiró al segundo y el Blake se llevó las manos a la boca, escupiendo y atragantándose.
—¡Puaf! —barbotó—. ¡Puaf..., achís..., maldita sea!.
Con la rapidez del relámpago, Penton sacó su propia pistola de iones y la del vecino. En una décima de segundo, todos menos el Blake que tenía náuseas, que se atragantaba y estornudaba, se hacían humo, se disolvían y caían hechos cenizas. Los demás Penton colaboraron metódicamente en la destrucción.
Blake observaba con atragantado asombro.
—¡Dios mío! ¡Podía no haber sido el verdadero! —jadeó.
Los diez Penton suspiraron.
—Era una prueba definitiva. Gracias a Dios, es definitiva. Ahora tienes que descubrirme a mí. Y esto no funcionará por segunda vez pues, aunque tú no puedes leer mi mente para saber cuál es el truco, estos hermanos míos saben hacerlo. El mismo hecho que ignores cómo lo supe, demuestra que yo tenía razón.
Blake le miró con asombro.
—Yo era el primero... —logró decir entre una tos y un estornudo.
—Exacto. Entra en la nave. Haz algo inteligente. Usa la cabeza. Piensa en algo que puedas hacer para identificarme. Tienes que usar la cabeza de tal modo que ellos no puedan leer tu mente primero. Adelante.
Blake entró en la nave caminando con lentitud. Lo primero que hizo fue cerrar la escotilla, para estar seguro y a solas. Entró en la sala de mandos, se puso un traje espacial, casco incluido, y accionó una palanca de mando, y luego otra. Poco después oyó extraños golpes y roces, raros murmullos y gemidos. Retrocedió con rapidez y disparó con el rayo contra un cajón de provisiones y dos cajas de especímenes venusianos en donde brotaban piernas y crecían rápidamente brazos para recoger las pistolas de rayos. La atmósfera de la nave comenzó a ponerse espesa y verdosa; hacía más frío.
Blake observó satisfecho y empezó a registrar todas las salas. Otro ruido de pasos furtivos llamó su atención, y destruyó con pistola de rayos ultravioletas una tubería extra que había pasado inadvertida y trataba de reptar sobre un larguero. Se dividió en pedazos que se arrastraban de un modo asqueroso. Rod le disparó con los rayos hasta que la parte más pequeña, del tamaño de una pelota de golf y provista de extrañas patas veteadas de azul, dejó de retorcerse.
Rod esperó media hora, lapso durante el cual el aire se puso muy verde y espeso. Por último, para asegurarse, puso en marcha otros aparatos y vio cómo bajaba el termómetro, hasta que se condensó en las paredes la humedad y no hubo más cambios. Luego recorrió la nave tanteando aquí y allá con la pistola de iones.
Los ventiladores limpiaron en dos minutos la atmósfera cargada de cloro, y Blake se sentó.
Conectó el micrófono y habló por el mismo:
—Tengo la mano sobre el disparador del cañón principal de iones. Te quiero como a un hermano, Penton, pero amo más a la Tierra. Si logras convencer a tus amigos para que dejen sus armas en un montón y retrocedan..., no habrá problemas. Si esto no ocurre antes de treinta segundos, el cañón de iones entrará en acción y ya no habrá más Penton. ¡Adelante!
Diez Penton, sonriendo obsequiosamente y con evidente satisfacción, dejaron en el suelo veinte núcleos de superesencia destructiva y se apartaron.
—Aléjense —dijo Blake, inflexible, obligándoles a retroceder.
Blake recogió las veinte armas y regresó a la nave. Tenían un excelente laboratorio. Con sombrío regocijo tomó tres tubos de ensayo cerrados con tapones de algodón, después de ponerse guantes de caucho.
—Tétanos, nunca has sido amigo del hombre, pero espero que aquí te multipliques en todas direcciones..., y bien...
Vertió el contenido de los tubos en un vaso de agua y salió. Los diez aguardaban lejos.
—Muy bien, Penton. He recordado que hace poco te aplicaste una vacuna antitetánica y eres inmune a la enfermedad. Veamos si estos malditos ladrones de cerebros pueden averiguar el secreto de algo que sabemos fabricar, pero cuya naturaleza desconocemos. Podrían salvarse convirtiéndose en gallinas, que son inmunes, pero no mientras conserven forma de seres humanos. Aquí hay una dosis concentrada de tétanos. Bébela. Si es necesario, podemos esperar diez días.
Diez Penton avanzaron con audacia hasta el vaso, que se hallaba junto a la nave. Uno de ellos bebió..., pero los otros nueve no lo hicieron. Trataron de esconderse detrás de la nave, donde no pudieran alcanzarles las pistolas de iones.
Con amplia sonrisa, Blake ayudó a Penton a subir.
—¿He hecho bien?
—Has hecho bien —replicó Penton—, pero por pura suerte. El tétanos no se contrae por ingestión, y tarda más de diez días en manifestarse.
—No estaba seguro —sonrió Blake—. Ellos tenían que averiguar mis intenciones para adivinar tu reacción. ¡Ah!... Por allá van. ¿Les disparas tú o lo hago yo? —se ofreció Blake, apuntando con el cañón de iones a los nueve seres revoloteantes que se alejaban a través del planeta rojo y oxidado. La nave los persiguió rápidamente—. Hay algo... ¡Hum! —se irguió cuando el increíble resplandor cesó en el aire enrarecido—. Me gustaría saber, ¿cómo demonios me distinguiste?
—Para hacer lo que tú hiciste se necesitan quinientos músculos distintos, en una combinación neuromuscular maravillosa, que suponía que esas cosas no podrían imitar sin proceder a una disección completa. No podía ser otro sino tú.
—¡Quinientos músculos! ¿Qué diablos hice?
—Estornudaste.
Rod Blake parpadeó, y su mandíbula volvió a comprobar la extensibilidad y flexibilidad de sus ligamentos.